Primera Parte:
La décision
- ¿Ves aquella nube? - cuestiona.
Los ojos de ambos permanecían clavados en aquél techo azul adornado de nubes blancas limpias.
- Es un elefante. - aseguró la joven.
Y rápidamente la estrepitosa risa aguda del muchacho resonó llamando la atención de su acompañante quién le observó sorprendida de costado, admirando su perfil en silencio.
- ¿De qué te ríes tonto? - preguntó.
Él terminó de reír paulatinamente luego de escucharle, para acto seguido observarle. Y con el semblante divertido contemplarle sin miramientos en silencio por un largo tiempo.
Ella paciente y expectante le observaba con sus grandes orbes verdes brillantes bajo la sombra de aquel Sauce que meses atrás habían descubierto, recostados en una manta ambos descansaban imperturbables en el silencio apacible de aquella espléndida mañana de verano.
Aquel pequeño y oculto ''paraíso'' justo como ellos le nombraron ocultó a varias hectáreas a lejanías de su propiedad, ambos disfrutaban de aquel afrodisíaco lugar, el idóneo. El secreto, únicamente de ellos.
Pero en aquél silencio, ése de miradas profundas y labios fruncidos, ésas palabras danzantes ensordecidas e inexpresivas dejadas cómo hojas danzantes en la brisa, ninguno dijo nada, ninguno pensó. Sólo sintieron, sintieron el peso de sus pechos, de sus respiraciones quietas y de sus corazones avivados y del revuelo de mariposas como huracanes en sus estómagos.
Porque sin decirse nada en aquéllas miradas puras y llenas de brillo, de amor, iban dichas todas las palabras. Palabras que sólo el corazón entendía y que el cerebro no era capaz de alcanzar a recitar a través de sus bocas, ni el poema, ni el soneto más bello podría decir lo que el corazón y sentía.
Lo peor de todo era que ambos sintiendo lo mismo, el pecho rugiente y acelerado las miradas desbordadas las respiraciones agitadas y las almas desenfrenadas de ambos jóvenes no podía lograr que ambos esclarecieran con total raciocinio aquel sentir que el cerebro no lograba responder coherente.
Ella le llamaba fuego y él locura.
Fuego lo que sentía en su pecho, incontrolable, la consumía de maneras que estaban fuera de su dominio. Y la locura, sólo a ésa conclusión llegó luego que lo consultará con su padre, al preguntarle a su padre y declararle que era lo que sucedía cuando la mente y el alma entran en conflicto y ninguna llega a la misma conclusión, él le dijo que a eso se le llama locura y que aquello no tiene cura alguna.
Entonces él lo acepto.
Estaba completamente loco.
Pero ninguno lo decía, no decía que uno estaba loco y que el otro estaba en fuego atosigante.
No lo decían porque sus mentes desesperadas le pusieron nombre a eso que no sabían interpretar, eso que sus miradas gritaban cómo locos desesperados.
- Mañana cuando despierte, estarás a mi lado. - aseguró calmada.
Él sonrió inconsciente con la mirada puesta en ella.
- Esa y las demás del resto de tu vida. - prometió.
Con semblante apacible ella le contempló en silencio mientras mantenía fija la vista en ese mechón rubio que danzaba al son del viento.
- ¿Sin importar que diga el resto?- cuestionó expectante.
- Nada me importa más. Nunca, jamás. – aseguró vehemente.
Ella no dijo más para rápidamente en un acto y gesto involuntario posar su delicada mano en su rostro suave y fino de piel ligera y blanca, su corazón estalló y el alma se le fundió ante su tacto. Él sin pensarlo un sólo minuto al sentir su débil y febril roce cerró los ojos y permaneció inmóvil quieto como una fina rama de árbol que es mecida por la fría y salvaje brisa.
A ambos el corazón les latía acelerado, enmudecidos en la calma del silencio apacible aquel lleno de promesas y palabras dulces de recuerdos vívidos. En el jardín de sus almas tiernas descansaba la infinidad de rosas puras hechas de la imperturbabilidad de su ser. Él una vez le dijo que por cada flor hermosa en el mundo así era la infinidad de amor que sentía por ella, entonces ella respondió que cada color de esta era bella y única como un jardín de esperanzas y sueños, él río risueño en ese entonces y dijo que tan infinito y único era aquello más puro y bello en la tierra por lo único que él pelearía en la vida, por lo que mataría y moriría y sobre todo amaría.
Fue entonces que en aquel momento ninguno necesito decir nada. Las palabras estaban demás para ellos.
No había nada que decir, solo el que pensar y el sentir.
Así vivían aquel sentir, su amor.
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¡Es una loocura! Acá se está cayendo el cielo
¡Aaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh!
¡Qué maravillaaaa!
¡Feliz fin de semana a todos!
;)