Sebastian
Me encuentro en Spitalfields realizado algunos negocios, aquí varios millares de tejedores y bordadores de seda fabrican los artículos de gran lujo para la corte. Y es aquí también donde viven en casas que parecen montones de ladrillos. Un millón de seres humanos que trabajan, lloran y tienen hambre. También tienen su pasajero y ambulante albergue los marineros del Támesis. Algunos de ellos, trabajan en mis barcos mercantes. Al partir a lejanos viajes, de los cuales talvez no volverán dejan aquí a sus esposas desamparadas, y sus hijos en la orfandad. Aquí en Spitalfields el trabajo, la miseria y el crimen se dan la mano, como las tres parcas de la antigüedad. Porque el trabajo a los pobres en este país, los mata, como mata la miseria y el crimen.
Termino mis asuntos en este desdichado lugar, le encomiendo a Reed mi mano derecha que encuentre mas marinero para mis barcos. Y me dirijo al centro de la ciudad, a encontrarme con algunos comerciantes.
Lo que se encuentra en el centro de la ciudad, y que separa las dos extremidades de Londres es la lúgubre y vieja City, la Londres primitiva, que conserva hasta hoy su carácter mercantil. Y se desarrolla cada día con mayores proporciones. Esta es, una especie de ciudadela aparte, de callejones y almacenes en la que durante el día reina una devorante actividad, para quedar después a las 4 de la tarde desierta y silenciosa. Cada talego guardado por las paredes de hierro de la caja, y cada puerta y almacén defendidas por rejas y candados.
Caminando por aquí podía ver pasar un torrente de hombres preocupados, parecían empujarse unos a otros, como en la meta de una carrera. Todas las personas que veía aquí me parecían meras máquinas, máquinas escribiendo aquí, máquinas andando por allá, máquinas andando y repitiendo “plata” “oro” máquinas por todas partes, insensibles a toda otra rotación que la que, el negocio y la codicia le han impreso.
Aquí también se encuentra el banco de Inglaterra, la bolsa, el correo, la aduana, el mercado de carbón, de piedra, los corrales de matanza de Smithfield y los demás monumentos de Londres. Porque no son de otro género las grandes curiosidades de la capital.
Cuando termino de negociar un cargamento que trajeron mis barcos de la India. Me encuentro con Sam Pierce un comerciante y conocido mío. Recorremos los almacenes en busca de nuevas inversiones aquí en Londres, y después de charlar un poco nos despedimos. Me encontraba caminando en busca de un coche de alquiler cuando vislumbro al otro lado de la calle, la criatura mas linda que mis ojos hasta el momento habían visto.
En mis viajes por el mundo, he visto un sinfín de mujeres hermosas, incluso algunas más bellas que ella, pero ninguna había tenido ese encanto atrayente que me atrapa, solo ella. Esta ahí parada con una sonrisa en los labios que paraliza a todo ser que pasa, me quedo fascinado y me detengo a observarla con discreción. Era esbelta y delgada, pero también voluptuosa, su cabellera rojiza caía en rulos sobre sus hombros, descendiendo con gracia de su elaborado peinado, que se ocultaba bajo un gracioso sombrero, su tez era pálida, sus labios pequeños pero carnosos dejaban apreciar, de vez en cuando su perlada sonrisa, mientras brillaban divertidos sus enormes ojos verdes, aun a esta distancia podía distinguir perfectamente su color esmeralda. Me pregunto si será soltera, parece muy joven, lo cual no tiene nada que ver, es de extrañar que semejante belleza no esté al menos comprometida.
Mis prioridades son otras en este momento, pero definitivamente quiero conocer esa chica. Me encuentro sonriendo como un tonto mientras la miro conversar divertida con su acompañante, otra joven de menor estatura, de complexión delicada y cabellos rubios, muy bonita, pero carente del encanto que posee mi sirena de cabellos rojos. De momento, la voz de alguien me devuelve a la realidad.
—Te gusta lo que ves. — Me dice acercándose a mí.
—¿Perdón? —Digo sorprendido.
No puedo creer que un hombre con mi experiencia, se esté comportando como un mozo enamoradizo. Y que, para colmo, me hayan sorprendido infraganti. Un momento… yo conozco es voz. Me giro hacia donde se encuentra la persona que me habla, y me encuentro con la señora Fleming, es viuda y prima de mi difunto padre, su esposo fue un barón muy respetado que al morir le heredó una gran fortuna, la cual, después de que su única hija se casara, ella se cercioró de despilfarrarla. Hoy en día, está prácticamente en banca rota, sobrevive gracias a la ayuda económica de su yerno, el conde Braxton. Emplea su tiempo libre en hacer de casamentera, además de tener una terrible fama chismosa. En fin, ella es la ultima persona con la que debía haberme encontrado, en un momento como este.
—Las señoritas… ¿las conoce usted? Perdone la indiscreción, es que lo he visto mirarlas con interés. — me dijo más que curiosa, supongo que no puede evitarlo.
—No… no tengo el placer de conocerlas. Pero… me gustaría. Quién es la del vestido color lavanda, la más alta, ¿es casada?