—Vamos Lara, arréglate rápido que vamos a ir a recoger a tus primos al colegio.
—Yo no quiero ir -responde Lara que se encontraba sentada en el sofá viendo la televisión.
—Entonces, te quedarás sola en la casa -le responde Alice con indiferencia y se dirige hacia la puerta.
—No quiero estar sola -se queja la niña con disgusto.
—Entonces arréglate y así paseamos un rato.
—Está bien.
Alice sube a buscar a Lara que tardaba mucho en arreglarse. Entra al estudio donde ésta dormía y no la encontró.
—Lara ¿Estás lista? ¿Dónde estás?
—Aquí estoy ¿Qué es eso?
Alice se dirige rápidamente a su habitación que es donde proviene la voz de Lara. La niña está de pie observando el reloj antiguo que es el transportador mágico fijo.
—Es un reloj, da la hora -responde Alice suavemente.
—Es muy grande.
—Es antiguo. Antes todos los relojes eran así.
—¿Por qué tienes uno tan viejo? -pregunta Lara con curiosidad.
—Era de mi familia. Una herencia.
—Mmm…
—Ven, ya tenemos que salir.
—Está bien, señorita Verbinder.
Lara toma la mano de Alice y salen juntas de la casa. Mientras caminaban a Lara se le antoja comer una chupeta.
—Quiero eso señorita Verbinder -dice la niña jalándole el brazo a Alice.
—No puedes, acabas de comer.
—Pero yo quiero.
Ya Lara tenía en mente hacer un berrinche, pero Alice no iba a permitirle pasar pena en plena calle por culpa de un niña malcriada y caprichosa.
—Si lloras habrá menos posibilidades de que te lo ganes, tienes que comportarte como una damita -repuso Alice con autoridad- Si pides las cosas de una buena forma se te puede dar, pero a veces tienes que entender que no se puede siempre.
—Señorita Verbinder ¿puedes comprarme eso? -pregunta Lara con un tono de voz calmado y dulce.
—Si te comportas bien, cuando regresemos te lo compro.
—Sí, señorita Verbinder.
Durante todo el camino Lara se comportó, no hizo ningún escándanlo ni malcriadez.
Recogieron del colegio a Antonieta, Roberto y Rafael.
—Lara… ¿está bien? -le susurra Antonieta a Alice mientras caminaban.
—Efectivamente ¿por qué lo preguntas? -responde Alice también en susurros.
—Es que está en silencio.
—Se está comportando como toda una damita. Tendrá una recompensa si lo hace.
—¡Oh!
Lara recibió su recompensa con la condición de que continuara comportándose bien.
Roberto y Antonieta llegaron a casa y fueron a su habitación.
—Me sorprende que la señorita Verbinder haya controlado a Lara -comenta Roberto.
—A mí también me sorprende. No creí que alguien pudiera controlar a esa malcriada -contesta Antonieta.
—Eso quiere decir que Lara no nos volverá loco estos días -Roberto se sentía contento ante la idea.
—Qué alivio.
Se escuchó un fuerte golpe y luego unos llantos que venían de la planta baja de la casa.
—Lara ¿estás bien? -pregunta Alice con extrema preocupación.
—¡ME DUELE! -grita la niña llorando.
Lara se encontraba al final de la escalera sobándose la rodilla.
—Ven, te sanaré -dice Alice con amabilidad.
Alice la cargó en sus brazos y la llevó hasta el sofá, donde la sentó con la pierna estirada. Mientras Antonieta, Roberto y Rafael buscaban lo que Alice le pedía para sanar la rodilla de Lara.
—Ya estarás bien -le dice Alice cuando termina de vendarle la rodilla.
—¿De verdad? -pregunta la niña aún un poco llorosa.
—Sí, ya vez que no te duele.
—No mucho. Muchas gracias, señorita Verbinder -y abraza a Alice con cariño.
—De nada, mi niña. No muevas mucho la pierna para que sane más rápido.
Los días transcurrieron con prisa. Durante ese tiempo Lara se comportó como una niña buena y controló sus ataques de malcriadez.
Mireya la madre de Lara y hermana de Rogelio llegó a recogerla bien temprano.
—Hola mami. Buenos días -saludó Lara a su madre con educación y cortesía.
—Buenos días Lara ¿Cómo la pasaste estos 3 días en casa de tu tío Rogelio? -pregunta Mireya un tanto extrañada por ese saludo tan tierno de su parte.
—Bien mami. La señorita Verbinder me enseñó muchas cosas interesantes.
—Me alegro por ti. Gracias por cuidarla -agradece Mireya a Alice.
—No hubo problema -contesta Alice con alegría.
—¿En serio? -pregunta Mireya con sorpresa.
—Lara se ha comportado como toda una damita.
—Soy toda una damita, mami -comenta Lara con orgullo- Adiós señorita Verbinder, la voy a extrañar mucho.
—Yo también te extrañaré, querida.