Era recurrente en Amalia dormir pensando en Diego, o dormir muy poco pensando en esos intensos ojos azules o esa efímera sonrisa. Pero esa noche, fue en extremo cansadora. En dos días él estaría de cumpleaños, y junto a Reina, prepararían una celebración sorpresa en su honor, lo que implicaba un regalo y cocinar. Por desgracia, ella no era buena ni para lo uno ni para lo otro.
El día jueves recorrió todas las librerías, todas las tiendas de música, todas las tiendas de departamento... y nada. Cansada de caminar sin encontrar, terminó rogando información sobre los gustos del festejado a Reina, por supuesto, en casa de Diego.
Como de costumbre, él no estaba en casa y Reina no soltaba ni un poco de información. Vaya problema.
Rendida, se acostó en la sencilla alfombra del piso y esperó que las ideas llegaran por arte de magia. Reina se tumbó a su lado y juntas, se durmieron.
—¿Sus respectivas camas son tan incómodas que tienen que venir a dormir en mi alfombra?
Las chicas se incorporaron de un salto y encontraron a Diego sentado en la mesa plástica frente a ellas, con una alegre sonrisa y la cabeza apoyada sobre una de sus manos.
—¿Hace cuánto llegaste? —preguntó Reina tendiéndole la mano a su amiga para que se levantara. Se sentaron junto a Diego, Amalia lo saludo con una sonrisa y él se limitó a mirarla. Esos ojos hacían que le doliera el corazón.
—Por cierto... son las 9 de la noche... —dijo Diego a Amalia en tono de reproche, mirándola fijamente a los ojos. Sabía perfectamente lo intensa que era su mirada, no era casual que abusara tanto de ella—. ¿no crees que es un poco tarde? Te quedarás sin autobús.
Amalia miró el reloj mientras el rubor subía por sus mejillas. Apoyo su cabeza en el hombro de Reina y suspiró.
—Ya me voy —respondió con pesar—. Pero mañana vendré temprano por...
No alcanzó a terminar de hablar. Diego arrojó una mirada de furia a Reina y se levantó con brusquedad de la mesa.
—¿Por qué le dijiste? —le increpó.
—No seas melodramático, es solo un cumpleaños —contestó ella, pero Diego solo se enojó aún más.
—Te advertí que no lo hicieras... —se volteó hacia Amalia que observaba con sorpresa y agregó desafiante—: Mañana no estaré y volveré muy tarde, pasaré el día con Amparo.
Entró a su pieza dando un ruidoso golpe a la puerta y cerró. Amalia no supo cómo reaccionar. Reina estaba molesta, recostada sobre la silla mientras cruzaba sus brazos. El dramatismo de Diego la estaba cansando.
—No hay problema... —dijo Amalia para suavizar el ambiente—. Podemos celebrarlo el sábado.
Ella no lo notó del todo, pero mientras hablaba, su voz comenzó a quebrarse y las lágrimas se asomaron a sus ojos. Reina pasó un brazo por su espalda y juntaron sus frentes.
—Ella es su novia, no hay problema con eso Reina, solo, yo... no quería que estuviera solo.
Reina la abrazó con fuerza y le acarició el cabello hasta que se calmó.
—Gracias cariño... él cree que te protege manteniéndote alejada...
Reina casi debía morder sus labios para no hablar. Quería contarle todo sobre Diego y terminar con las lágrimas de su amiga, pero no podía. No era el momento ni el lugar, y tampoco le correspondía a ella derribar ese muro.
Mientras Reina acompañaba a Amalia a tomar el autobús, Diego se dejaba caer sobre su cama, con la vista perdida entre sus manos intentando buscar alguna solución. Mas le era imposible por ahora.
—Tienes que parar con esto —interrumpió Reina, con la puerta abierta de par en par.
—¿Perdón?
—Te gusta Amalia, deja de alejarla de ti. Ella no tiene idea de quién eres en realidad, lo único que haces es jugar con ella.
Diego se quedó en silencio unos segundos. Se levantó de su cama y se paró frente a Reina. Eran casi del mismo tamaño.
—¿En serio quieres que me acerque a ella? ¿Eres su amiga, y quieres que la toque con estas manos? ¿Realmente quieres que se acerque más a mí? —dijo provocándola con el cuerpo.
No le estaba hablando a Reina, él buscaba a Aníbal. Una pelea estaba a punto de comenzar.
—¿Es en serio? ¿Tanto te molesta reconocerlo, que estás dispuesto a pelear conmigo? No voy a hacerlo, Diego. No contigo.
—¿Reconocer qué? ¡Deja de imaginar que sabes todo de mí! ¡El único marica en busca de amor eres tú! ¿Crees que...? —Diego no pudo terminar de hablar.
A Reina le habría encantado nacer en el cuerpo de una mujer, pero no era así. Él había nacido hombre, y ese cuerpo de hombre que envolvía a Reina, golpeó tan fuerte el rostro de su amigo, que volvió a caer a la cama.
—Yo soy el marica que aceptó su vida como era. Soy el marica que sale a la calle haciendo el ridículo sin importar lo que digan de él. Soy el marica que sabe que pasará el resto de sus días solo. Sí, yo lo soy. Y tú eres el valiente macho que se avergüenza de lo que es —dijo Reina sin gritar, con un tono calmado y tranquilo que hizo eco en los oídos de su amigo.
Diego se incorporó y se sentó en el borde de la cama, con la cabeza agacha entre sus brazos. Su labio comenzaba a hincharse y el dolor punzante le hizo recapacitar.
—¿Cómo se supone que veré a Amparo mañana? Este golpe se pondrá negro... —murmuró con suavidad.
Reina se apresuró en ir por hielo para sentarse junto a él. Tomo su rostro con sus manos mientras el hielo hacía su trabajo. Aprovecharon el silencio para calmarse, y así se quedaron por un momento.
—No lo haré, no con ella —dijo Diego finalmente, con la mirada perdida en las paredes con moho de su habitación—. Es tu amiga, es mi amiga. No se lo merece, ninguna persona lo merece.
—Tarde o temprano, encontrará a alguien... y no serás tú —sentenció Reina.
—Lo sé, y es lo que espero. No sabes cómo deseo que se enamore de algún chico de la escuela y huya de aquí. ¿Hay algo bueno que pueda ofrecerle? Solo mira como vivo. Como vivimos, Reina. Este lugar no es para ella, nosotros no somos para ella. Lo único que le daremos son problemas. Soy incapaz de tocarla, Reina. Ella necesita algo mejor.
#8786 en Novela romántica
#2041 en Chick lit
romance abandono y drama de la buena, romance primer amor cosas de la vida, romance adolescente amistad y drama
Editado: 18.04.2025