- Silencio Marisol, por favor.- pidió en susurros.
Marisol la observó y no pudo evitar soltar risitas flojas y observar divertida a su acompañante.
Y Adelaine, se arrepintió de todo en ese momento, sentía que con el escándalo de su compañera no lograrían salir victoriosas de aquel arrebato por el cuál ella sentía serían descubiertas por las monjas. Presa del nerviosismo contemplaba como la rubia se aferraba al brazo del joven uniformado que la sostenía. Y no pudo evitar sentir coraje ante el estado de la joven, ante tal insensatez y el poco dominio y cuidado que tenía la joven por sí misma, hasta el punto de caer en la embriaguez total.
- ¿Sé encuentra bien? - cuestionó el joven a su lado.
Adelaine, suspiró abatida y con cierto acongojo. El joven oficial que la había sacado de aquel lugar que le había provocado casi un desmayó luego de platicar amenamente con ella hasta que está tuviera que marcharse debido a la condición de su acompañante se vio en la penosa obligación de despedirse un poco avergonzada de la situación y bastante afligida por el incierto pronóstico de la situación. Él joven preocupado ante tal situación se prestó e incistió en acompañarles a ambas hasta su morada valga mencionar que él soldado que sostenía a Marisol se veía igual de entonado que su compañera pero bastante resistente y más alegrado que flojo. Y entre los cuatro emprendieron camino hacia la institución.
- Sí, eso creo. - confesó sopesando.
- Nunca imaginé que usted se encontrará morando en un convento. - confesó.
Adelaine, lo contempló en silencio por un fugaz momento para desviar su mirada al frente, el sonido de las aves cantando y el frío clima junto al crepúsculo comenzaban a avisar a Adelaine del comienzo de un nuevo día. Caminando por la vereda de una colina verde y repleta de llanura verde que les conducía por la parte trasera del internado.
- Yo tampoco lo imaginé. - aceptó.
- Dice que está en contra de su voluntad. - asumió con cierta perplegidad.
- ¿En que mundo una mujer es dueña de su voluntad sin que le llamen caprichosa?, ¿en que mundo ella se pertenece así misma sin ser egocéntrica?. ¿En qué mundo una mujer es libre siendo ella misma, no siendo humillada? - se preguntó así misma.
Pero al sentir la mirada del joven supo que aquel pensamiento había sido recitado y había escapado de sus labios, y un sentimiento de arrepentimiento la abordó junto a la vergüenza. Pues aquéllos pensamientos aberrantes como les llamaba su madre jamás debían de ser expresados, ni mucho menos pensados.
Se sintió aterrada al darse cuenta lo que habia dicho ¿Y ahora que pensaría él de ella? ¿Qué había hecho? No supo que decir y no tuvo el valor a enfrentarlo con la mirada.
- Ésos son pensamientos muy...-
Ay no, pensó, cerró los ojos con total arrepentimiento y devastada sólo esperaba escuchar la rotunda negativa.
- Son bastante progresistas. Me ha impresionado, he de admitir. - reflexionó.
Y aquéllo causó gran sorpresa en la joven tanto que se detuvo a medio camino con la vista clavada en el suelo con total confusión. Él al percatarse la observó expectante y con cierto brillo en su mirada.
¿Qué había dicho él? ¿Qué...?
- ¿Está bien? - cuestionó.
Y por fin tuvo el valor de observarle a los ojos, esos ojos cristalinos cómo espejos, con ésa expresión de serenidad en su rostro y aquél hermoso cielo naciente tras su espalda.
- Yo... Sí...- titubeó.
No tenían palabras que expresar estaba perpleja ante sus palabras. Jamás antes se había visto en tal situación.
- ¡Ah ya pazenn!- enfatizó molesta la rubia.
Adelaine, reaccionó y siguió su camino junto al joven.
- Me parece qué le he tomado desprevenida.- concluyó en tono afable.
- Usted está en lo cierto. - confesó convencida.
- Pero...no tanto como usted lo ha hecho. - difirió.
Ella sonrió y con un brillo anhelante contempló el cielo convergente en la vivacidad de tonalidades tenues y claras.
Al acercarse a la propiedad ambas jóvenes buscaban la entrada de la parte trasera, al encontrarla ambos se dirigieron a ella y la primera en entrar fue Marisol quien risueña del otro lado de la cerca platicaba con su compañero y luego de una grata noche Adelaine no podía observar al joven a la cara, no luego de todo lo dicho y vivido. Era una pena que al conocerle en circunstancias tan desfavorables se despidieran en las mismas.
- Debo... admitir que ha sido todo un placer el conocerle. - admitió el joven con cierta precaución.
Adelaine, no pudo observarle y posó su mirada en la nada, sonrió apenada ante las palabras del joven.
- Y reconozco que me causa cierta desilusión el despedirme. - confesó con timidez.
Y fue entonces en qué impredecible fijó sus ojos verdes en los claros de él quién al topar miradas la desvió apenado y sus mejillas se sonrojaron aquéllo causó cierto sentimiento en su pecho y una gran sonrisa en sus labios.
- Me halaga, pesé a las circunstancias que nos acompañaron. Le agradezco profundamente su ayuda. - agradeció sonrojada.
Él negó mientras sonreía y le observaba fijamente, ella tímida bajó la mirada y la posó en sus manos que enlazo, se giró al escuchar las risas de Marisol.
- Supongo que este es un adiós definitivo. - supuso el muchacho con cierto halo de tristeza.
Ella al escucharle regresó su atención a él y posó su mirada en cualquier otro sitio, sintió un gran sentir ante sus palabra. Probablemente no le volvería a ver nunca más, y seguramente eso sería lo mejor para ambos, y sobre todo para ella.
- Eso parece.- confesó con cierta tristeza.
El sonido de la campana de la capilla se hizo resonar en todo el lugar, avisando a ambas jóvenes que esa era la última advertencia para adentrarse antes de ser descubiertas. Adelaine tomó su vestido y emprendió paso a la puerta donde Marisol reposaba junto a él joven, la tomó del brazo y le obligó a adentrarse, cerró la verja pero no sin antes dedicarle una última mirada al joven que le observaba esperanzador y que le regaló una última sonrisa que ella sin verlo venir le respondió para luego correr y adentrarse sigilosamente a la propiedad.