El secreto bajo las hojas

Capítulo 1. Volver a ti

Cada paso que dan mis pies arrastra consigo un recuerdo. Un momento que se ha ido con aquel suspiro de vida que ya no fluye más por mis fosas nasales. La primera vez que anduve en bici, el yeso alrededor de mi brazo, las piedras que tiré al río con mis primos, mi primer beso, todo, todo es parte de una vida que ya no me pertenece. Todo se ha marchitado, todo llegó a su fin. Y cómo si nunca hubiese existido, me desvanezco en la mortalidad de mi absurda vida.

El bosque parece un laberinto enorme y no dejo de caminar en círculos por los mismos árboles, pisando las mismas hojas, una y otra vez, bailando con el aire sin que él pueda sentir mi presencia. Mi alma se encuentra perdida, desorientada, atrapada en ese lugar justo en medio de la vida y de la muerte. Entonces, tu silueta aparece entre la sombra y la neblina del ocaso, como un dulce sueño, doblegando lo que queda de mi cordura.

─¿Qué estás haciendo aquí? ─te pregunto, pero la voz que emana de mi garganta no traspasa la cristalina barrera que nos separa. Es algo tan gutural e inexpresivo, que ni siquiera puedo reconocerla del todo. No parece mi voz.

Una sudadera color violeta junto con unos jeans desgastados, parecen el atuendo perfecto para venir a visitarme en mi funeral. ¿Dónde quedó la formalidad de vestir de negro? Miras hacia todas partes y golpeas las hojas con tus pies. Todo es ira y consternación en tu rostro. ¿Qué es lo que estás haciendo aquí? ¿Por qué regresaste? ¿Acaso viniste por mí?

Mi mano intenta acariciar tu bonito cabello de fuego, pero no puedo tocarte. En realidad, nunca pude. Siempre tan distante, tan fría, e indiferente, que la misma muerte no logra marcar la diferencia.  Aún sigues doliendo como la primera vez.

Me miras y tu mirada me atraviesa. No puedo más que contemplarte mientras me pierdo como tantas veces en tus bellos ojos.  ¡Oh! ¡Cómo amé esos ojos verde mar, en los cuales hoy no reposa mi reflejo!

─Perdóname, Asher ─susurras sin ánimos de ser escuchada─. Si todavía puedes oírme... si todavía queda algo de ti en este mundo… solo quiero que sepas que lo siento. Lo siento, Asher. Lo siento de verdad.

¿Se le puede pedir perdón a los muertos?  ¿Qué caso tiene? Antes creía que los muertos no podían escuchar desde el más allá. Creía tantas cosas sobre la muerte que incluso preferiría que así fueran, que hubiera una paz infinita o un descanso eterno; pero no. Nada es igual del otro lado. Te escucho y de nada me sirve, te miro y sigo sin estar aquí. Hablo, grito, lloro y los sonidos no existen. ¿Qué caso tiene pedir perdón cuando nadie puede otorgarlo?

Te pones de rodillas y cubres tu rostro con las palmas de tus manos. Al instante escucho tu singular sollozo. El mismo que me devuelve todos los dolorosos recuerdos de un solo golpe, como una ráfaga de ametralladora atravesando mi pecho. Tus gritos y tu dolor, tu llanto y tu ingenuidad, mi tonta valentía… todo está ahí, tan poderoso y real como aquel día.

Soy yo el que debería pedirte perdón, soy yo el que debería ponerse de rodillas ante ti. No pude salvarte, Nicole. No pude detenerlos. No pude hacer absolutamente nada. Yo que tantas veces juré amarte, no pude protegerte del peligro latente que tú creías dominar. Solo fui un inútil espectador en aquella atroz escena. Un cadáver, sí, eso era. Un cadáver encadenado, obligado a ser testigo de un repugnante crimen. Porque mientras tú te desmoronabas en pedazos, yo moría. Moría antes de morir.

─Asher ─murmuras y el viento vuelve a soplar para enfatizar tu delicada voz y volverla eterna.

Sigo muerto. Condenado a este abismo de perpetua tortura. Mirando y escuchando, sin poder hacer nada. Me acerco a ti, de rodillas sobre el manto de hojas naranjas, hasta estar a tu misma altura, justo en frente de ti. Y hago lo que nunca me atreví a hacer. Abres los ojos cuando rozo tus labios, expectante y silenciosa como una gacela ante el peligro. ¿Pudiste sentirme?

Una corriente de aire nos cobija, nos atrapa, conectándonos de formas que en vida nunca pensé fueran posibles. Siento la frialdad de tu piel y la atravieso con naturalidad para abrirme paso entre capas y capas de miedo, puedo tocar más allá de lo que nadie a podido vislumbrar, justo en el centro de tu ser, aquella gema preciosa y fulgente, a la que nadie antes puso atención. Tan frágil, tan inocente… tan quebrantable; el alma rota de alguien que pide a gritos justicia.

─¿Asher? ¿Eres tú? ─preguntas con los ojos tan abiertos como platos. Te llevas una mano a tus labios en vivo reflejo.

─¿Puedes verme? ¿Puedes escucharme? ─pregunto con incredulidad.

─¿Siempre eres tan escurridizo? ─Tu voz es temblorosa e intransigente─. ¡Ya deja de esconderte! 

─No me escondo. No más, Nicole. De ahora en adelante, estaré aquí para ti.

Tus ojos me buscan, tú mirada gira hacia todas las direcciones cuando yo sigo en el mismo lugar

─¿Asher? ─Un par de pasos hacia atrás y tropiezas con algo, cayendo de espaldas─. No fue un sueño, ¿cierto?

─Nicole…

Es mi tumba, has caído sobre aquella tierra removida con brusquedad del cual aún sobresalen mechones de cabello obscuro. Tu mano queda medianamente sumergida entre la tierra, tus ojos se llenan de horror, de miedo y asco; aun así, con eufórica valentía, extiendes una mano temblorosa que solo comprueba lo que todo tu cuerpo sabe. Es mi cadáver, Nicole. ¿Qué harás al respecto?




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