El secreto bajo las hojas

Capítulo 11. Mariposa de papel

Siempre es importante conocer las dos caras de la moneda, porque a veces quien parece el villano, no es sino otra víctima más.

Recuerdo muy bien el verano pasado, cuando el viento revoloteaba sobre mi chispeante cabello rojizo, y no me importaba si lo despeinaba o no. Las calles de Dinobis estaban vacías por lo que resultaban perfectas para andar en bicicleta y conocer la ciudad. Las personas aquí, en su gran mayoría, eran amables y siempre me cedían el paso, amaba lo anchas que eran sus carreteras y como todo a mi alrededor parecía un precioso paisaje digno de una postal.

Estaba realmente emocionada por la idea de comenzar de nuevo en una ciudad completamente distinta. Vivir con mis abuelos había estado bien, pero ellos siempre fueron demasiado estrictos y la escuela estaba repleta de brabucones apestosos de los que no quería ni acordarme. Estaba muy ansiosa de que terminaran las vacaciones y de comenzar mi último año de la preparatoria en el Instituto Victoria, tanto, que esa mañana decidí husmear un poco en las afueras del colegio. Era enorme comparado con mi antigua escuela y lo que más me había llamada la atención, no eran los enormes jardines o los pilares ostentosos que enmarcaban la suntuosa entrada al edificio, sino su biblioteca.

Dejé mi bicicleta en la entrada y me asomé adentro para ver un poco los estantes desde afuera, pero para mi sorpresa, estaba abierto. ¡Habían abierto la biblioteca de la escuela en vacaciones!

No lo pensé ni por un segundo y entré; al instante el aroma amaderado invadió mis fosas nasales y comencé a inspeccionar uno a uno los estantes para buscar algún libro de mi interés. No era raro que el lugar estuviese vacío, eran vacaciones después de todo, así que no podía estar más feliz al encontrar un clásico del romance histórico en uno de esos estantes. Busqué un buen lugar porque sabía que mis padres estarían ocupados con Nathan el resto de la tarde, pues estaba un poco resfriado.

Había una ventana y mucha luz, también la ventilación era buena, abrí el libro en la página 103, que era en la que me había quedado la última vez. Debido a que no tenía mucho dinero para comprar mis propios libros, ésa era la única manera de apreciar el buen arte, asaltar las bibliotecas locales como una lectora empedernida y hacer uso de mi buena memoria para recordar la página exacta para retomar mi lectura en cualquier otro lugar. Entonces apareciste tú en medio de los estantes como un fantasma.

—Di-disculpe, señorita —balbuceaste nervioso al interrumpir mi lectura, y yo solo te miré—. Le re-recuerdo que la biblioteca cierra a las cinco de la tarde por vacaciones.

—¿Y qué hora tienes? —te pregunté.

—Cu-cuatro con diez.

—Bien.

Volví a fijar mi mirada en el libro mientras tu enclenque figura se alejaba de mí y continuabas con tu trabajo. Creo que ni los vestidos pomposos que Jane Austen ilustra en Orgullo y prejuicio fueron tan llamativos como lo era verte acomodar, con tanta dedicación, cada libro en el lugar correcto. Pensaba que tenías más o menos mi edad, y que el color dorado de tu cabello era muy bonito. No tenías nada fuera de lo común, pero por alguna extraña razón me gustaste.

Sí, Asher Nowek, me gustaste desde la primera vez. Tal vez era tu sonrisa tonta inundada de nerviosismo, tu pose despreocupada caminando de un lugar a otro en la solitaria biblioteca, tus dedos larguiruchos al igual que el resto de tus extremidades, o simplemente era el hecho de que estabas ahí, en una biblioteca, justo en el momento correcto. No sé qué fue, pero ahí estábamos, tú y yo desde un principio y fue ahí donde comenzó la magia.

Poco antes de las cinco, me acerqué a la recepción y dejé a Austen en la bandeja para los libros que ya no se van a utilizar, mientras mentalmente repetía el número de la página en la que me había quedado, y creo que me descubriste.

—¿Por qué no lo llevas? —preguntaste sin dirigirme la mirada, eras un chico tímido, siempre lo fuiste.

—¿Puedo?

—Claro, si eres del instituto y tienes credencial.

—Sí y no —repliqué—. Es decir, este año comenzaré mi último año en Victoria pero aún no me dan la credencial.

—Entonces puedo guardarlo para ti —susurraste al lanzarme una mirada pusilánime—. Siempre existen los separadores, ¿sabes?

Y ahí estaba esa sonrisa cobarde de nuevo ante mí, retándome a utilizar separadores.

—Pero…

—A veces ese pequeño detalle te hace pensar que los libros realmente son tuyos y que no le pertenecen a nadie más. Te repito, puedo guardar a Jane Austen, tal vez un día o dos… hasta que vuelvas.

—Volveré mañana —dije convencida y un tanto animada—, ahora no tengo ningún separador de libros, pero tal vez podría comprar uno, creo son un poco caros, por eso siempre prefiero memorizar la página exacta o la última frase para retomar la lectura en cualquier otra parte.

—Podrías hacerlo tú misma —agregaste y doblando con delicadeza una hoja de papel, formaste una mariposa—. ¿Así que eres nueva? —cuestionaste al entregarme la figura de origami, demasiado pequeña, discreta y hermosa. No lo dudé más y volví a la página 125 para colocar a mi mariposa justo en la esquina superior.




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