Séptima Parte:
Le Royaume.
- ¿Es que acaso nadie vive en esta casa? He andado deambulando por un tiempo sin nadie que me reciba. - reprochó molesta.
Mérida la contempló indiferente sin mediar palabra, la escudriño minuciosamente notando lo delgada que lucía en aquel vestido de tonalidades oscuras, al parecer las nuevas tendencias de Londres le habían sentado.
- No los hay. En esta casa sólo deambulan fantasmas errantes.-
Opinó escueta.
Nathalia, le contempló en silencio mientras la mujer caminaba en dirección de las escaleras.
- ¿Y James? - cuestionó.
Merida, se detuvo.
- Él no está más aquí. - respondió.
- Eso es evidente. ¿En dónde se encuentra? - cuestionó.
- ¿A qué vienes? - preguntó exasperada.
Se volteó y la enfrentó hastiada de sus minuciosos señalamientos y constantes humillaciones, porque sí, para Merida, eran humillaciones sus visitas constantes.
- Vienés a esta casa en busca de una persona que nunca se encuentra, cuando el verdadero motivo es la evidente desconfianza que me tienes. Supervisando que no haya daños en la propiedad y que no haya escapado. - expuso desesperada.
Nathalia, indiferente e inescrutable le contempló en completo silencio. Por un momento aguardó silencio.
- Bueno, eso parece no ser ningún secreto. Y te recuerdo que no sólo vengo por el cuidado de la propiedad que le pertenece a mí familia, sino por mi sobrina a quien tú reniegas el cuidado moderadamente normal, por tus cambios de humor.- adjudicó.
Merida al escuchar aquello no pudo evitar soltar una risita mientras sus ojos se le llenaban de lágrimas, al recordar de su niña la cuál su hermana le había robado. Pues hacía unos meses por demanda familiar y médica, Elizé había tenido que llevarse a Alice, la más pequeña de los Bélanger, debido a que según el médico ella no se encontraba en condiciones de su cuidado. Pero ella era perfectamente capaz, aunque era evidente que todo aquél argumento médico era una inversión propuesta por James, y ejecutada por Nathalia, para alejarla de su hija. De la única que la mantenía cuerda y viva. Ahora, sola en aquella mansión vacía se mantenía a base de medicamentos que la adormecían de su dolor.
El dolor que le provocaba en el pecho al no tener a nadie más.
- Ya lo tienes todo, Nathalia. Ya me lo quitaron todo. Lárgate. - exigió ofuscada.
Sin decir más subió las escaleras y al llegar al segundo piso contempló a la mujer parada observándole desdé el piso inferior.
- Cuando le veas dile; que ya he encontrado un pretendiente para Adelaine, pronto le escribiré. - le comunicó.
Para luego marcharse definitivamente de la propiedad dejando a la mujer en la soledad nuevamente.
En ocasiones a Natalia, le parecía que un día, amanecería y al levantarse recibiría una carta en dónde ella debería despedir a Merida, en terribles noticias para sus hijos. Por ello de vez en cuando visitaba la propiedad, no por supervisión de su estado estructural, sino por su estado emocional.
Y a Merida le parecía que el estado de la propiedad era perfecto y siempre intacto. Siempre creyó que aquel lugar la absorbió por completo robándose todo de sí.
Ése lugar y ésa familia le habían robado todo, el alma, el corazón, la felicidad, incluso la vida misma.