El secreto de Apolo

LVIII

Apolo

Reviso todo por última vez. Hoy en cuanto me levanté y luego de revisar que Phoebe no necesitara nada me encaminé hasta su casa, o debería decir antigua casa, para recoger una parte de sus pertenencias, una vez que ella se encuentre en mejor condición podrá hacerlo por sí misma.

Al estar en este lugar, tengo sentimientos encontrados. Siento una opresión dentro de mi pecho. Están todos los recuerdos de la pequeña temporada en la que pude llamar a esta casa hogar. Están nuestras estúpidas discusiones, todos los besos y conversaciones; por otro lado, también ha sido testigo de todo lo difícil, de los ataques, de su secuestro.

Suelto aire muy despacio por la boca intentando calmar las emociones que se revuelven en mi pecho al recordar tan angustiosos momentos que vivimos hace tan solo una semana, pero son muy difíciles de controlar sin importar lo que haga, creo que desde ahora en adelante siempre existirá dentro de mí el temor de que algo le vuelva a suceder.

Sacudo la cabeza intentando sacar esos pensamientos. Tengo que tratar de ser positivo, pero como me cuesta.

Termino de subir las maletas a la camioneta y cierro la puerta principal. Al estar frente al volante dejo salir el aire que no era consciente de que estaba reteniendo. Me pongo en marcha hacia el hospital.

 

Subo hasta la planta donde se encuentra la habitación de Phoebe, al inicio del pasillo veo de lejos a mis hermanos, Basha y Nix, sus caras de preocupación no son un buen augurio. Al estar lo suficientemente cerca como para que se percaten de mi presencia pregunto preparándome mentalmente para lo que sea que venga.

—Ahora, ¿qué sucedió?

—Oh Apolo, por favor no enloquezcas —pide Nix apenas pone sus ojos en mí.

Pellizco el monte de mi nariz, y niego con la cabeza.

—Esa es una mala forma de comenzar, ¿Phoebe está bien?

—Sí, ella se encuentra bien.  

—Es Neo... —comienza ella.

Siento como el frío me recorre la espina dorsal.

—¿Qué sucedió? —pregunto acercándome a ellos.

—Lo han internado... —Frunzo el ceño sin entender lo que sucede—. Él es el donante de Valerie.

Me cuesta un poco lograr asimilar sus palabras, paso la mano por mi rostro y camino un poco en círculos. Agarro mi cabeza en un vano intento de controlar el enojo que se está formando dentro de mi pecho. Pero este no era el momento para enojarme, el enano estaba en un quirófano intentando hacer algo para salvar la vida de Valerie.

Aparto a Basha con la mano y entro a la habitación donde encuentro a Phoebe, en su rostro veo reflejada la misma preocupación que se acrecienta en mi interior.

—Debo suponer que tú sabías de esta locura. —Trato con todas mis fuerzas de no sonar acusador.

—Ya habíamos hablado acerca de los secretos que tus hermanos me confíen —aclara sin voltearse.

Avanzo y tomo asiento a su lado. Respiro profundamente. Tiene razón lo habíamos hablado hace poco, mis hermanos tienen el derecho de tomar sus decisiones, buenas o malas.

—No te culpo, espero que hayas hablado con él de lo que significaba hacerlo.

—Claro que lo hice. El proceso no es riesgoso, pero no puedo dejar de preocuparme por él.

Paso mi brazo por sus hombros y ella acomoda su cabeza en mi pecho. Adoro la forma en que nuestros cuerpos se acoplan, en la sensación de paz que su cercanía me transmite.

—Va a estar bien, el enano es testarudo.

—De un tiempo acá lo has llamado de esa forma, ¿por qué? —Hay algo en su voz que calma mi angustia.

—Lo llamaba así desde que nació. Era tan pequeño, que cuando lo vi por primera vez fue lo único que se me ocurrió y lo llamé así durante años. Hasta que...

—Hasta que apareció el Apolo cretino...

Rio con un poco de amargura, no puedo molestarme porque me llamen de esa forma.

—Sí, no podría decirlo mejor. No es un secreto que siempre tuve una debilidad hacia Neo. —Sonrió al recordar que solíamos ser muy unidos cuando él era pequeño—. Cuando estaba en secundaria apenas regresaba a casa estaba él esperándome para jugar o que le enseñara a tocar piano. Antes de que entrara en primaria dormía conmigo todas las noches, no había un solo lugar al que yo fuera, donde él no estuviera conmigo. Era mi niño consentido.

Me rodea con sus brazos.




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