El secreto

Los hijos del diablo

Esa tarde en la plaza, Hisae y Rafael competían por llegar más lejos sin caer del pasamanos de fierro, en tanto Clara y la hermana pequeña de Hisae se tiraban por el resbalín. Él y Oni jugaban en la iglú antes de tener un ataque de sed. Oni siempre cargaba dinero en sus bolsillos, por lo que, avisó al adulto a cargo y se dirigió al negocio de la esquina y por supuesto él –Yossemazten-, el niño con el nombre más extraño en la ciudad fue el asignado para acompañarlo. Debía ser el destino puesto que “Oni”, es un nombre que compite por ser igual de raro.

Dejando al grupo de amigos en la plaza, cruzaron la calle para entrar en un pequeño bazar ubicado en el patio de una casa. Desde la puerta, observó al chico asiático intentar pagar con billetes de más, monedas de menos, y complicarse por completo. Tras soltar una carcajada, Yossemazten se acercó y le quitó el monedero para enviarlo de vuelta a la plaza:

—Lleva los jugos, yo pago. —Dijo, divertido.

—Bien, pero que no falte dinero. —Algo receloso y enfurruñado, Oni se fue a la acera.

Era una transacción sencilla para ellos; cualquiera puede hacerlo, pero comprendían que, siendo su primer año en Chile le costara…

«Pero ¿podía enojarse tanto como para dejarlo sólo en la tienda?» Se preguntó cuando notó que no lo esperaba en la entrada…

En frente seguía el grupo de amigos jugando. El padre de Rafael volteó a verlo y le hizo un gesto para que se apurara en volver, pero faltaba Oni.

—Vendrás conmigo, niño. —Una voz dura lo sorprendió y volteó.

A unos metros, un hombre adulto cogía por la muñeca a su amigo; lo tironeaba y discutía con él mientras lo arrastraba, alejándolo de la plaza.

Con el corazón en la boca, Yossemazten quedó paralizado… ¿Raptaban a su amigo enfrente de él? ¿Qué acaso ese hombre, no es el cura de la iglesia de junto? ¿Qué debía hacer?

Miró hacia el padre de Rafael, pero estaba pendiente del resto de los niños y no los miraba. Tras titubear corrió, recogió la bolsa de jugos que dejó caer Oni y los siguió, escondido en una esquina observaba la escena. Aquel hombre de Dios tenía una cadena pegada al brazo de Oni y citaba palabras en latín antiguo. El pequeño soltó un grito desgarrador, con sus ojos en blanco y su inocente figura mitad japonesa se volvía la de un ser místico… Un demonio.

Por fin el hombre de Dios pudo ver la verdadera figura del demonio que buscaba.

Los rumores de que sus amigos estaban poseídos por el demonio… ¿Eran ciertos?

******

Todo comenzó unas semanas atrás, en el patio de su casa. Un domingo en que Rafael y Yossemazten conversan sobre el libro que les ha dado a leer en clases la maestra: “Papelucho”, al primero le ha parecido muy gracioso el libro y bastante ingenioso el chiquillo, mientras que al último le parece un tanto aburrido.

—¿Cómo puedes encontrar aburrido el libro? ¿Leíste al menos la mitad?

—Leí todo, pero es que Papelucho no me parece agradable.

—¿Y qué te podría caer mal de él? Es un niño falso, de un libro.

—Pero si fuera cómo nosotros, me caería mal. —Respondió el anfitrión cuando su madre les habló desde la puerta para avisar que ha llegado Clara, la vecina con la que juegan desde el jardín de infantes.

La mujer volvió al interior de la casa, dando paso a una pequeña bastante agobiada, quién con sus ojos muy abiertos ignoró cualquier advertencia sobre la salud y exclamó: ¡Los mellizos, los mellizos están poseídos por el diablo! —La cara de sorpresa de los niños fue inmediata, y pedía a gritos una explicación—. La señora Moni fue a buscar su tónico para las arrugas y le dijo a mi abuela, que la vecina de enfrente le contó que su hermana vio cómo Hisae le prendió fuego al cura.

—¡Wow! ¡Genial!

—¡Rafa! No es bueno, el cura dijo que están poseídos. ¿Y si les pasa algo?

—¿Y será verdad? —Yossemazten, siempre analítico, miró a sus amigos con seriedad— La señora esa, siempre está contando cosas. Mamá dice que la mitad de sus historias son falsas.

—Pero no es de ella po, si ella dijo, que quien vio quemarse al cura fue la hermana de doña Emita, la señora Moni vive enfrente de ella.

—¿Esa es la señora con pecas y pelo rojo? —Rafael, frecuentemente olvida los nombres de todos—. Porque ella siempre sabe todo lo que pasa. Eso dijo mi mamá.

—Sí, esa y yo le creo. —Explicó la niña.

—¿Crees que están poseídos? —Preguntó el niño con sus ojos verdes fijos en la mirada insegura de la pequeña.

Curiosos del tema, los amigos decidieron revisar la biblioteca de sus respectivos padres buscando información para ayudar a sus amigos, la de los padres de Rafael tan sólo era un pequeño librero y no tenía más que dos libros de leyendas, mientras que la de Clara era una pared llena de libros sobre hierbas y seres místicos, de leyendas o fantasiosos. Pero no, en lugar de respuestas consiguieron que Clara se contagiara de la peste que estaban sobrellevando- hace unos días -sus vecinos y compañeros.

Al día siguiente, después de desayunar, Yostin -cómo le dicen para acortar tan extravagante nombre- aprovechó el tiempo revisando aquellas cajas de libros que sus padres han escondido en el entretecho. Si no fuera un secreto, habría invitado a sus amigos a esta faena, sin embargo… ni siquiera él debiera entrar en aquel lugar. Esperó a que el matrimonio estuviera ocupado para subirse en el librero y abrir el hueco escondido en el techo. Había descubierto ese espacio durante el verano, en una noche que se levantó para ir al baño y vio a su madre bajando de ahí. Ella confesó que ahí estaban aquellos objetos que escondían de él y del mundo e hicieron un acuerdo, él guardaría el secreto y evitaría a cambio ella convencería a su padre de instruirlo sobre sus orígenes, pero… ahora tenía la excusa perfecta para saciar su curiosidad y desobedecer.



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En el texto hay: exorcismo, secretos, amistad

Editado: 06.02.2025

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