Novena Parte:
|La nuit|
- ¿Has tenido noticias? - cuestionó afligido.
James, aguardó silencio ante las palabras de su hijo y con mirada seria y gesto inescrutable lo escudriño minuciosamente en silencio, suspiró abatido.
- ¿Acabas de escuchar lo que te he dicho? - inquirió seco.
- No has respondido. - señaló el joven con cierto reproche.
Y James, ya no supo que más hacer, entonces se levantó de su asiento y arregló su gabardina con cierto hastió. Observó fijamente a través de la ventana y contempló el clima frío, cómo los copos de nieve caían cómo gotas ligeras y hojas danzantes. Aquél sin duda era el invierno más frío que pudiese pasar (...) Y tan pronto cómo terminará el invierno, su estadía esporádica visitando a su hijo acabaría, pocas sería las semanas que pernotaría en aquel lugar.
Pocas eran las ocasiones en qué podía visitar a su tan querido hijo y tras casi dos años lejos de su manto, seis fueron las únicas veces en que le había visto, eso añadiendo que ni su propia madre había podido visitarle. A pesar de todo ello él trataba de verse constante y cercano a su primogénito. Aunque esté no mostrará mayor interés, ni por sus visitas ni por su ausencia, y la renuencia a dedicarles tiempo en escribirles, ése era el mayor sufrir de Merida, el no recibir ni una sola carta de su tan adorado e ingrato hijo.
Y ahora esté le reprochaba su negligencia a su padre con total desprecio e irá. Pues aunque no sonará el todo molesto, su semblante altivo y su mirada azulada tan fría, más de lo habitual, le dejaban en claro que su silencio no lo reconfortaba en lo absoluto.
Luego de esputar observó el gran cuadro que adornaba aquella pared de tonalidades tenues y claras, junto aquella decoración tan francesa y renacentista.
- ¿Qué quieres escuchar? ¿Qué es lo que tanto te aflige? - demandó en tono despectivo.
Jacob, rió sarcástico para rápidamente observarle frío y con cierto desprecio.
- Me aflige su silencio. Me acongoja no saber nada y sólo escuchar tus incoherencias. - aclaró firme.
- ¿Incoherencias? - rió petulante. - Incoherencias las tuyas, hijo mío. ¿Qué no ves? Tú estás aquí, ella allá. Enfócate en ti, que ella ya no es más tu problema.- sentenció determinado.
Jacob, frunció el ceño ante las palabras de su padre. La irá y la indignación se adueñó de él. Ya suficiente había permanecido en el exilió tras abandonar su hogar, a su hermana y dejarla desamparada, y él decía; enfócate en ti, ya no es tú problema. Él sólo decía y movía sus hilos y de repente la escena de títeres continuaba, porque para Jacob su fan estaba conformada por títeres y sus vidas eran sólo una puesta en escena, en dónde nadie sé dominaba ni se pertenecía.
Y lo peor era que él y Addy ahora eran unos personajes más en aquella aversión que su padre en un aferró les obligaba, en su sesgo.
Y tras dos años de cartas sin corresponder, Jacob intuyó lo evidente.
- ¿Por qué no la dejas hablar conmigo? - cuestionó escueto.
Y eso era lo que por la mente de Jacob, rondaba, el por qué. Sí su padre siempre fue benevolente, por qué ahora se mostraba tan reacio ante la situación. Por qué lo privaba del afecto.
Era él, o era simplemente ella. Merida, la mujer quien desde sus diecisiete venía tramando ésa terrible condena en la que ambos se veían sometidos.
- Hijo, yo no comprendo el afán que tienes por un tema tan vano. - confesó sopesando él hombre.
- Sin embargo, comprendo el interés y afectó que le tienes a tú hermana. Pero, no dudes en que se encuentra en buenas manos.- aclaró.
Y todo ello pudo hacer que Jacob se tranquilizara pero todo lo contrario sólo despertó desconfianza e incertidumbre en él. Nada de lo que su padre le había dicho le aseguraba nada, sin saber de ella, nada estaba esclarecido.
- ¿Y las cartas? - objetó.
Dos años en cartas, cartas que relataban su sentir más profundo, su pena y dolor más grande, la soledad mermada en agonía ante su ausencia. Esas cartas tan privadas que él le escribía a ella, a su musa, a su dulce prado veraniego. En las que le reconfortaba con palabras dulces y cálidas, esas en las que tanto soñaba susurrarle en la cabellera oscura abrazado a ella, sintiéndola, amándola.
Dedicándole sus noches y días, en el reino eterno y etéreo, ése bajó la sombra de aquél sauce. Contando los días las horas los segundos para encontrarse. Esas cartas que le hacía llegar a ella con la esperanza de permanecer impoluto en sus pensamientos y entero en su corazón puro y casto.
- ¿Dónde están? ¿Las tiene ella? - cuestionó al borde del colapso.
- Yo no sabría decirte. No lo sé. - confesó.
- ¿Y entonces dónde están? - inquirió expectante.
- Bueno, eso...yo lo desconozco. -
- Hijo no te aflijas tú hermana pronto regresará a casa. - añadió esperanzador.
Jacob, desconcertado frunció el ceño y contempló a su padre.
- ¿Regresará? - atinó a cuestionar muy confundido.
- En efecto. Tú tía Nathalia, ha llegado con espléndidas noticias. Adelaine, regresará y con objeto de su presencia también la realización de una posible unión. - apuntó.
Jacob, escuchaba en completo silencio cada palabra con la mirada pérdida, y una sensación de felicidad se adueñaba de su pecho casi oprimiendo su tórax. Una sonrisa estaba por dibujarse, hasta que las últimas palabras de su padre le detuvieron, y su sonrisa se desvaneció rápidamente. Sus ojos enfocaron atento al hombre parado frente a él.
- ¿Qué has dicho? - cuestionó incrédulo.
Renuente se levantó de la silla en la que permanecía inmóvil.
- Qué Adelaine, regresará. -
- ¿Y cuál es el motivo?- cuestionó pertinente.
- Bueno tú tía ya no toleraba la distancia y en el desesperó optó por buscar de un pretendiente. No lo negaré es de una buena familia con buen apellido y de la nobleza, son unos moralistas. - acotó.