El secreto bajo las hojas

Capítulo 4. Bajo tierra

Stella Dunn pasa desapercibida con la imagen que ella misma se ha creado bajo sus gafas y su cabello revuelto; pero es mucho más interesante e inteligente que muchos de los otros. No tiene calificaciones perfectas a pesar de su alto coeficiente intelectual por lo que, a pesar de tener toda la pinta, no está interesada en pertenecer al selectivo grupo de los genios; esos que sobresalen en todas las clases y son el orgullo de la institución. Aunque debo admitir que en la escuela, nada es lo que parece.

Stella prácticamente vive en la biblioteca, y se ofreció voluntaria para reemplazarme en mi puesto el tiempo que fuese necesario. Cada minuto que paso junto a ella, me doy cuenta de que en verdad parecía importarle. Si tan solo Stella supiera lo que tú sabes, estoy seguro que yo no seguiría bajo tierra y la justicia estaría más cerca de esos infelices.

—¿Stella? —pregunta la profesora West, una vez que se queda congelada con la mirada perdida y muy lejos de la enorme pila de hojas que tiene sobre su pupitre—. ¿En qué piensas? ¿Sigues preocupada por tu amigo?

—Sí, señorita West —contesta la rubia interrumpiendo sustancialmente su aparente concentración—. Estoy segura que Asher no pudo huir y mucho menos desaparecer. Era un buen chico, ¿sabe?

—Pareces conocerlo muy bien, Stella. En clases era demasiado retraído como para que yo pueda percatarme si era un buen chico o no.

—¿Y si le pasó algo?

—¿Qué le puede pasar a un chico de dieciséis?

—Es que… ¿usted no vio la cara de preocupación de su madre? Estoy segura que ella tampoco cree que su hijo se fuese de casa o desapareciera de repente… podría jurar que algo muy malo le pasó y Nicole sabe lo que es.

—¿Nicole?

—La última vez que vi a Asher, iba como siempre, justo detrás de ella, de ella y de los chicos.

¿Stella nos vio? La piel se me podría poner de gallina si tan solo tuviera algún tipo de sensibilidad, pero las palabras de esta chica realmente me ponen a pensar en la tonta idea que en un principio tuve contigo. Tal vez sí existe alguien que pueda ayudarnos, ella podría ayudar a que encuentren mi cuerpo y para que aunque tú te niegues, se haga justicia por lo que ese trío de desgraciados te hicieron pasar. Siento demasiada impotencia. ¿Cómo podré revelarle nuestro pequeño mortal secreto?

—¿Por qué mejor no tratas de concentrarte, Stella? —advierte la profesora West—. Eres una de mis mejores alumnas y realmente tienes la capacidad para estudiar en la universidad que tú elijas, pero esta oportunidad no la tendrás dos veces. Si pasas ese examen no solo estarás culminando la preparatoria, sino también estarías ganando el pase automático para estudiar filosofía en una de las mejores universidades del país.

—Señorita West…

—¿Sí?

—No, nada.

—Como te decía —continúa hablando la profesora de lo más emocionada—, concéntrate y estudia. Yo haré que tú logres lo que yo no pude, Stella. Tú no necesitas preocuparte por la vida de todos estos chicos tontos, incluyendo a los “genios” —expresa con sarcasmo—, que no te llegan ni a los talones, o a tu amigo perdido. Mereces algo mejor, algo más grande.

—Sí, señorita West.

El rostro de Stella es muy claro, ella no comparte la misma visión que nuestra profesora, pero por lo que había estado escuchando todo el día, sí es muy inteligente. Stella es probablemente, nuestra única esperanza.

Continúo con ella el resto de lo que parece una clase especial con la profesora West y la sigo por tercera vez en el día a la biblioteca. Ha replicado con exactitud mis horarios, y para mi sorpresa, tú también. Con solo verte, todos nuestros primeros recuerdos se avivan en mi memoria. Y ahí estás, con la melena rojiza sobre un libro, en uno de los primeros escritorios, como la primera vez que te vi.

—Hola, Nicole —te saluda Stella.

—Hola —musitas y te incorporas de inmediato. Una vez más tienes uno de mis libros favoritos entre tus manos y eso me llega a emocionar tan estúpidamente que hasta creo que sonrío.

—¿Terminaste con el libro? —solicita Stella.

—Sí —carraspeas y le entregas el libro mientras que ella apenas y te voltea a ver y comienza a acomodar sus cosas en recepción.

—Adiós, Stella —chilla la bibliotecaria al salir, feliz de que al fin tomará un descanso.

Estás a punto de irte tras la bibliotecaria cuando Stella vuelve a llamar tu atención de una forma que solo ella sabe hacer.

—No sabía que leías los mismos libros que Asher.

—¿Acaso los libros tienen dueño? —contestas con enfado—. Pensé que todos teníamos derecho de leer los libros que se nos diera la gana.

—¿Lo extrañas? —pregunta Stella y yo no puedo prestar más atención en tu reacción, pero para mi sorpresa, permaneces inmutable.

—¿Qué te sucede, Stella? ¿Crees que todas estábamos tan enamoradas de Asher como tú?




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