El secreto de Diego

Un secreto al descubierto

El frío del invierno se sentía en los huesos. Amalia frotaba sus manos con nerviosismo, sus piernas temblaban y su cabello se enredaba con el viento que soplaba con fuerza. Había sido llevada por este chico que no conocía y sin mediar explicación hacia un parque cercano a la casa de Diego; el paisaje, lejos de tranquilizarla, contribuía a que las miles imágenes que pasaban por su cabeza se volvieran más macabras. Incapaz de adivinar qué pasaría, los prejuicios que nunca pensó tener, iban y venían mientras la mano firme del muchacho la guiaba.

Cuando el chico que la sentó en un banquillo de la plaza, intentó repetirse una y otra vez que Diego era una buena persona, que nada malo le pasaría allí. El joven notó su miedo, la observó con ternura y se ubicó a su lado.

—Y bien... ¿vas a contarme qué pasó entre ustedes? —El miedo de Amalia comenzó a disminuir. Al parecer, todo se estaba aclarando, ¿realmente este chico y Diego eran una feliz pareja?

—Lo siento mucho —sollozó— no quería entrometerme. No sabía que ustedes... que los dos... —titubeó. Su voz se quebró para dar lugar a unas escurridizas lágrimas. Lo poco que quedaba del tierno sentimiento que Diego le provocaba, era pisoteado en el suelo, para que fuera imposible recuperarlo.

—Eres Amalia, ¿cierto? —Agregó, con una delicada y honesta sonrisa en sus labios. — Diego me ha hablado mucho de ti. Son amigos, ¿no es así? —El chico habló con franqueza y suavidad, como si quisiera entrar al corazón dolido de la chica.

—¿Eres su novio? —El chico sonrío complacido.

—¿Lo parezco? —Murmuró, con el rubio cabello entre sus dedos—. Es el mejor cumplido que he recibido en el último tiempo.

Amalia lo miró sorprendida. No entendía su juego y tampoco estaba de ánimo para bromas. Al ver el rostro confundido de la joven, agregó:

—Me encantaría serlo cariño, y claro, ¿quién no querría?, con ese aspecto todo misterioso que tiene. Por desgracia, para mí, Diego no batea en mi equipo. Digamos más bien, que batea para el tuyo.

El rostro de Amalia estaba pálido, no podía responder, no sabía que decir.

—¡Que no, niña! ¡Diego es completamente heterosexual! Nada más somos amigos, ¡y vaya que agradezco su amistad!

Las lágrimas de Amalia interrumpieron su monólogo. El chico la atrajo hacia su hombro para que se desahogara por completo. Pero sus lágrimas no eran de tristeza, eran de alivio. Sin comprender del todo aún sus sentimientos por Diego, no quería que nadie se lo arrebatara.

—Soy Aníbal —dijo el chico cuando las lágrimas se detuvieron.

Amalia observó su rostro cálido, hermoso y amable para responder con una sonrisa de agradecimiento.

—También puedes decirme Reina —agregó, con las manos de Amalia entre las suyas.

Ella río al escuchar la importante acotación.

—Reina entonces. Soy Amalia, un gusto.

Sellaron su presentación con un sincero apretón, que sería el comienzo de una amistad que las acompañaría para siempre.

—Linda, no sé qué tanto sabes de Diego. Nosotros somos amigos, no te diré nada qué él no quiera contar. Solo dime si ustedes tuvieron algún tipo de discusión, una pelea, algo... —Reina se veía muy preocupada. Sus largas y contorneadas piernas estaban cruzadas de forma elegante, y sus manos con uñas perfectas no dejaban de juguetear entre sí. Amalia no deseaba distraerse en ese tipo de detalles, pero le resultaba curioso que un hombre se viera casi tan femenino, o incluso más, que ella misma.

—Sólo lo busqué una vez en la enfermería y se enfureció. Desde ese día no me habla.

El rostro de Reina se oscureció en forma instantánea. Parecía que entendía lo ocurrido. Tomó a Amalia de la mano y le hizo prometer que no abandonaría a Diego, sin importar lo que ocurriera.

—Él es, verás... un poco complicado. Tenle un poquito de paciencia ¿vale? Es un buen chico, incapaz de hacer daño alguno, solo que no sabe muy bien cómo llevar una amistad.

Amalia se sentía tan agradecida. Aquella, fue la primera vez que habló de chicos con alguien.

—Él es, verás... un poco complicado. Tenle un poquito de paciencia ¿vale? Es un buen chico, incapaz de hacer daño alguno, solo que no sabe muy bien cómo llevar una amistad.

Amalia sonreía agradecida. Aquella, fue la primera vez que habló de chicos con alguien.

—No tengo pensado huir a ningún lado, no hay de qué preocuparse, a excepción de sus ausencias. ¿Por qué ha estado faltando a clases?

—¡Por qué es un flojo —bufó Reina. Miró hacia el cielo y continuó—: No es cierto. Tuvo un resfriado y hoy faltó sólo por flojera. Ahora está durmiendo, si quieres...

La lluvia que había estado amenazando con caer, decidió por fin interrumpir su conversación. Era tiempo de que Amalia volviera a su casa. Pero la cortesía de Reina le dio una nuva sorpresa. Con sus manos sobre la cabeza para cubrirse de la lluvia, alzó la voz para que la misma no se perdiera entré el ruido del aguacero:

—¿Por qué no vas a saludarlo? Más tarde tiene que ir a trabajar, estaba a punto de preparar la cena ¡Ven a comer con nosotros!

Amalia sintió que su corazón volvía a tomar forma. La cálida sonrisa de Reina la invitaba a conocer el escondite de su misterioso amigo. La respuesta estaba clara.

Corrieron como dos niñas entre la lluvia. Amalia llevaba años sin sonreír.

Cuando estuvieron frente a la casa, su mente imagino cientos de escenarios: una casa hermosa, con enormes ventanales que daban a un bello patio repleto de plantas y flores. Sus padres estarían ahí, de seguro. Ella sería muy guapa, con los mismos ojos que su hijo y no pararía de hacerle peguntas; su padre, en cambio, sería recatado y formal como él. ¿Tendría hermanos y un perrito insoportable como todas esas familias bien constituidas y felices? Entusiasmada por ver en vivo y en directo el panorama que su mente había tramado, preparó su mejor sonrisa para, por fin, adentrase un poco en la vida Diego.

Fue necesario un gran esfuerzo de su parte no borrarla de su rostro ante el crudo escenario que la recibió. Con cada paso que daba dentro de aquella casa, su pecho se apretaba más y más. Si bien la construcción se mantenía como nueva y la fachada estaba impecable, lo único que había dentro de ella, era una pequeña mesa redonda de un plástico blanco y un mantel rojo colgando sobre ella. En una esquina, un mueble de madera, de seguro hecho por ellos, con algunos pares de platos y tazas, un hervidor eléctrico, alimentos de despensa, y un lavaplatos. En un rincón, unos cuantos cojines sobre una sencilla alfombra y nada más. Se quedó de pie observando todo.




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