El secreto bajo las hojas

Capítulo 7. Susurros del más allá

—Lo siento mucho, Stella —musita la bibliotecaria al entregarle a la rubia algunas de sus pertenencias en una caja de cartón—; pero debes reconocer que las cosas no parecían tan creíbles viéndolo desde el punto de vista de la directora. Esa mujer tan amargada y escrupulosa…

—¿Podría pedirle algo, señorita Cote?

—Claro, hermosa.

—¿Podría quedarme con las cosas de Asher?

—¿Para qué? —inquiere con un gesto de picardía—. ¿Te gustaba mucho ese chico?

Creo que tú también me gustas, Stella. Algo bastante patético considerando que estoy bien muerto y que desperdicié toda mi vida sin prestar atención en las cosas realmente importantes. ¿Dónde estabas Stella? ¿Por qué nunca te vi? La observo paciente, intentando descifrar la expresión de su rostro, debo reconocer que estoy ansioso por su respuesta.

—¿Crees en fantasmas, Cote? —pregunta la chica.

—Preferiría no hablar de eso —espeta al eliminar por completo cualquier rastro de alguna sonrisa en su rostro—. Podrían estar escuchándonos —susurra con miedo—. El más allá es un terreno del cual no tenemos ninguna certeza y con el cual no debemos jugar. ¿Y si no fuese tu amigo el que está hablando de entre los muertos? ¿Cómo puedes pensar que es ese chico cuando no han hallado su cuerpo o algún indicio de que realmente está muerto?

—Es que —solloza Stella al reprimir más lágrimas y llevarse una mano al pecho—, presiento que sí. No he dejado de pensar en él y su repentina desaparición… todas las noches sueño con él caminando hacia la nada y siento que quiere decirnos algo, pero… no sé qué diablos es. ¡Me estoy volviendo loca, Cote!

La mujer extiende sus frondosos brazos y rodea a la rubia para acariciar con dulzura su melena, mientras que yo permanezco estático. No es que pueda hacer mucho siendo un espectro de la muerte, pero todo lo que Stella ha dicho me tiene demasiado perturbado para reaccionar. ¿Sueña conmigo?

—Intenta descansar, amor —aconseja la mujer—. Todos hemos estado demasiado preocupados por ese chico y tal vez te estás sugestionando con todo esto.

Stella asiente y mira fijamente hacia donde estoy parado, atravesándome por completo.

Aquí estoy Stella… no estás loca.

La señorita Cote le entrega a Stella una caja con mis cosas entre las cuales destacan los innumerables separadores que conservé de nuestras conversaciones entre libros y ella elige el último para leer mi respuesta en voz alta:

—“La tierra es fría como el olvido. Sácame de aquí”.

—No continúes con eso, Nicole —advierte la mujer y puedo jurar que se le ve más pálida de lo normal.

—Nos vemos, Cote. Cuida bien de mis niños —expresa la rubia dibujando una bella sonrisa en su rostro, supongo que se refiere a los libros—. Nos estaremos viendo por aquí. Ya sabes que no puedo vivir sin el oxígeno que esos bebés transpiran.

—Te estaré esperando, y por favor cuídate —susurra sin que ella pueda escuchar su última recomendación.

Intento seguir a Stella, pero mis pies no logran moverse, mi cuerpo no responde, mis articulaciones se congelan. Tres chicos cruzan el umbral de la biblioteca y literalmente traspasan mi anatomía, provocándome un ligero y gélido cosquilleo en el centro de mi abdomen. Sus voces y risas burlonas son las mismas que la brisa otoñal dispersó aquella tarde entre los árboles, por debajo de las hojas y el suelo. La imagen se vuelve a recrear en mi mente, cada segundo más vívido que el anterior, primero las eufóricas carcajadas, luego los gritos… gritos de horror y miedo que deambulan tortuosos sobre mi cabeza. La luz del día se apaga y solo puedo ver tus ojos cubiertos de pánico; me encuentro en el mismo lugar, con los pies clavados en el suelo y la rabia en los puños. Tu voz es ligera, como un sueño lejano e inalcanzable, pero me hablas a mí, tu voz de nuevo es solo para mí y no puedo hacer nada por ayudarte. Hay lágrimas en mis ojos y por más que ruego para que se detengan, ninguno de ellos lo hace, todo sigue, continúa, el mundo sigue girando a nuestro alrededor al compás de su absurda diversión y al vaivén de sus deseos. Las manecillas solo se detienen para nosotros dos y por un fragmento de segundo, tus ojos se cruzan con los míos, suplicantes, desgarradores y tan frágiles como una delgada capa de hielo a punto de romperse. Un par de movimientos más y te desvaneces como yo entre la nada.

Partículas doradas, rojas y amarillas nos envuelven en un delicado baile, acaricio suavemente tu barbilla y de tus labios melocotón brota una sonrisa. Tus ojos se abren y me miran de nuevo, esta vez con dulzura; mientras mi boca rebosa del sabor de la sangre y mi cabello se humedece del líquido carmín. De inmediato todo se nubla, haciendo que mi cuerpo se adormezca por el intenso dolor que me embarga y regreso al mismo lugar en el que estaba segundos atrás, frente al umbral de la biblioteca, con mis asesinos frente a mí.

¡Malditos bastardos! ¿Cómo pueden vivir con la conciencia llena de crímenes?




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