PARTE FINAL
Serena la tarde, el cantar de las aves resonaba a la salida, en las crespas de los árboles que danzaban a la ráfaga del viento estás chocaban contra las ramas.
Adelaine se abría paso con lentitud hacía la entrada repleta de personas frente a ella, todo a su alrededor era difuso, las personas no tenían rostro, ni voz, solo un zumbido resonaba a su alrededor, su vista permaneció fija en un solo lugar, ni ella misma sabía en qué, solo caminaba y contemplaba al frente. Su brazo cayó inerte al soltarse del de su tía.
Sintió como caía al vació, justo como una mariposa que se impulsa desde una rama para volar y entregarse a la inhóspita y aterradora nada, sin nada más qué sus alas deteniendo su cuerpo de caer en la profundidad.
Sus manos temblorosas y heladas, el corazón desembocado, la respiración acelerada y el alma en acongojo arraigado y abrazante, se detuvo a mitad de camino, y contempló como el silencio se adueñaba de todo, de repente el zumbido desapareció abruptamente, cómo el mar y las olas se abrieron paso. Ahí estaba, su amado Jacob, estaba ahí, frente a todos.
El corazón se le detuvo por un momento y la sangre agolpó en sus pies, sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo. Lo observó fijamente, parado ahí frente a ella, a tantos pasos de distancia y no le tomó de mucho para que sus ojos se convirtieran en posos acuosos.
No lo pudo evitar y se preguntó ¿Dónde...? Trémula e incrédula ¿Dónde estaba él?
Sintió como unas manos se pasaban en sus hombros, pero le tomó tiempo despabilar y notar la presencia de su tía Nathalia a su lado que sin que ella fuese consciente la consolaba tierna.
- Lo lamento tanto Adelaine. - susurró afligida a la joven angustiada.
¿Por qué ella se disculpaba con pesar? ¿De qué le compadeció? Sé cuestionó duramente a sí misma. En su momento no lo comprendió, todo era confuso.
Las lágrimas brotaron como la lluvia recia del cielo gris y triste. Pero aquella no era una tormenta, eso lo supo en el primer momento...al verlo, a él... así.
- Bienvenida querida. - saludó Merida alegré.
Y entonces su vista vidriosa se despegó de su figura alta y a sólo unos metros de distancia, estaba ella, una joven hermosa, de cabellos castaño como el caoba de piel tersa y blanca. Sus facciones era tiernas y dulces, pero su mirada decidida, ojos ámbar relucientes y una bella sonrisa, de cuello largo y porte elegante tras aquellas prendas finas y recatadas.
Todos felices le daban la bienvenida a los recién llegados, sonrientes e ignorantes del sufrir y padecer de los desdichados y abandonados.
Por fin cuando él la contempló y se encaminó a su encuentro tardío, llegó con pasos lentos, con la mirada serena y sin el brillo natural de sus zafiros. Físicamente era distinto, estaba más alto, con tal porte que desprendía a su paso afilado clase y gallardía nata. Pero, aquél no era su Jacob.
Al verse ambos de frente, él sonrió y con modalidad le saludo con una respetuosa reverencia.
- Hermana. - saludó ajeno y gélido.
Perpleja le contemplaba con incredulidad y confusión. Negada lo veía y no lo creía.
Aquello parecía un mal sueño.
Pensó notar en sus ojos, aquel brillo tan suyo, pero pronto despareció.
Él no era quién parecía ser. ¿Dónde estaba? ¿A dónde había ido?
La peor de las tristezas baño su semblante y amargo fue el sabor de sus lágrimas que reclamaban la superficie de sus mejillas.
- ¡Querida Adelaine! ¡Hermana mía! - saludó entusiasta la joven con animosidad.
Se aproximó a los hermanos y se situó al lado del mayor a quien tomó del brazo y con alegría contempló a la joven pelinegra.
- Es bueno saber que ahora además de una amiga tendré una hermana menor. ¡Qué alegría! - celebró.
Adelaine la observó perpleja y asombrada para luego posar su atención en el muchacho que con la mirada fija en ella al notar sus ojos preciosos, vidriosos, no pudo evitar desviar rápido la vista de ella.
- ¡Qué descortesía! ¡No nos hemos presentado! Aunque debo imaginar que tú hermano en sus cartas me habrá mencionado de seguro.- comentó con cierta complicidad jovial a la menor.
El muchacho no sé podía mostrar más serio y desinteresado, aunque su cuerpo rígido y músculos tensos decían todo lo contrario.
- ¿Cartas? - susurró desconcertada.
La mirada verdosa de la joven no sé despegaba de él y estaba tan bañada en duda, tristeza, rencor, dolor, aflicción, en confusión.
¿Qué pasaba? ¿Quién era ella? ¿Dónde estaba? ¿Por qué parecía que todo a su alrededor le era desconocido? Cuestionó cansada para sus adentros.
- Él me ha contado tanto de aquí, bueno, ha sido poco, pero lo ha hecho y no aguanto porque nos convirtamos en inseparables.- develó efusiva la joven.
Adelaine no cabía más en su desconcierto. ¿De qué hablaba ella? ¿Inseparables?
- ¿Disculpa pero...- decía.
Ella negó y le saludo con una reverencia.
- Louissa Láfut. Un placer. - se presentó sonriente.
Adelaine se quedó muda y con el semblante serio. Mientras él no la dejaba de ver en todo momento, cómo si al apartar su mirada de ella no le dejará saber lo que por su mente pasaba, lo que su lenguaje corporal le podía revelar.
Pero ella inmutable e imperturbable se mostró ante la situación. Acorazada lo contempló en silencio con la mirada dura y con desdén.
Entonces él no supo ya que interpretar.
Ambos se contemplaron una última vez, cómo dos desconocidos.
- Tú eres Adelaine, ¿No es así? Su hermana. - corroboró.
Con el corazón en la mano inspiró profundo y de lo más profundo de su ser sacó la fuerza que en ése momento no tenía, para sonreír a ambos.
- Sí, soy Adelaine, la hermana de Jacob, no te equivocas. Sean ambos bienvenidos. - acompañó.
En su momento a su mente no vino ningún pensamiento, ni ninguna clase de cuestionamiento al ver la llegada de aquella joven y fresca presencia que vivaz y alegré se regodeaba en las atenciones y mimos de todos los presentes. Y que tierna y atenta procuraba la atención de su hermano al cual como un rayo de luz tenue apunto de desaparecer buscaba su calor en auxilio de no desvanecer.