Apolo
No me había detenido a pensar en la cara de desaprobación que tenía mi abuela en cuanto le he presentado a Phoebe, claro, normalmente era una mujer de lo más encantadora, siempre que no le presentará a una chica de la que pensará que no estaba a la altura de nuestra familia, en pocas palabras ninguna.
Ruedo los ojos, el ambiente se ha vuelto tenso y no es para menos, mi abuela esta con los brazos en jarras, con cara de pocos amigos, mientras que el abuelo que nada puede hacer cuando la abuela tiene esa actitud me da una mirada de disculpa. Mis hermanos rodean a Phoebe como si la estuvieran protegiendo de una amenaza.
—Abuela, esta es Phoebe, una amiga nuestra — sale Thanos a intentar calmar la situación, por enésima vez ve a Phoebe de pies a cabeza, y pienso que cada vez que lo hace se molesta más — Esta es nuestra yiayiá Agnes.
—Encantada de conocerla — le extiende la mano y sonríe. Noto algo extraño, Phoebe es una mujer de armas tomar y con un carácter del diablo cuando se molesta y muy bien lo sabía yo, pero en ese momento estaba fingiendo a la perfección frente a mi abuela, como si no le molestara en lo más mínimo la forma en la que se estaba comportando, era extraño.
—Ya lo veremos — responde la cabeza dura de mi abuela, recorro con la mirada a mis hermanos, vaya que a ninguno de nosotros nos ha gustado la hostilidad con la que nuestra abuela se está expresando, ella se da cuenta de inmediato por supuesto, pero como la matriarca de la familia siempre debe tener la última palabra, se da media vuelta y desaparece detrás de la puerta de su oficina.
Mi abuelo la ve marcharse dejando salir un suspiro exasperado, se vuelve a nosotros con una sonrisa que busca calmar los ánimos. Se acerca a Phoebe y le toma la mano.
—Disculpa a mi esposa, es muy celosa con sus nietos, pero no es excusa para que sea mal educada, siéntete como en casa, y si necesitas alguna cosa no dudes en decírmelo — las palabras del abuelo en algo aplacan la molestia que siento, pero ya me escuchara la yiayiá eso es seguro.
Dejamos el caluroso recibimiento de mi familia de lado mientras subimos las escalinatas que nos llevan a nuestra casa, por fortuna la abuela no tiene por costumbre venir aquí aun cuando estamos de visita.
Observo de reojo que Phoebe conversa alegre y relajada con Nix, me da gusto ver que se han llevado a las mil maravillas, aunque debo admitir que me pone nervioso al mismo tiempo, verlas así me ayuda a relajarme también, comienzo a entender la reacción de Phoebe, seguramente Nix tuvo que haberle advertido sobre el carácter de la yiayiá.
Llegamos a la pequeña casa blanca ubicada detrás del hotel, es bastante sencilla, era la antigua casa de nuestro padre cuando tenía nuestra edad, contaba con cuatro habitaciones, con una cocina y salón solo separados por una larga mesa.
Están los últimos rayos del sol colándose por las pequeñas ventanas cuando entramos, todo está exactamente como lo dejamos la última vez que estuvimos de visita. Dejamos las maletas en el salón, debemos cambiar la distribución de las habitaciones ya que el único que tiene una habitación solo soy yo y aunque me gustaría que Phoebe venga conmigo, no puedo decidirlo por ella.
—¿Por qué no llevas a Phoe a dar un paseo? mientras nosotros nos encargamos de arreglar todo — dice Athan mientras los demás asienten — solo asegúrate de regresar antes de las nueve, ya sabes que a la yiayiá no le gustan los retrasos, y creo que ya hemos tenido suficiente de eso por un día.
—Si Phoebe está de acuerdo, yo también — digo a la espera de que ella acepte.
Nos observa por un momento y asiente.
Caminamos por varios minutos sin decir nada, no calificaría el momento como incomodo, solo que cada uno se encuentra sumido en sus propios pensamientos. Observo fascinado como pareciera que Santorini no ha cambiado nada, hay una buena cantidad de turistas, esta no suele ser una época muy concurrida por aquí, por lo que todo está bastante tranquilo, caminamos por las calles por las que he caminado tantas veces en soledad.
—No sabría cómo describir tanta belleza — termina por decir.
Nos detenemos en uno de los tantos miradores a observar el mar, el cielo está completamente despejado permitiendo así ver el cielo estrellado sobre nosotros. Me vuelvo para observarla, su cabello castaño cae como cascada sobre su espalda, sus ojos brillan como las mismas estrellas, su piel resplandece ante la suave luz de las farolas. Con ella aquí siento como si fuera otra cara de Santorini que no había visto hasta este momento.
—Tú la estás haciendo más bella con tu presencia — se vuelve a mí con una cálida sonrisa que me desarma.
—Sabes Apolo — comienza y la curiosidad se apodera de mi — estaba pensando en lo poco o casi nada que conocemos el uno del otro.
Sonrío, la abrazo por la espalda y apoyo mi cabeza en su hombro, su aroma me invade de inmediato, tiene un efecto embriagador que me vuelve loco, es como si hubiera sido hecho exactamente para que tuviera ese efecto en mí.
—Eso es algo que quiero solucionar — respondo — ¿qué quieres saber?
Finge pensarlo unos momentos terminando por sonreír, pone su mano sobre las mías, si cálido tacto es una maravilla.
—Podríamos comenzar por tu edad.
—Tengo veintiocho años, de signo escorpión, tengo seis hermanos que ya conoces, una madre de lo más amorosa, soy vocalista en una banda de rock — suelta unas pequeñas risitas cada que agrego algo, eso provoca que me sienta cálido y me anima a seguir — sé tocar varios instrumentos como piano, guitarra y el violín.