El secreto bajo las hojas

Capítulo 13. El peón, el caballo y el alfil

La escuela se volvió un lugar más lúgubre en primavera. Sentí escalofríos en cuanto volví a poner un pie en ese lugar, no sabía cómo enfrentarme a todo el mundo después de descubrir sus verdaderas facetas, pero conforme caminaba en esos atiborrados pasillos y les sonreía a todos, sentía que poco a poco recuperaba el antifaz que yo misma me había construido, haciéndome cada segundo más y más falsa.  Es que cuando somos buenos actores, nos cuesta demasiado distinguir la realidad, del guion teatral que nos montamos. A esas alturas, yo ya estaba más que perdida. 

Connor y yo no nos podíamos mirar a los ojos, pero sí podíamos tomarnos de las manos de vez en cuando. El acuerdo era mutuo: seguir siendo novios ante todo el mundo, mientras que ninguno de los dos tuviera una buena razón para terminar que no involucrara lo que había sucedido en el baile de invierno.

Connor no quería hablar sobre las drogas o el alcohol en la fiesta, y mucho menos que había intentado propasarse conmigo, cosa que atribuyó al cien por ciento a su grado de intoxicación de esa noche, y por la cual me pidió perdón con un simple mensaje de texto. Sinceramente yo tampoco quería preguntas incomodas, él era el capitán del equipo de futbol y yo una simple porrista que no quería llamar la atención, ni crear rumores a mi alrededor. Aunque no creí en su arrepentimiento, preferí hacerlo a su modo, pues sabía que las llevaba de perder.

Sin embargo, pese a todas mis precauciones, Jessica y Kaitlyn dejaron de hablarme, haciendo que poco a poco me excluyeran del círculo de amigos que habíamos construido. No me importó, incluso era un alivio no tener que estar junto a Connor todo el tiempo, pero sabía que cada día que transcurría era mucho más insostenible nuestra mentira. Estaba harta de fingir y sabía que Connor Stone también lo estaba.

—¿Cuándo vamos a terminar con todo esto? —refunfuñé en medio de nuestro improvisado picnic en medio del campo escolar.

—¿De qué estás hablando mi amor?

—¡Basta! Aquí nadie nos escucha, sé que no me soportas y sinceramente no me sirve de nada fingir que somos la pareja del año ante el resto de la escuela. Jessica y Kaitlyn no me dirigen la palabra, quedamos en no decirle nada a nadie y tú… sabrá Dios qué les has dicho.

—Yo no he dicho nada que no sea cierto. Eres una remilgosa y una mojigata, ni siquiera sé qué hago aquí contigo.

—¡Entonces devuélveme mis bragas y terminamos con esto de una buena vez! —grité enfurecida. Ésa era una de las razones por las que le seguí el juego desde un principio, Connor jamás me devolvió mi ropa interior esa noche, y sabía a la perfección que con eso me tenía en sus manos.

—No puedo.

—¿Qué es lo que quieres de mí entonces?

—¡Tú sabes lo que quiero! —confesó furibundo—. Sabías lo que quería esa noche y lo pudiste haber disfrutado tanto como yo, pero preferiste darte tus aires de santurrona.

—¡Dios! ¿Sigues con eso? —cuestioné mirando de reojo hacia todas partes para saber que no estaba sola y que ahí, en medio de la escuela, él no podía hacerme daño—. ¡Pudiste violarme esa noche!

—¿Violarte? —resopló—. Muchos le llamamos hacer el amor, tener sexo, divertirse… no cabe duda que me equivoqué contigo. Sigues siendo una estúpida granjera de mente cerrada. Y tienes razón… es momento que esto se acabé.

—¡Por fin! —exclamé.

—Algún día —condenó y su voz me sonaba a maldición—, algún día alguien vendrá y te quitará lo apretada y aburrida de un solo golpe. ¡Olvídate del equipo de porristas, olvídate de Jess, de Kai o de los chicos, olvídate de ser popular en el instituto… y olvídate de tus apestosos calzones!

Muy a pesar de la bestia en que se convertía mi príncipe de invierno con esas palabras tan crueles, sentí un enorme alivio al verlo alejarse para siempre. Incluso creo que sonreí, sonreí como una completa imbécil mientras su ancha espalda se perdía entre los demás chicos del colegio, pensando que con él lejos, terminaba con el peor de mis males.

Los siguientes días caminé por los mismos pasillos, pero para nada era la misma. Me sentía como el viento, liviana como una pluma, tal vez el no llevar un disfraz era lo que me había quitado un enorme peso de encima. Incluso mis rizos agradecieron en secreto no volver a ser torturados con la plancha de cabello, pues les permití ser tan libre como yo lo era.

No tuve la necesidad de ser expulsada del grupo de porristas, porque la misma tarde en que Connor y yo terminamos, yo misma renuncié. Hubo demasiados días en los que recordé a Jane Austen y La guerra de los mundos mientras pensaba en ti, pero no soportaba la vergüenza de enfrentarte después de lo que hiciste por mí, esa noche. Ni siquiera sabía si estabas consiente de que era yo la chica semidesnuda que corría entre la gélida bruma de invierno, pero para cuando intenté buscarte en la biblioteca, estabas con esta chica, Stella, hablando en nuestro lugar especial, y no quise ser inoportuna.




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