—Pero señorita Verbinder… -se queja Roberto.
—Sin quejas. Te hace falta algo de ejercicio. Estas muy joven para estar siempre cansado. Es una práctica de futbol.
—Yo no sé jugar futbol.
—Aprenderás -replica Alice quien no iba a cambiar de opinión.
—No creo que sea así de fácil.
—He hablado con el entrenador, te enseñará lo básico.
—Pero señorita Verbinder, yo no nací para el ejercicio -continúa quejándose Roberto.
—Nadie nace aprendido, durante la vida se aprende las cosas.
—Pero esto no es para mí.
—No lo sabes si no lo intentas. Prepárate. Rápido, rápido -lo anima Alice.
—Voy a hacer el ridículo frente a todos -dice Roberto con desanimo.
—¡Tonterías! Es sólo una práctica de futbol, no es para tanto.
Se acercan al entrenador, un hombre corpulento de cabello y ojos negros.
—Roberto, te presento al entrenador López -le dice Alice presentándolos.
—¿Preparado para jugar, Roberto? -dice el entrenador López con ánimo.
—No -responde Roberto serio.
—Está algo nervioso. Nunca ha jugado futbol -contesta Alice.
—Es extraño que un chico de tu edad nunca haya jugado futbol, pero siempre hay una primera vez. Ven te presentaré al equipo -el entrenador le hace señas para que lo siga.
—Señorita Verbinder…
—Yo estaré en las gradas apoyándote -lo interrumpe ella.
Después de unas horas terminó el entrenamiento. Como se podría esperar, Roberto se encontraba muy sudado y sucio por todo el ejercicio que realizó.
—Estoy totalmente agotado, pero fue divertido -comenta Roberto que se notaba más alegre que cuando llegó.
—¿Seguirás asistiendo a los entrenamientos? -le pregunta Alice sonriendo.
—Sí, aunque no creo que me acostumbre a tanto ejercicio.
Regresaron a casa. Luego, salió a recoger a Rafael que lo había dejado en la mañana en la casa de un amiguito del colegio. Como ya eran vacaciones los niños se reunían en casa de algún amigo para jugar.
Rafael iba de camino contando todo lo que habían hecho durante el día hasta que un hombre extraño les cortó el paso.
—Usted debe ser la señora Alice Verbinder esposa del ministro central Kelder Silizium.
—¿Señora? -se exalta Alice con disgusto.
Rafael que se encuentra a su lado pone un dedo entre los labios haciendo la señal que guarde silencio.
—No hemos venido a hacerle daño, si eso es lo que piensa -dice el hombre.
—¿A qué han venido entonces? No puedo creer que a sólo a saludar -replica Alice con valentía.
—Por supuesto que no, hemos venido a darles una advertencia.
—¿Advertencia?
—El ministro Silizium es el que creó y ha apoyado la propuesta de crear un Uberdruss 2 y no ha querido desistir de eso -contesta el hombre con seriedad.
—¿Por qué ha de desistir? Hace falta, Uberdruss se ha vuelto pequeño con tanta población.
—Tenemos nuestros propios motivos por no querer otro Uberdruss, pero lo que he venido a señalar es que su esposo debe de terminar la propuesta sino quiere que a su querida esposa le suceda algo.
—¿Me está amenazando? -pregunta Alice nerviosa.
—Tómelo como quiera, pero la decisión es del ministro Silizium.
—Esto es bastante injusto.
—Podríamos hacer esto de peor manera y secuestrarle, torturarla, entre otras cosas, pero estamos siendo considerados y queremos llegar a un acuerdo -responde el hombre.
—¿Con amenazas?
—Si es la única manera, así se hará.
—Esto es una injusticia, es un atropello a mi persona -se queja Alice molesta.
—La seguiremos vigilando señora Verbinder, es mejor que lleve nuestro mensaje al ministro Silizium. Que tenga un buen día y tú también niño.
El corazón de Alice se aceleraba. Pensaba que estaba segura en el mundo corriente, pero no era así.
—Esto se está volviendo cada vez más complicado y peligroso -dice Alice cuando el hombre se fue- No puedo creer que me hayan seguido hasta el mundo corriente a amenazarme. Deben de tener muchos informantes por todos lados.
—Señorita Verbinder, está usted muy alterada.
—Lo siento, mi caballerito. No he querido preocuparte es sólo que todo esto me ha alterado un poco. Vamos a tomar y a comer algo y así nos relajamos un poco.
Entraron en una cafetería y ordenaron lo que iban a comer a la camarera que era muy joven. Alice miraba por todos lados como para saber si la vigilaban.
—Tranquila, señorita Verbinder. Ellos dijeron que no vinieron a hacerle daño -la trata de tranquilizar Rafael.
—Por los momentos, pero tienes razón debo tranquilizarme, no ganaré nada estresándome.
—Vamos a comer y se sentirá mejor, señorita Verbinder.
—Sí, gracias por preocuparte por mí, mi caballerito -le dice Alice con cariño.