Parte Dos.
- Yo...- no supo que decir.
La mirada penetrante de todos los ahí presentes le intimidaban por completo, su mirada se dirigió rápidamente a la castaña que yacía frente a ella, en Nathalia, quién con dulzura le transmitía afecto a través de la mirada.
- Yo... Quiero darles la bienvenida al evento presentado el día de hoy. Para brindar la ayuda necesaria a todos aquellos necesitados. Agradezco a todos por venir a la beneficencia en causa del apoyo a la caridad. - expresó con nerviosismo.
Los aplausos se escucharon en todo el salón envuelto de las personas con más renombre y jerarquía de toda la ciudad.
- Muchas gracias, que disfruten la velada. - finalizó.
Se bajó del podio y con nerviosismo tomó una copa que brindaban los de servicio, bebió de ella mientras respiraba profundamente, el corazón le latía a mil por hora. Se detuvo al notar que alguien se había plantado frente a ella y al levantar la mirada, topó su mirada con la de su hermano mayor, James.
- ¡Vaya discurso! - comentó con pedantería.
- Pensé que jamás escucharía tal... discurso, sí es que se le puede llamar así. Bien hecho, quedaste cómo una tonta... Y sabes que es lo peor, que manchaste el apellido Bélanger por tu insubordinación y falta de conocimiento.- enfatizó molesto.
Sofí, no pudo sentirse peor al escuchar tal cosa salir de la boca de su hermano. ¿Tan mal lo había hecho? De seguro había sido el desastre que James, aseguraba. Sin decir más el mayor se retiró dejándola helada y decaída.
Bajó la mirada y salió del salón, encaminándose por un pasillo que la condujo a la parte trasera de la propiedad, el jardín, rodeado por rosas y una fuente. El viento fresco de la noche le sopló en el rostro entristecido y decaído, se llevó una mano al estómago, mareada.
El sonido lejano y estridente de las risas le llegaba a la joven en la soledad de la noche, Respiró profundamente tratando de calmarse, pero, no fue hasta que escuchó el sonido de pisadas a su alrededor, asustada contempló frente a ella la oscuridad de la noche.
- ¿Quién anda ahí? - cuestionó nerviosa.
El silencio fue lo único que obtuvo por respuesta hasta que lentamente de la oscuridad se dibujó una silueta alta y de hombros anchos, un hombre. Un hombre salió de la oscuridad y sé plantó frente a ella. Desconfiada retrocedió y observó a sus costados en busca de ayuda.
- ¿Así que es usted, francesa? - inquirió el hombre.
Y fue al escucharle cuando captó su atención. Ella le observó fijamente con sorpresa. Su acento.
- Pido disculpas sí le he causado algún susto.- se disculpó.
No supo que responder, pronto su semblante se endulzó y bajó la guardia ante cualquier amenaza. Pues el hombre frente a ella era mucho más alto que ella, su tono de voz era muy ronco, pero su mirada verdosa y su piel aceitunada, le dijo que no sé trataba de algún demente, tal vez por el brillo en su mirada y su esplendorosa sonrisa tímida.
- ¿Es acaso usted austriaco?- preguntó.
No supo el, por qué, pero sé lo preguntó, su acento le era completamente desconocido, pero algo en su forma de hablar le interesó.
El joven extrañado sonrió sin saber el motivo exacto de la interpretación de la muchacha, que a sus ojos resultó muy osada.
- No, no lo soy. Soy italiano. - aclaró.
Ella rápidamente frunció el ceño al escuchar aquéllo. ¿Italiano decía? ¿cómo era eso posible? Ella jamás había escuchado a un italiano hablar dos lenguas romances, y la segunda tan mal. Él no se escuchaba italiano.
- ¿Así? ¿Y de dónde? - cuestionó.
- ¿Disculpe? - expresó confundido.
- ¿Qué de dónde es usted, señor? ¿De qué parte de Italia? Porque déjeme expresarle, usted no aparenta ser...-
El joven rió interrumpiendo a la la muchacha, que se mostro confundida ante su risa.
- Déjeme aclararle, señorina. Soy de Italia, de la Toscana. ¿Le conoce? - le informó.
- Así que un Italiano, y...en esas fachas, ¿Qué es usted, un moso? - cuestionó.
Recalcando su vestimenta tan maltratada y de uso gastado. El joven observó su camisa agujereada y su pantalón roto y gastado, junto a sus botas sucias y rotas. Y fijó su mirada en ella, limpia e impecable, vistiendo un hermoso vestido azul, de telas tan finas y costosicímas que ni en dos vidas él podría pagar. Sonrió y asintió aceptando las palabras despectivas y frívolas de la joven.
Ella no mentía, esa era la verdad.
- No, señorita. No soy un moso, soy un obrero. - aclaró.
Luego de un escudriño minucioso le contempló seria.
- Bueno. Compermiso.- se despidió.
- ¡Esperé! - le detuvo.
- ¿Dígame.? -
- No, nos hemos presentado. - señaló.
Ella le observó en silencio y con cierta reticencia ante sus palabras.
- Me presento. Donatello. A sus órdenes. - se presentó.
Le reverenció en muestra de cabellerosidad y respeto, al levantar la mirada, la contempló ahí parada.
- ¡Sofí!- llamaba una voz femenina.
Al escuchar aquéllo la muchacha se apresuró a ir en su encuentro, pero no sin antes dedicarle una última mirada al joven apuesto y desprolijo.
- Sofí. Sofì de Veró. - agregó sonriente.
Y ante mención de ello se marchó dejándo al muchacho satisfecho y con una sonrisa en el rostro. Rápidamente al escuchar su apellido supo que era Italiana la procedencia de la joven.
Está vez tenía el nombre. Pero el de una italiana y no el de una francesa. La francesa desconocida que buscaba y vagaba en su mente constantemente.
Y que probablemente jamás volvería a encontrar.