El secreto de Apolo

XLI

Phoebe

 

Todo es borroso... Todo sucedió muy rápido…

 

Pero recuerdo los gritos, el sonido de los disparos y el dolor. No estoy muy segura de que sucedió después. Trate de ayudar a muchos, pero mi brazo dolía y en el fondo de mi sabía que si forzaba la herida debía despedirme de mi oficio como cirujana, pero no me importó porque yo era una doctora y jure atender a cualquier herido, hice lo que tenía que hacer.

Me siento mareada y algo desorientada, la garganta me pica y tengo mucha sed. Intento moverme un poco pero un agudo dolor me recorre y me encojo de inmediato. Comienzo con dificultad a tomar conciencia de mi alrededor, escucho el «bip» de la máquina que mide mis latidos, el olor a desinfectante característico de un hospital. Abro con cuidado los ojos y observó que estoy en una habitación y por fortuna sola.

Estar aquí me trae de golpe a la realidad, no fue una pesadilla, fue real. Con temor vuelvo a ver mi brazo derecho y lo que me temía se vuelve realidad, está enyesado y sobre él sobresalen varias varillas. Sé lo que significa, a la mierda que lo sé.

Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos sin que yo pueda hacer nada para evitarlo. Escucho pasos acercándose y cierro mis ojos con fuerza.

—Está despierta doctora ¿verdad? —pregunta una voz masculina.

—Si —respondo abriendo un ojo.

Un jovencito me sonríe, es delgado de cabello castaño y ojos color miel. Cálculo que debe rondar los veintes.

—¿Residente?

—Interno.

Sonrió un poco pensando en el largo camino que le espera.

—¿De qué área?

—Intensivista.

Enarco las cejas gratamente sorprendida.

—Esa es un área muy difícil.

—Todas lo son en medicina —Es lo que me responde mientras llena mi expediente.

—Tienes razón.

Me hace varias preguntas de rutina antes de marcharse prometiendo que volvería en unas horas.

Al quedarme sola no puedo evitar ver mi brazo, no sé cuál será mi diagnóstico final pero al ver que las varillas llegan hasta mis dedos sé que es probable que haya dañado varios nervios y aun cuando haga mucha terapia, lo cual llevará mucho tiempo es casi imposible que vuelva a practicar la neurocirugía, es más seria negligente de mi parte intentarlo.

Escucho un par de golpes en la puerta que me sacan de mis pensamientos y veo que es mi padre que me mira con preocupación.

—Mi pequeñita —exclama acercándose con cautela sus ojos me ven de pies a cabeza—. ¿Cómo te encuentras?

Hago mi mejor esfuerzo al fingir una sonrisa que lo calme.

—Estaré bien, solo estoy algo mareada pero es un efecto común de la anestesia.

Ríe con suavidad y al tenerlo más cerca puedo notar las ojeras debajo de sus ojos, el cansancio también es visible, ahora que lo pienso no sé qué hora es.

»¿Qué hora es papá?

Levanta el puño de su camisa y examina el reloj en su mano izquierda.

—Son las cuatro de la tarde cariño.

—¿Qué día es?

La mirada de mi padre se vuelve sería.

—Es miércoles cielo, has permanecido inconsciente por dos días, pero me alegro ver qué ya estás dando pelea.

Respiro hondo, dos días de inconciencia no es algo que suene bien. Por mucho que desee sentirme positiva en este momento, el hecho de que sea medico no me ayuda precisamente. Vuelvo la mirada a mi padre que me observa preocupado.

»Saldrás de esto mi niña, eres fuerte, siempre lo has sido —Se acerca a la cama y se sienta en el filo de esta, su mano toma la mía que aún está sana—. Afuera tienes una gran cantidad de personas esperando saber de ti. Me alegra ver que tienes muchas personas que te quieren.

Sonrío un poco, recordando cuando tuve el accidente de auto, mi única compañía era la de Jonás. Ahora, aunque no sé quienes más, pero sé que hay al menos siete hermanos que estarán ahí y eso me hace sentir querida.

»He llamado a tu madre, está muy angustiada —dice y enarco una ceja deseando en silencio que no vaya a venir o peor aún, que yo regrese con ellos—, quita esa cara, ella está en casa y a no ser que tú lo pidas se quedará allá.




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