El secreto bajo las hojas

Capítulo 10. Sobre el camino de pétalos

Completamente aterrado, me recluí en mi habitación por algunos días, no sé cuántos fueron en realidad, ni cómo o de dónde reuní fuerzas para por fin salir. Las estrellas brillan en un precioso cielo despejado y el frío comienza a filtrarse por la ventana de la habitación de mi madre, la cierro con sigilo, para no hacer ruido y no despertarla. Es un precioso ángel, cuyos cabellos dorados serpentean sobre sus pulcras sábanas blancas. La extraño demasiado, pero sé que esto también es por ella. Le doy un beso en la frente y me despido para siempre.

Han sido días grandiosos, como si de repente toda la tristeza pudiera ser desplazada por una paz infinita. La casa se había llenado de luz y claridad, incluso llegue a escuchar la risa de mi madre, tal vez al sentir mi presencia. Podía haberme quedado en casa por siempre, pero los bellos ojos de Stella Dunn aparecían de vez en cuando para recordarme que no podía desaparecer como si nada y dejar nuestra charla inconclusa.

Me sorprendo a mí mismo deambulando por el bosque en plena penumbra, mirando las ramas cada vez más secas esperando por un nuevo comienzo, mientras yo estoy seguro que lo único que me espera es el fin.

Al llegar a mi sepulcro contemplo que todo sigue intacto, me río al imaginar que alguien pudo tal vez acomodar cada hoja seca armando tan escalofriante rompecabezas sobre mi tumba, pero lo cierto es que debajo de toda esa perfecta sintonía hay un crimen y probablemente no sea uno solitario. ¿Cuántos muertos puede reclamar la tierra? ¿Cuántas almas a las que no les ha llegado su tiempo pueden estar como yo vagando todavía por el mundo? ¿Cuántos secretos esconde cada otoño bajo la perfecta sintonía de sus hojas multicolores?

Aquella voz que me levantó de los muertos vuelve a resoplar en mi nuca para recordarme que no debo perder más tiempo, que hay algo más para mí en este mundo y es reclamar justicia. Desde las fauces de la tierra y desde lo más entrañable de mi sepulcro, estoy listo para enfrentar la realidad de morir.

Mis pies se mueven y las hojas crujen a mi paso, el viento helado sopla a mi alrededor, desordenando las hojas, la energía fluye por mis venas vacías y recorre todo mi espíritu. Pronto el bosque mortífero queda atrás y las puertas de la enorme biblioteca escolar se abren de par en par ante mi llegada. El silencio reina entre los libros y estantes repletos de sabiduría mientras mi alma quiere hacer mucho ruido.

Busco en la recepción, luego en los estantes y el libro de ciencia ficción no aparece por ninguna parte. ¿Acaso Stella se rindió conmigo? ¿Acaso dejó de creer? Sé que no es el libro el que hacía la magia, tal vez puedo escribir en cada una de las paginas de todos los libros que me rodean que estoy muerto y que deben buscarme en el bosque Rutherford, justo al norte de la colina; pero el que no esté ese libro significa que ni tú, ni Stella están dispuestas a lidiar conmigo.

Dejo caer mi peso completo en una silla junto a la recepción, cuando lo veo. El libro ha caído en la basura pero sigue aquí, sigue siendo mi vinculo con Stella, tanto como lo fue algún día contigo. No lo pienso más, y comienzo a hojear sus paginas para encontrarme con miles de notas de colores de Stella, hablando conmigo y queriendo ayudar. Una de tantas dice: “Te amo”.

Busco un bolígrafo cualquiera y comienzo a escribir justo en la primera hoja del libro.

“Perdóname Stella. ¿Sabías que los chicos podíamos ser unos completos imbéciles incluso después de morir? Tenía miedo, estaba aterrado y no podía enfrentarme a lo que me pasó. No solo son mis secretos, son los de alguien más que sufriría si te dijera todo lo que ocurrió, pero puedo comenzar con decirte dónde estoy. El bosque Rutherford, justo al norte de la colina… hay secretos que no me pertenecen, incluso si forman parte de mí, Stella Dunn…”

—¿Hay alguien aquí? —exige una dulce voz femenina que no tardo en reconocer.

La silueta de Stella se transfigura entre las sombras de la biblioteca mientras admiro cada uno de sus colores. Una a una las lámparas se encienden en toda la enorme sala hasta que los tonos rojos, naranjas, amarillos y verdes de su bufanda se vuelven más vivos y relucientes por la luz. Su rostro pecoso y sus ojos claros resaltan bajo sus gafas haciéndola a la luz de la noche, cada vez más bonita. Lleva un suéter gris y guantes azules, es todo un arcoíris.

—¿Señorita Cote? —chilla, ahora con miedo—. Lo siento, debo decir que yo también tengo un juego de llaves de la biblioteca, pero le juro que sería incapaz de robarme nunca algo. Eso ya lo sabe, ¿verdad?

Ella camina directamente hacia mí y contempla el libro abierto, pero con la suficiente distancia como para asombrarse, asustarse y llenarse de pánico. De nuevo hago que las páginas revoloteen en mis manos para que ella solo pueda maravillarse aún más. Hay miedo en sus ojos, un enorme miedo endulzado con demasiada curiosidad y deseo. Ella quiere saber que estoy aquí… porque ella me ama.

—¿Asher?

Las páginas del libro se detienen en la inconclusa nota que escribí en la primera página, ésa que los autores comúnmente dejan vacía, misma en donde se permiten escribir dedicatorias y afectuosas firmas. Hay lagrimas bordeando sus pupilas, pero no deja de leer una y otra vez las mismas líneas que yo he escrito.




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