Tercera parte
- ¿Partiremos a Francia?- cuestionó ida la joven.
Su mirada permanecía perdida en el horizonte, la suave brisa de aquella tarde despeinaban los cabellos sueltos de su peinado recogido, junto a el sonido cálido de los pájaros que corrían a las ramas de los árboles a descansar con la pronta caída del día y la naciente noche asomándose lentamente, el clima se serenaba con el pasar de los minutos al igual que el cielo despedía los últimos rayos del sol.
Una ramita se deslizaba entre sus delicados y finos dedos que en sus puntas permanecían rosados y helados por el clima, sentada con una mano en el vientre, pálida y abstraída dejó que sus recientes palabras escaparan y afloraran como un rocío estacional, ése qué la brisa roba.
Nathalia la observó enmudecida con gesto inescrutable, ambas permanecían sentadas en el fresco y verde pasto que se encontraba en la parte trasera de la institución. Con aquéllos vestidos de colores opacos.
- No. Aún no iremos a Francia. - explicó serena.
El motivo de sus palabras apacibles, pero decididas que afloraran de sus labios como miel fresca, de un dulzor amargo y áspero, casi cómo la fórmula violenta de la naturaleza hecha para matar y envenenar el alma de aquéllos de joven alma y corazón puro. Demasiado sutil hasta para su propio beneficio. Pronto Adelaine fijó su atención en la mujer que yacía a su lado y latente con la intención y el interés, supo que aquello nada bueno supondría, retener más la partida de Londres a Francia sólo implicaba una intención oculta que en nada le sería de su agrado personal.
Aferrados sus dedos pálidos a la rama de corteza seca observó al frente cómo el ocaso dibujaba la triste partida de un día y como en su cabeza, como una corona, una estela brillante cuál firmamento de estrellas yacía sobre ella. Tragó de su saliva apesadumbrada, taciturna, quieta infringía en lo profundo de su alma y mente lo que sabía tarde o temprano llegaría. Aceptarlo era el único precio que debía pagar por aquel viaje, ese era el boleto más grotesco y costoso que debía pagar.
- Antes de partir debemos escoger a un buen prometido. - acompañó la mujer para desgracia de la muchacha.
Nathalia le observó en silencio, y en la sombra oscurecida de su silueta, su rostro dócil bañado en la pena absoluta, de labios sellados y lágrimas agrias acumuladas, deshecha en la infelicidad y penuria inconsolable.
Comprimido el corazón de la dama no pudo evitar caer en la debilidad de la empatía absoluta ante el estado de la joven que ante sus ojos era y sería su dulce risueña muñeca de ojos tan verdes como el prado veraniego y de cabellos tan oscuros como la noche. Quién fuese ella para acabar con su infelicidad tan profunda. La impotencia sólo le generó un estrepitoso dolor en el pecho que desquebrajó toda coraza y fuerza de voluntad que le impidió de abstenerse y brindarle consuelo con sus brazos cálidos que ante el mínimo tacto despertaron la mescolanza de un sentimiento dulce, árido en lo profundo de su ser, ese sentir tibio como la sangre, fuerte como el latir de un corazón y arraigado como la carne al hueso. Ése sentir fuerte que nace en el pecho, feroz, dulce, cálido y protector, como el del manto cálido y reconfortante de sol próspero a una tierra fría y desprotegida a la espera de la vida y ternura de una mañana tibia y regocijante.
En brazos cálidos y acogedores, el consuelo no fue sin más que una nimiedad que no mermaba el acongojo de la joven que en desconsuelo ya ni el pobre y agrio llanto escapaba de su ser, tan así de seca y muerta se sentía su alma. Poco de la joven triste quedaba, de esa chiquilla rebosante y entristecida del amor aferrado a sentimientos consumidos de un sentir desolado, abatido y manchado en desasosiego barrido en un mar de lágrimas perpetuo, de un alma herida e inhabilitada condenada al abandono, al suplicio encarecido de una resiliencia silenciosa, agitadora de males del alma, perpetua a la aceptación.
El llanto había apagado toda llama ardiente y deseosa de un elixir prohibido. En dos años Adelaine se preparó mentalmente para afrontar su pronta y certera realidad, una vida en dónde no cabía más que las necesidades generales de una dama. Ya no sería más una chiquilla, la dulce Addy desaparecería y con ella su amor ocultó y más profundo.
Ambos enterrados bajo una noche estrellada y una luna menguante, en el frío y en la inconmensurable oscuridad avasallante. Ya estaba decidido, pero en esta ocasión ella lo había decidido. En está ocasión ella decidió dormir el corazón por la eternidad para sobrellevar aquella vida impuesta sobre un interés más real y material, que un ficticio amor.
Estaba decidido.
- He conocido a un muchacho tía. Y le quiero, tanto como para desposarme con él. - informó con la garganta estrangulada en un nudo que influyó en su tono serio y seguro.
Nathalia, no le vio, bastó con escuchar sus palabras para saber que todo aquello eran las palabras de una joven asustada, adolorida, enfurecida y sobré toda desdichada.
Y Adelaine sólo creía que lo correcto era ser frívola y pragmática ante las situaciones que le acontecerían de ahora en adelante, la madurez era lo único que le salvaría de la desgracia de su descuidado corazón.
Eso y el olvido absoluto que ya su mente debía trabajar, la mente y el alma desterrados de recuerdos preciados y adoradores, enterrados en lo recóndito del corazón. Para así darle paso al invierno más frío y borrascoso de las venideras adversidades vertiginosas y déspotas que en crueldad la harían fuerte ante su sufrir.
Así lo creía, pero el creer con la realidad en nada se comparan en cuestiones del corazón. Adelaine precipitada quería que el día se volviera noche y que la primavera apareciera sin el continuo de sus estaciones, inocente y desesperada se sostenía como la llanura de la tierra en una tormenta esperanzada a no ser arrancada y despojada. A no salir disparada a lo impredecible y que en su encuentro terminará nefasta y trágica situación.