El secreto bajo las hojas

Capítulo 3. Invisible

Y justo cuando todo parece llegar a su fin es cuando empiezo a preguntarme si todo valió la pena. Los años vividos, las lágrimas derramadas, las risas provocadas por aquellos malos chistes, o los sueños desgastados entre minutos desperdiciados de una vida demasiado breve para ser corta. Me lo he preguntado una y otra vez y siempre llegó a la misma conclusión: si pudiera hacerlo de nuevo, lo haría. Volvería a morir mil veces si con eso tuviera la mínima esperanza de salvarte.

La noche se tiñe de luz, las estrellas se apagan una a una hasta que el sol las opaca a todas. Los colores se agotan trastornándose en el cristal de la ventana de manera irreal, como si fuera un cuento que se repite día a día en mi cabeza. Un nuevo sol o una hermosa luna… ¿Qué más da? A nadie le importa si es luna llena, si hay estrellas en el cielo o si éste se cubrió de gris… nadie se toma el tiempo para notarlo. Están tan sumergidos en sus insípidas vidas que son incapaces de sentir, de vibrar con cada destello de sol, de admirar lo bondadoso que es el rocío de la mañana para con todos, de saborear un atardecer.

Todos son títeres de algún designio incierto, todos son muñecos que cumplen tan solo un papel más en la historia de su especie. ¿Y yo? ¿Yo qué diablos sigo haciendo aquí? Deseoso de sentir e incapaz de hacerlo. Arrepentido por el tiempo que no supe valorar y condenado a solo ser un observador del mundano juego de la vida, alguien que no puede cambiar un ápice de la realidad que continúa girando como una estúpida máquina de engranes a mi alrededor.

Han pasado cinco días desde mi muerte y todo parece continuar de lo más normal. Las mañanas siguen siendo las mismas. Te secas las lagrimas frente al espejo y te trenzas el cabello de la misma forma en que lo hiciste aquel día; pero por alguna razón, te das cuenta de ese pequeño detalle y deshaces de inmediato el peinado con desesperación. Cepillas tu cabello de forma automática y lo prefieres llevar suelto, cubriendo un poco tu rostro, que de nuevo quedó opacado por las lágrimas.

Bajas con prisa las escaleras y tomas del frutero una manzana sin siquiera mostrar la cara enrojecida por tanto llorar. Tu madre parecía estar esperando por ti para desayunar y parece decepcionada.

—Nicole, ¿no piensas desayunar otra vez?

—Llevo una manzana, mami —exclamas con una falsa amorosa voz.

—Eso no es un desayuno, jovencita —contesta ella, pero es demasiado tarde, ya hemos salido de la casa y tu pareces tener mucha prisa. Te sigo al igual que los otros días.

El olor de tu cabello es una extraña combinación frutal que siempre me encantó. Te sigo por pura inercia. El camino es el mismo de siempre. Caminas lento, cabizbaja, como un cadáver aferrado a los cuadernos rosas que llevas abrazados a ti. Pasas desapercibida por la escuela hasta que llegas a la biblioteca y distingues al grupo de imbéciles que antes considerabas tus amigos amotinados en la entrada. Luke te sonríe. Maldito.

Corres y te internas en la biblioteca hasta el rincón donde la luz no alcanza a llegar, por la falta de ventanas; mi lugar favorito de toda la escuela. Es la primera vez que venimos aquí después de mi muerte. Yo me deslizo despacio por el lugar donde no queda ni la mínima muestra de mi presencia. Tal parece que nunca hubiera pasado por ahí. En la recepción hay una jovencita nueva, usa unas gafas redondas y el cabello rubio en un par de coletas bajas. Jamás la había visto en la escuela y entonces lo comprendo… tampoco notaron mi presencia o mi actual ausencia. Al igual que aquella chica, era insignificante. Recorro con fascinación los estantes en los que tanto trabajé para que quedaran plenamente ordenados y acaricio levemente los lomos de mis libros preferidos, mientras me transporto a sus páginas y a aquel preciso momento en el que las leía.

Comienzas a llorar y aquel sonido me hace buscarte entre las sombras de la biblioteca, tienes entre tus manos alguno de esos libros de ciencia ficción que tanto solía leer y te ocultas tras sus páginas.

Camino hacia ti y en un arranque de ira, golpeó con el puño de mi mano una fila de libros sin la esperanza de poder moverlos; sin embargo, el ruido de los libros al caer inunda de inmediato todo el lugar. Abres los ojos como platos ante ellos bajo tus pies. Yo también me asombro.

—¡Hey! —chilla la chica de lentes ante el ruido—. ¿Todo está bien por ahí?

—Sí, lo siento —respondes sin apartar la mirada de los libros en el suelo—. Se me cayeron un par de libros, pero ya pongo todo en mi lugar.

—Por favor —exige la joven, que aparece frente a nosotros con una expresión de fastidio—, quiero que cuando Asher regrese encuentre todo como lo dejó.

De inmediato recoges los libros del suelo y comienzas a acomodarlos mientras secas tus mejillas con las mangas de tu suéter. No dejo de mirar a la chica, quien a su vez, no te quita los ojos de encima igual que lo haría un búho. ¿Quién es esa chica y por qué nunca la había visto? ¿Me conoce? ¿En serio hay alguien que todavía espera que regrese de entre los muertos? Es cierto, no le has dicho a nadie que estoy muerto, pero ¿había alguien en esta tonta escuela que sabía de mi existencia?




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