- ¿A dónde irás? - cuestionó el joven.
Nathalia, arregló su peinado mientras se observaba en el espejo y su hijo Robert, le contemplaba desde atrás. Ambos permanecían en la recámara principal que les pertenecía al gran conglomerado que le presidía a la familia de su esposo Marcus Le Blanc, una propiedad muy ostentosa digna de la fortuna que gozaba la familia. La mujer se preparaba para partir de Mónaco e ir a Londres, a ojos de su hijo eso no tenía mucho sentido. A él en lo personal le parecía que su madre siempre se tomaba responsabilidades que no le correspondían, cómo por ejemplo ir a visitar a su prima, Adelaine.
Todos los años desde que tenía memoria, su madre había hecho hasta lo imposible para siempre estar al pendiente de sus primos, pero en especial de Adelaine. Eso de niño le parecía fantástico, porque podía jugar con sus primos y evidentemente su madre compartir más con su familia, pero con el tiempo logró darse cuenta que todo aquello estaba lejos de lo que el creyó siempre fue. Pues, su madre siempre se mostraba hostil y distante de su tío James, y displicente de su tía Mérida. Además de los evidentes favoritismos que existían entre sus sobrinos, a pesar que Adelaine era la más pequeña y única mujer, cuando lo dejó de ser nada cambió. Adelaine, no fue suplantada por Alice. No para su madre.
- No te preocupes, volveré en unas semanas. - aseguró.
Él joven suspiró profundamente con cierta inconformidad.
- Ésa no es tú obligación ¿Por qué lo haces? - le cuestionó.
Ya estaba exasperado de la actitud qué tomaba su madre en referencia a todo lo concerniente a la situación de Adelaine. No comprendía aquella necedad e ímpetu. Adelaine, tenía sus propios padres, no era ninguna huérfana, su madre no tenía por qué hacerse cargo.
- Madre. -
Merida, suspiró abatida ante la insistencia de su hijo.
Ya nada más podía hacer, no había más que decir. Su hijo era ajeno a la situación. Él no comprendía y dudaba que algún día lo hiciera.
- Tú padre regresará dentro de dos días de Bohemia. Les veré luego ¿De acuerdo? - sentenció de carácter apacible y determinado.
Tomó sus guantes de seda color marfil que acompañaban aquel vestido color celeste de pliegues finos y se marchó de la habitación sin emitir más. Mientras qué Robert, se tuvo que conformar con las escuetas respuesta de su madre.
Él y Griselda siempre se debían conformar con las sobras que su madre les dedicaba. Las sobras de amor, migajas de afecto y de dedicación. Lo poco que Adelaine, les dejaba.
El relinchar de los caballos despabilaron al joven, quién se levantó de la cama y se acercó al ventanal, dónde contempló como el carruaje se alejaba de la propiedad. Y ahí iba una vez más.
Tras ella.