—Hoy les enseñaré a cocinar -informa Alice muy contenta. Se encontraban reunidos en la sala.
—¿Cocinar? ¿Nosotros? -pregunta Antonieta con gran sorpresa levantándose del sillón.
—Por supuesto -responde Alice con tranquilidad.
—No deberíamos prender la cocina…
—Tonterías, ya no son unos bebés. Yo aprendí a cocinar a los 10 años.
—Usted nos está explotando -la acusa Antonieta muy molesta.
—Para nada, les estoy enseñando cosas importantes que deben aprender para su futuro.
—Todavía nos falta mucho para aprender esas cosas.
—Están en una edad más que apropiada -afirma Alice con seguridad.
—Nuestro padre nunca nos ha obligado a hacer nada de eso -dice Roberto entrando en la discusión.
—Y eso ha sido un grave error de su parte porque no les ha creado el hábito de realizar sus deberes por ustedes mismos.
—Yo no quiero cocinar -se queja Antonieta.
—Debes aprender, es importante para la vida ¿Qué pasaría si te encuentras sola y no tienes a nadie que te cocine?
—Contrataría a alguien para que lo haga por mí -responde ella con prepotencia.
—¿En serio? ¿Crees que tendrás dinero suficiente para pagarle todos los días a alguien para que te haga las tres comidas diarias?
—Bueno… con un buen trabajo ganaría dinero y…
—Pero ¿será suficiente para pagar los gastos y el sueldo del cocinero?
—No lo sé. No sé cuánto dinero se necesita…
—Basta de charla, a cocinar -ordena Alice que estaba segura que había ganado la discusión contra Antonieta.
Los tres niños fueron con ella hacia la cocina resignados. Si Antonieta que era la más mandona no pudo convencer a Alice de lo contrario, ellos dos menos. Así que iban a aprender a cocinar, aunque no quisieran.
—Ustedes serán mis asistentes mientras hago el almuerzo, así irán aprendiendo mientras cocinamos todos juntos -dice Alice poniéndose el delantal.
—¿No tenemos más opciones? -pregunta Roberto con esperanza.
—No -responde Alice automáticamente- Ahora a empezar. Haremos una sopa, es algo muy fácil de hacer y es importante que la aprendan para cuando alguno de ustedes se enferme.
—Yo lo veo muy difícil -contesta Rafael.
—Para nada. Primero a cortar las verduras. Hay papa, ocumo, ñame, auyama, zanahoria además de los aliños.
—Entonces ¿nosotros tenemos que utilizar el cuchillo? -pregunta Antonieta.
—Por supuesto, ¿cómo creen que cortaran los vegetales y los aliños?
—Pero nos podemos cortar…
—Yo les explicaré como hacerlo. Antonieta y Roberto se encargaron de eso. Rafael tú todavía estas muy pequeño para manejar un cuchillo, te encargaras de lavar los vegetales.
—Sí, señorita Verbinder -responden los tres.
—Bien, a empezar. La comida debe estar lista para el almuerzo.
Alice fue explicando cómo lavar los vegetales. Después como cortarlos con el cuchillo apropiadamente.
Aunque las verduras estaban cortadas de forma bastante irregular, los niños se habían esforzado por cumplir con sus tareas. Y vieron todo el proceso hasta quedar lista la sopa.
—Bien, ¿qué les pareció?
—Fue más fácil de lo que creí -respondió Antonieta muy orgullosa. Fue la que mejor se desempeñó en la cocina a pesar que era la que más se negaba en aprender.
—Y manejaste muy bien el cuchillo, te felicito Antonieta. Serías una excelente cocinera.
—Gracias, señorita Verbinder.
—Pero hay que cortar muchos vegetales y cansa la mano -se queja Roberto.
—Te acostumbrarás. También les hace falta algo de ejercicio -indica Alice.
—No, todo menos eso.
—Eres un chico joven deberías tener más energía.
—Mi energía se agota rápido -contesta Roberto con voz floja.
—Lo que eres es un chico muy flojo.
Antonieta y Roberto se sentaron en el sofá a ver televisión mientras esperaban que se sirviera el almuerzo. Rafael se acercó a Alice en la cocina que recogía los utensilios que se habían ensuciado.
—¿Le ayudo, señorita Verbinder?
—Gracias querido, tráeme ese tazón de allí -señala Alice.
Rafael va y le entrega el tazón en las manos de Alice y las roza sin querer. De la nada al niño le vino unas imágenes en su mente.
—Eres una Bungalú que vivía en Uberdruss -le dice Rafael de sorpresa.
—¿Cómo un niño como tu puede conocer sobre eso? -se altera Alice. Era imposible que conociera Uberdruss.
—Sólo lo sé, cuando te toqué, lo vi -responde Rafael sin saber que decir porque él tampoco sabía la respuesta.
—Eres un niño bastante especial.
—¿Es verdad? Eres una Bungalú.
—Efectivamente, pero baja el tono de voz. Las paredes pueden tener oídos -confirma Alice. Ya Rafael se había enterado de la verdad, aunque no sabían cómo.
—Yo lo sabía, mis hermanos me llamaron mentiroso. Debo ir a decirles…
—Eso no sucederá.
—¿Por qué? Yo lo descubrí, yo solito -se queja Rafael muy desanimado.
—¿Sabes lo que sucedería si se enteran de que algún Bungalú sigue vivo?
—Bueno…
—Vendrían a darles caza y ocasionaría una conmoción. Por eso los Bungalús que sobrevivimos nos mantenemos en secreto -dice Alice con tristeza.
—Pero yo tenía razón y quiero que lo sepan.
—Eres todo un hombrecito y debes comportarte como tal. Debes mantener el secreto con tu palabra de hombre.
—¿Palabra de hombre? Sí, soy todo un hombre. Te lo prometo señorita Verbinder, no se lo diré a nadie -contesta Rafael con emoción. Él había querido ser todo un hombre desde que vio películas sobre caballeros valientes que todo el mundo admira y respeta.
—Me alegro de que hayas entendido. Yo me tengo que ausentar un rato, así que es mejor que te reúnas con tus hermanos.
—No quiero, ellos me ignoran y no quieren jugar conmigo.
—Tus hermanos están creciendo y ya no juegan tanto como cuando tenían tu edad -responde Alice dulcemente.
—Pero me aburro yo solito.
—Si tienes tiempo libre ¿por qué no vienes conmigo a Uberdruss?
—¿Puedo ir? -se sorprende Rafael con alegría.
—Diste tu palabra de hombre que guardarías el secreto, así que no veo motivo para impedir que me acompañes.
—¡Sí!
—Primero sube a cambiarte, no querrás llegar a Uberdruss en pijama -ordena Alice observando a la vestimenta de Rafael.
—Ya voy señorita Verbinder -y sube rápidamente a su habitación.
—Y con prisa. Tengo una cita importante y no deseo llegar tarde.
A los pocos minutos baja.
—Estoy listo.
—Déjame inspeccionarte. Pareces aceptable. Almorzaremos primero, rápido que ya es la hora. Luego nos iremos -informa Alice.
—¿Y cómo iremos? -pregunta Rafael con curiosidad.
—Tú sólo sigue mis pasos y no te perderás. —Hoy les enseñaré a cocinar -informa Alice muy contenta. Se encontraban reunidos en la sala.
—¿Cocinar? ¿Nosotros? -pregunta Antonieta con gran sorpresa levantándose del sillón.
—Por supuesto -responde Alice con tranquilidad.
—No deberíamos prender la cocina…
—Tonterías, ya no son unos bebés. Yo aprendí a cocinar a los 10 años.
—Usted nos está explotando -la acusa Antonieta muy molesta.
—Para nada, les estoy enseñando cosas importantes que deben aprender para su futuro.
—Todavía nos falta mucho para aprender esas cosas.
—Están en una edad más que apropiada -afirma Alice con seguridad.
—Nuestro padre nunca nos ha obligado a hacer nada de eso -dice Roberto entrando en la discusión.
—Y eso ha sido un grave error de su parte porque no les ha creado el hábito de realizar sus deberes por ustedes mismos.
—Yo no quiero cocinar -se queja Antonieta.
—Debes aprender, es importante para la vida ¿Qué pasaría si te encuentras sola y no tienes a nadie que te cocine?
—Contrataría a alguien para que lo haga por mí -responde ella con prepotencia.
—¿En serio? ¿Crees que tendrás dinero suficiente para pagarle todos los días a alguien para que te haga las tres comidas diarias?
—Bueno… con un buen trabajo ganaría dinero y…
—Pero ¿será suficiente para pagar los gastos y el sueldo del cocinero?
—No lo sé. No sé cuánto dinero se necesita…
—Basta de charla, a cocinar -ordena Alice que estaba segura que había ganado la discusión contra Antonieta.
Los tres niños fueron con ella hacia la cocina resignados. Si Antonieta que era la más mandona no pudo convencer a Alice de lo contrario, ellos dos menos. Así que iban a aprender a cocinar, aunque no quisieran.
—Ustedes serán mis asistentes mientras hago el almuerzo, así irán aprendiendo mientras cocinamos todos juntos -dice Alice poniéndose el delantal.
—¿No tenemos más opciones? -pregunta Roberto con esperanza.
—No -responde Alice automáticamente- Ahora a empezar. Haremos una sopa, es algo muy fácil de hacer y es importante que la aprendan para cuando alguno de ustedes se enferme.
—Yo lo veo muy difícil -contesta Rafael.
—Para nada. Primero a cortar las verduras. Hay papa, ocumo, ñame, auyama, zanahoria además de los aliños.
—Entonces ¿nosotros tenemos que utilizar el cuchillo? -pregunta Antonieta.
—Por supuesto, ¿cómo creen que cortaran los vegetales y los aliños?
—Pero nos podemos cortar…
—Yo les explicaré como hacerlo. Antonieta y Roberto se encargaron de eso. Rafael tú todavía estas muy pequeño para manejar un cuchillo, te encargaras de lavar los vegetales.
—Sí, señorita Verbinder -responden los tres.
—Bien, a empezar. La comida debe estar lista para el almuerzo.
Alice fue explicando cómo lavar los vegetales. Después como cortarlos con el cuchillo apropiadamente.
Aunque las verduras estaban cortadas de forma bastante irregular, los niños se habían esforzado por cumplir con sus tareas. Y vieron todo el proceso hasta quedar lista la sopa.
—Bien, ¿qué les pareció?
—Fue más fácil de lo que creí -respondió Antonieta muy orgullosa. Fue la que mejor se desempeñó en la cocina a pesar que era la que más se negaba en aprender.
—Y manejaste muy bien el cuchillo, te felicito Antonieta. Serías una excelente cocinera.
—Gracias, señorita Verbinder.
—Pero hay que cortar muchos vegetales y cansa la mano -se queja Roberto.
—Te acostumbrarás. También les hace falta algo de ejercicio -indica Alice.
—No, todo menos eso.
—Eres un chico joven deberías tener más energía.
—Mi energía se agota rápido -contesta Roberto con voz floja.
—Lo que eres es un chico muy flojo.
Antonieta y Roberto se sentaron en el sofá a ver televisión mientras esperaban que se sirviera el almuerzo. Rafael se acercó a Alice en la cocina que recogía los utensilios que se habían ensuciado.
—¿Le ayudo, señorita Verbinder?
—Gracias querido, tráeme ese tazón de allí -señala Alice.
Rafael va y le entrega el tazón en las manos de Alice y las roza sin querer. De la nada al niño le vino unas imágenes en su mente.
—Eres una Bungalú que vivía en Uberdruss -le dice Rafael de sorpresa.
—¿Cómo un niño como tu puede conocer sobre eso? -se altera Alice. Era imposible que conociera Uberdruss.
—Sólo lo sé, cuando te toqué, lo vi -responde Rafael sin saber que decir porque él tampoco sabía la respuesta.
—Eres un niño bastante especial.
—¿Es verdad? Eres una Bungalú.
—Efectivamente, pero baja el tono de voz. Las paredes pueden tener oídos -confirma Alice. Ya Rafael se había enterado de la verdad, aunque no sabían cómo.
—Yo lo sabía, mis hermanos me llamaron mentiroso. Debo ir a decirles…
—Eso no sucederá.
—¿Por qué? Yo lo descubrí, yo solito -se queja Rafael muy desanimado.
—¿Sabes lo que sucedería si se enteran de que algún Bungalú sigue vivo?
—Bueno…
—Vendrían a darles caza y ocasionaría una conmoción. Por eso los Bungalús que sobrevivimos nos mantenemos en secreto -dice Alice con tristeza.
—Pero yo tenía razón y quiero que lo sepan.
—Eres todo un hombrecito y debes comportarte como tal. Debes mantener el secreto con tu palabra de hombre.
—¿Palabra de hombre? Sí, soy todo un hombre. Te lo prometo señorita Verbinder, no se lo diré a nadie -contesta Rafael con emoción. Él había querido ser todo un hombre desde que vio películas sobre caballeros valientes que todo el mundo admira y respeta.
—Me alegro de que hayas entendido. Yo me tengo que ausentar un rato, así que es mejor que te reúnas con tus hermanos.
—No quiero, ellos me ignoran y no quieren jugar conmigo.
—Tus hermanos están creciendo y ya no juegan tanto como cuando tenían tu edad -responde Alice dulcemente.
—Pero me aburro yo solito.
—Si tienes tiempo libre ¿por qué no vienes conmigo a Uberdruss?
—¿Puedo ir? -se sorprende Rafael con alegría.
—Diste tu palabra de hombre que guardarías el secreto, así que no veo motivo para impedir que me acompañes.
—¡Sí!
—Primero sube a cambiarte, no querrás llegar a Uberdruss en pijama -ordena Alice observando a la vestimenta de Rafael.
—Ya voy señorita Verbinder -y sube rápidamente a su habitación.
—Y con prisa. Tengo una cita importante y no deseo llegar tarde.
A los pocos minutos baja.
—Estoy listo.
—Déjame inspeccionarte. Pareces aceptable. Almorzaremos primero, rápido que ya es la hora. Luego nos iremos -informa Alice.
—¿Y cómo iremos? -pregunta Rafael con curiosidad.
—Tú sólo sigue mis pasos y no te perderás.