El secreto bajo las hojas

Capítulo 14. Lluvia sobre el cristal

La ausencia de miedo no siempre significa estar seguro, y es que con ellos me sentía tan bien, tan protegida, que jamás pude imaginar que eran el verdadero peligro. Me sentía a salvo solo porque el lobo feroz, todavía no había decidido mostrar los dientes.

Al finalizar el verano, ya éramos amigos, tanto, que decidí inscribirme en los mismos concursos académicos con ellos en cuanto supe que podían aceptar a cuatro en el equipo. No sabía que Stella Dunn había rechazado la oferta con anterioridad, por lo que me sentí alagada cuando ellos parecieron depositar su confianza en mí. Yo no era tan inteligente como ellos, eso era claro, pero poseía un amplio conocimiento en literatura y gramática, cosa que según Luke, podía marcar la diferencia en los concursos, pues su fuerte siempre habían sido las matemáticas, y conmigo en el equipo, todas las materias estarían cubiertas. Además, su método de retención de información era tan sencillo que no parecía que estuviésemos estudiando. Bastaba con juntarnos en alguna de nuestras casas y charlar por horas sobre alguna materia en específico, para obtener las mejores notas.

Algunas tardes, tardes lluviosas en su mayoría, yo me quedaba en casa, sabiendo que ellos tres estarían trabajando en sus asuntos, otras, en las que al cielo no le apetecía llover, Nathan me pedía salir a jugar baloncesto, pero siempre me negué. Estaba tan familiarizada con ellos, que ya me costaba concentrarme en mi propia vida. En más de una ocasión les insistí en que dejaran de fabricar drogas, pero Luke siempre argumentó que el talento nato de Chase no podía ser desperdiciado y pronto yo también lo llegué a creer.

Era tan sencilla la manera en la que Luke se podía apoderar de mi mente, que pronto y al igual que Chase y Blair, compartía su misma forma de pensar o de actuar como si fuera una verdadera guía de vida. Luke sabía con exactitud qué decir o cómo hacerlo para lavarnos los cerebros, yo tenía demasiados sentimientos hacía él, admiración en su gran mayoría. Tal vez, sin darme cuenta, comenzaba a enamorarme y quería pensar que él también lo hacía, aunque eso era demasiado para Luke.

Una de las tantas tardes lluviosas de agosto, el cadáver de Peter Webster fue hallado en una zanja junto al río, y entonces, todo se fue a la mierda. El chico no había cumplido ni la mayoría de edad como ninguno de nosotros, pero él apenas empezaba la preparatoria, era de nuevo ingreso, con un futuro prometedor tan vasto como el tuyo, Asher.

Según sus padres, era un chico demasiado complicado, había muerto por una sobredosis y tal vez él era muy tonto e inexperto para saber lo que hacía, pero quienes le habían dado la droga eran plenamente conscientes de lo que hacían, volviéndolos los únicos responsables de lo que había pasado. El corazón se me partió en dos cuando escuché las noticias, por un lado, sabía que estarían Luke, Blair y Chase, con sus argumentos y excusas topes sobre por qué hacían lo que hacían; y por el otro, ese chico desconocido llamado Peter.

Rememoré aquella fiesta de invierno en la que Connor me ofreció probar ese maldito veneno y en lo que me pudo haber ocurrido si hubiese tragado la primera pastilla. Yo pude ser Peter Webster, pensé. ¡Puede haber sido yo!

Por un fragmento de segundo no me importó la lluvia. No me importó que Luke siempre parecía tener la razón o los concursos académicos. No me importó que ellos dijeran ser amigos míos o lo mucho que me habían enseñado sobre la amistad con cada una de sus virtudes. Solo podía sentir asco, asco y repulsión por ser parte de aquel grupo, y ser su cómplice al encubrir sus fechorías. Ya no se trataba de simple diversión de chicos de preparatoria, como Luke siempre había asegurado, se trataba de un crimen. Había un muerto, Peter Webster había salido en las noticias haciendo tangible lo horrible que era a lo que se dedicaban esos tres. Me paralicé, no podía pensar, solo quería llorar y gritarles en la cara que ellos eran los responsables y que debían asumir las consecuencias; aunque en el fondo, solo quería que me dijeran que ellos no tenían nada que ver con lo sucedido.

Las gotas de lluvia seguían cayendo, podía escuchar el repiqueteo incesante afuera de la ventana, contrastando con el ruido de las noticias en la televisión que mi padre miraba al punto de las seis. Me perdí, ya no escuchaba nada de lo que decía. Solo podía pensar en ese chico muerto.

—¿Estás bien, Nicole? —preguntó mi padre, pero mi mente ya vagaba muy lejos como para entender lo que decía.

—Ese chico —balbuceé.

—¿Lo conoces?

—¡Estudiaba en Victoria! —vociferé y con el mismo impulso con el que lo hice, corrí a coger un paraguas y salí de mi casa bajo la lluvia, sabiendo exactamente dónde encontrarlos.

Mi papá gritó, debió decir algo para que no me fuera, pero no logré descifrar lo que era. No podía escuchar nada a mi alrededor, porque gritaba más fuerte mi conciencia. Caminé por algunos minutos y luego volví a correr, el paraguas ya no servía de mucho a esas alturas, estaba empapada.




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