El secreto bajo las hojas

Capítulo 6. Escalofríos

—Le repetiré la pregunta, señorita Marrón —anuncia la directora, a punto de lanzarte por tercera vez la misma pregunta—: ¿Tiene alguna idea de lo que pudo pasar en la biblioteca?

—No.

—¿Usted escribió el mensaje que está caligrafiado en este separador? —inquiere con fastidio al mostrar nuestro pequeño cómplice de interminables conversaciones escritas.

Lo siento, Nicole. Tenía que llevar las cosas hasta este punto, ahora solo tienes que decir la verdad y seremos un poco más libres.

—Solo el que está escrito con tinta china, ya corroboraron mi caligrafía. No tengo nada más que decir.

—¿Y el mensaje que está al reverso?

—¡Yo no lo hice!

—¿Y sabe quién pudo hacerlo?

—¿Por qué me pregunta eso a mí? —protestas—. ¿Por qué no le pregunta a la loca de Stella que es la que está inventando todo este zafarrancho?

—Yo no estoy inventando nada —te contradice la rubia, quien se ha quitado las gafas para mostrar sus enrojecidos y bonitos ojos grises—. Ayer cuando me fui, la biblioteca quedó en perfecto orden y hoy cuando entré, en compañía de la señorita Cote, encontramos todo tirado y el libro —hace una pausa para respirar. Parece que esta olvidando cómo hacerlo de forma natural—, el libro que tú estuviste leyendo ayer tenía este separador con el mensaje que tú dejaste escrito y una respuesta de Asher Nowek escrita al reverso. ¡Niégalo, Nicole! ¡Niega que es Asher el que escribió eso!

La regordete señorita Cote, bibliotecaria de la escuela, se limita a asentir y a mirarte para ejercer presión a la pregunta de Stella.

—No sé de qué estás hablando —dices finalmente con la expresión más fría que la de un muerto. ¿En serio, Nicole? ¿Así eres de cobarde?

—No sé si entiendan la gravedad del asunto —interviene la directora, ajustándose los lentes—, el joven Nowek desapareció hace una semana y según las pruebas aquí presentadas, ustedes sostenían una especie de extraña comunicación mediante separadores de libros —dice al extender mi preciosa colección de notas y separadores que acumulé desde que nos conocimos—. No quiero a la policía o al FBI rondando por mi escuela, así que si alguna de ustedes sabe si en verdad Asher pudo venir anoche y contestar tu tétrico poema, en lugar de ir a su casa y tranquilizar a su madre, ¡dígalo ahora!

—Directora Morin —intervino Stella—, disculpe que vuelva a lo mismo, pero creo que el mensaje es claro. Tal vez le pasó algo muy grave a Asher y…

—¿Entonces me está pidiendo que crea en fantasmas, señorita Marrón?

Sonríes, al tiempo que el pánico en el rostro de Stella se hace evidente. Nuevas lágrimas empapan sus ojos, el ambiente es pesado y sombrío. No puedo darle justicia a alguien que se niega a recibirla.

—¿Y cómo sabe que en realidad fue Asher quien escribió detrás de mi nota? —cuestionas con frialdad—. Es decir, la letra se ve muy distorsionada, incluso parece estar imitando al resto de notas que sí intercambié con él, pero eso de creer en fantasmas, no creo que sea lo más congruente. Todo puede ser un invento montado por alguna noviecita frustrada que Asher pudo tener —dices mirando fijamente a Stella, que abre mucho la boca por la sorpresa de escuchar lo que dices.

—Es cierto —chilla la directora—, nos estamos ahogando en un vaso de agua. La letra es muy diferente y a todo esto… ¿por qué escribiste algo tan deprimente, Nicole?

Lo conseguiste, no puedo creerlo. No cabe duda que las personas solo ven lo que quieren ver y cierran sus oídos a lo que no quieren escuchar.

—Bueno —carraspeas un poco y miras hacia todas partes, seguramente pensando qué decir—, estoy practicando un poco la poesía y me pareció hermoso escribirle a mi abuela. ¿Por qué tenía que escribirle a Asher de nuevo si evidentemente no está en la escuela ni en la biblioteca?

—¡¿Y por qué no dijo eso antes?! —gritó de nuevo la directora, eufórica.

—Porque no me siento orgullosa de no superar la muerte de mi abuela y porque no me lo preguntó, usted estaba tan absorta en su teoría de que por fin hallaron a ese chico que ni siquiera estaba prestando atención.

—¡¿Qué estás ocultando, Nicole Marrón?! —exigió Stella con una voz áspera y demandante y la mirada encendida.

—¡Aquí nadie está ocultando nada! —replicó la directora a manera de regaño—. Es obvio que no está pasando nada aquí y todo ha sido un malentendido.

¿Un malentendido? ¿Reclamar justicia desde la penumbra de mi muerte es un malentendido? ¡No, Nicole! ¡No puedes condenarme al olvido! ¡No puedo ser uno más en la lista de desaparecidos porque jamás voy a volver! ¡Dale a mi madre un lugar para llevarme flores! ¡Dale un fin a mi historia de horror!

—¿Un malentendido? —interviene de nuevo Stella—. ¿Y el desorden en la biblioteca?




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