- Y ya no olvides. Mis deseos. - pidió.
Bajó su libro al terminar la última frase y contempló al joven que le observaba sentado en una silla frente a ella. Él le escudriño en silencio absoluto por unos largos segundos en dónde no hizo más que contemplarle. Adelaine expectante le observó fijamente para acto seguido recostarse en su silla. Aquella era una tarde calidad a la luz del crepúsculo anochecer. Ambos se encontraban en la recámara de Adelaine, pues era en la única en la que prácticamente Jacob, permanecía ocultó.
Y ahora acalorada la joven de trece se abanicaba con la mano rendida ante la temperatura tan elevada de aquel día.
- ¿Te quedarás callado? ¿No dirás nada? - le cuestionó.
La joven posó su mirada verdosa con cierto tono inquisidor ante el silencio de su hermano, pues era evidente que Jacob, era un muchacho de muy pocas palabras, siempre lo había sido, incluso con ella. Pero últimamente ya no era lo que solía ser, ahora se mantenía más serio de lo habitual, con el gesto inescrutable, distante, ausente. Algo estaba pasando, él ya no la miraba como antes, con esa sonrisa risueña, y ya no le reía sus gracias, ni chistes, ahora parecía siempre apático e indiferente, incluso con ella, ya no le consultaba absolutamente nada, y eso en vez de entristecerle le terminaba por frustrar, por el simple hecho de no comprenderle. Ella ya no entendía lo que sucedía, ella seguía siendo la misma, pero él.
Él ya no era ni la sombra de lo que alguna vez fue, ahora la veía a los ojos para esconder la mirada como un ladrón y se marchaba sin dar explicación. Sus silencios eran ensordecedores y afilados como cuchillas lacerantes.
Y eso sólo la molestaba, tanto así que terminaba por despotricar encontra suya, en las ocasiones en las cuales encontraba oportunidad, cómo sentarse lejos de él en el comedor, prohibirle la entrada a su habitación, empujarlo por el hombro con total indiferencia cada que se lo encontraba, esconder sus partituras y tirar una que otra mofa en contra suya, dedicando a todo argumento suyo toda la ironía y burla posible. Evidentemente no era lo más maduro, pero ella lo sabía y no le importaba, se avalaba con el simple hecho de ser infantil porque era una niña, y eso Jacob, no sé lo cuestionaba.
Él ya ni siquiera le dedicaba el tiempo para cuestionarla. Y eso a ella la hacía sentir irrelevante.
Y en el fondo le causaba un dolor profundo, que en la soledad de la noche la consumía inexplicablemente.
Con la vista clavada en la portada dura del libro que reposaba en sus piernas, suspiró profundamente.
- Sí ya no me diriges más la palabra, será mejor que te marches. - sentenció determinada.
Y fue ahí en qué la atención del joven fue captada por completo. Ella no pudo verlo a la cara, ni al iniciar, ni al terminar la oración más amarga que había escapado de sus labios. Esa qué iba con tanto desason.
Mantuvo en todo momento su mirada clavada en aquel libro, cómo sí esté tuviera todas las respuestas y soluciones del planeta, y su respiración agitada llenó el compás en su pecho unido con los latidos mortificados de su pecho.
Jacob, se mantuvo en todo momento en silencio, observándole hasta el punto de dejar caer sus hombros y bajar la mirada a sus manos, sin nada que decir se marchó de la habitación, abandonando a la joven.
Y con la vista cristalina clavada en el frío suelo, sus labios trémulos contenidos de aquel dolor que sólo buscaba escapar de ellos, permaneció inmóvil sintiendo el corazón acelerado, la respiración afectada mientras él se iba y desaparecía como un fantasma frente a sus ojos.
Aquél sufrir que padecía la consumía en todas las formas posibles, el silencio, su silencio le mataba. Porque no había nada peor que el silencio atosigante y estrepitoso que le acompañaba a todos lados. Qué imponía y mataba.
Sin esperarlo más, decidida, movida por la intriga la aflicción, la frustración. Se levantó de su asiento y violentamente abrió la puerta que le brindó una amplía vista del pasillo principal vacío, al no verle, con total afán y desesperó camino apresurada en busca de su encuentro, no fue mucho para encontrarlo parado a espaldas observando por la ventana, frente a ella, imponente.
Él al ser consciente rápidamente de su presencia le observó de reojo con el perfil de lado.
Ella le contemplaba enmudecida, sin saber que decir, mas el problema no era que no supiera en sí, sino que sentía. Sentía el alma enrarecida, abolida por el permanente silencio.
- ¿Ahora cada que te lo pida, me dejaras? - cuestionó titubeante.
Él no la observó en ningún momento, observando a través de la ventana contemplando la luz tenue reflejada de aquel día espectacular. En silencio permaneció hasta que logró escuchar un suave sollozó tras suyo que logró captar su atención rápidamente, se giró y la contempló ahí, parada frente a él, expuesta y deshecha, adolorida.
El corazón se le partió y el alma se le destrozó.
- Ya no me lo pedirás. No hará falta. - sentenció serio.
La joven con la mirada irritada y las mejillas humedecidas le contempló desconcertada ante sus palabras.
- ¿Qué dices?-
- Digo que lo mejor será que cada uno se distancie, ya somos mayores, debemos ser independientes, es lo mejor.- confesó escueto.
L joven frunció el ceño y contrajo el rostro en una mueca de disgusto e inconformidad ante las palabras de su...her...mano.
- ¿Distanciarnos? ¿Acaso me odias? ¿Te irás? - cuestionó afligida.
Él joven detuvo su respiración ante las palabras tan tristes que salían de los labios de la muchacha.