- ¿No has dejado de pensar en él, cierto? - adivinó la rubia con cierta mofa.
Y Adelaine, no pudo evitar en soltar una sonrisita ante las palabras de la joven. Ambas se encontraban en el sermón matutino del Padre George, ya hacía dos días de su escape y únicamente, Virginia Romero, había sido la única que se dio cuenta de la ausencia de ambas jóvenes, pero con complicidad pidió únicamente detalles de la noche.
- Silencio. - espetó.
Y Marisol, no pudo evitar soltar una risita burlona. Llevaba ya dos días molestándola con el tema. Situación que estaba empezando a incomodar a Adelaine, más luego de casi ser descubiertas y del nulo arrepentimiento que expresaba Marisol, eso le molestaba aún más.
Al terminar el sermón todos salieron de la capilla y el grupo de niñas pequeñas rebasó a las mayores las cuales caminaban mientras observaban cómo las monjas seguían a él revoltoso grupito.
- ¿Y le volverás a ver? - cuestionó la joven entusiasta.
Adelaine, negó vacilante con la vista clavada al frente mientras ambas caminaban tomadas del brazo por el camino escabroso de tierra inglesa. No podía comprender con totalidad la insistencia de su acompañante por tal tema y ya le estaba agotando.
- Porque yo sí. - expresó la joven risueña.
La pelinegra detuvo su paso al escucharle y la contempló incrédula.
- ¿Qué dices? - le cuestionó ente confusa y molesta.
- Jovencitas, vamos. - pidió la encargada.
Ambas retomaron el paso por un momento en completo silencio, mientras Marisol, contemplaba la vista basta de aquel esplendoroso día Adelaine, pensativa se dedicaba a ver el suelo en silencio total.
- ¿Cómo puedes? - cuestionó.
Marisol al permanecer distraída distó de la escueta pregunta de su acompañante.
- ¿Cómo puedes y yo no?- inquirió desconcertada.
Marisol fijó su atención en la muchacha que lucía decaída con el rostro entristecido y de perfil bajó.
- ¿Poder qué? - interrogó desconcertada.
Marisol, no comprendía en lo absoluto la actitud qué tomaba la joven, nunca la entendía. Esa noche fue, no sólo con la esperanza de encontrar alguien que le ayudará con sus propios problemas, sino también alguien a qué pudiera salvar a su amiga. Alguien que la sacará de esa pena perpetúa, de ese yugo que tanto parecía aquejarle. Pensó que sí tan sólo quizás podría existir alguien que le brindara esa felicidad a alguien tan desdichada como lo era su amiga, el vaticinio que le causaba la idea, el sólo imaginarlo le daba un poco de paz. Pero era evidente que existía un problema, el problema que recaía en Adelaine y su rotunda negativa a aspirar a más.
A velar por el sueño del amor .
- Intenta ser feliz.- le aconsejó sopesando.
Tras unos minutos de silencio, al escucharle Adelaine, no pudo evitar observarle desconsolada por sus palabras que tras de sí abrigaban un consuelo inequívoco para la joven. Consuelo inexistente para, Adelaine.
- ¿Cómo serlo? Cuando ya no sé es.- determinó melancólica.
Esa tarde fue una de las más lluviosas, en todo aquel mes. Pareciera como sí el cielo en una intervención divina quisiera mediante aquel clima expresar la tribulación perecedera en cascadas de lluvias torrenciales que en ánimos de ofrecerle algún consuelo solo la dejaba en la desventura de sus pensamientos. Ya no sólo importaba el simple hecho de ya no sentir ni percibir de la manera que un a vez lo hizo, sino el de amar, pero ¿con qué realmente? Si ha del pensamiento, sufría de la oblicua posición, en sentir en su corazón un profundo vacío y dolor constante ante un recuerdo perpetuo, al cual le era fiel con tal anhelo, que llegado ese momento el pensar en sí aquel sentir era justo para ella y sobre todo para ambos.
Pues el de olvidarle era una de las tareas más dolorosas e inasequibles ante el bello recuerdo de un amor casto, puro. De un amor fraternal y pasional. Tras dos años de la lejanía y el destierro de su tierra natal, en Francia, fue suficiente para reflexionar sobre sus sentimientos y aunque con pesar Adelaine tuvo que aceptar la triste confesión que le llevaron sus sentimientos, pues a pesar de la distancia, en palpitar colérico y ardiente retumbando en su pecho como fuego ardiente y lava recorriendo sus venas, lentamente la consumía en el desespero de un amor frustrado, herido y debilitado, que con sumo esfuerzo ella trataba de olvidar y desterrar de su pecho, pero su falta de dominio le jugaba una contra parte.
Y en vez de generarle una frustración violenta, le generaba un dolor profundo. Comprendía que en su poder ya no estaba el de interferir ni objetar ante sus claros sentimientos.
********************************************************************************