Parte Seis:
- Es una tragedia. - admitió la joven.
- Lo es, que tristeza, no terminar con el ser amado. - recitó otra.
- La tragedia está ya muy trillada.- asumió Marisol inapetente.
- ¿Te lo parece? - cuestionó Adelaine.
- Si, yo prefiero las obras de Homero, sin duda. Aristófanes me parece muy...- comentaba la joven.
- ¡Escóndanlo! ¡Ahí viene la monja Carmela! - avisó una muchacha.
Rápidamente la joven guardó el pequeño librito tras su espalda y al pasar la monja todas las jóvenes le reverenciaron en cortesía.
- Casi nos atrapan.- exclama una.
- ¿No entiendo por qué no podemos leer. - cuestionó una joven.
- Porque es pecado. - obvio otra.
- Son sólo historias. - evidenció Adelaine.
- Pero paganas. - le siguió Marisol.
Adelaine hizo una mueca de disgusto ante las palabras de su acompañante.
- Vamos que ya es la hora de cenar. - recordó una joven al resto.
Todas asintieron y le siguieron al comedor en grupo.
- Y...ya no me dijiste que pasó. - recordó Marisol.
Adelaine frunció el cejo confundida ante sus palabras.
- ¿A qué te refieres? - inquirió desconcertada.
- Pues a...- decía.
- ¡Señorita Bélanger! - llamó una joven del clérigo.
La pelinegra se detuvo y observó a la joven quién osaba en utilizar un bolso atestado de correspondencia.
- Me alegro verle. Desde hace dos días le llegó correspondencia de Francia, Marbella. - informó serena.
Adelaine le recibió la carta luego de que está se la entregará y la sostuvo en sus manos con tal delicadeza como sí está se le fuera a deshacer de entre sus manos, así fue cómo la contempló con tanto afán, cómo sí fuera el mapa que la dirigiría al Santo Grial.
- ¿Adelaine te encuentras bien?- cuestionó Marisol algo preocupada.
Tras espabilar ante el llamado la joven asintió algo desorientada y decidió ausentarse en la cena de aquella noche, con el semblante algo descompuesto se dirigió a su habitación en dónde se olvidó que para llegar era un largo camino, pues su pensamiento estaba ocupado en un sin fin de ideas y preguntas.
Dos años y ni una carta ¿Eran ellos o...era él? ¿Y si era él? ¿Qué le diría en ésa carta? ¿Qué tal para decirle que ya no le ama, que ama a alguien más, que desposara a ése... alguien? Ante la idea Adelaine niega y un posó de lágrimas se estanca en sus esmeraldas. Se recuesta en la pared fría y contempla el frío suelo que es alumbrado por una tenue luz. Desconsolada y con debilidad yace postrada en el duro suelo.
Tras un momento permaneciendo en tal situación al escuchar el eco de pasos decidió levantarse y correr escaleras arriba, en dónde se dirigió a su habitación compartida con otras dos jóvenes que en su momento no se encontraban. En un arrebato desesperado cerró la puerta con la tranca y se recostó sobre ella con el semblante afectado y el rostro entristecido y marcado por llanto.
En su mano yacía aquella carta blanca sellada con el símbolo impreso del escudo de la familia, contempló la carta por unos largos segundos y con pasos inseguros se acercó a la pequeña mesita en donde sacó el pequeño y delicado metal en forma de daga y con delicadeza abrió el sobre, expectante retiró con sumo cuidado la hoja doblada en tres dobleces y la observó en silencio con el pecho comprimido, al abrirla tal sorpresa se llevó al reconocer la letra. Se llevó la mano a los pálidos labios, que amortiguó el leve gemido de impresión.
Limpiamente en una caligrafía limpia y elegante escrito en tinta negra, permanecía las palabras que le removerían cada molécula de su cuerpo y alma.
Las que le despertarían la esperanza que una vez enterró profundo. La esperanza de un corazón latente, hambriento y deseoso de anhelo.
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