El secreto de Diego

Ni juicios, ni explicaciones

En la lista de días fatales, Amalia tuvo que agregar ese horrible lunes. Diego había saltado la escuela como acostumbraba, pero a ella eso ya no le preocupaba como antes. Con el correr de los días y a medida que su amistad con Diego se hacía más sólida, comprendió que si el trabajo había estado pesado, él simplemente faltaba. Pero ese día en particular, si él hubiese asistido a la escuela, su historia de seguro se habría mantenido en silencio. Pero eso no sucedió. Diego faltó y Amalia se enteró de aquello que con afán había escondido.

Esa horrible mañana, como cada día, avanzó en silencio por el pasillo que conducía al salón. Caminaba concentrada en su celular para teclear mensajes a Reina, ansiosa por saber si Diego sabía de su intención de volver a casa. Fue un silbido a sus espaldas el que la distrajo. Algo extraño, puesto que, nadie en esa escuela, además de Diego, sociabilizaba con ella.

Entró al salón y el silencio se apoderó de quienes estaban allí. Todos y cada uno de los estudiantes presentes voltearon a mirarla. Otra situación extraña.

Tomó su lugar dejando el teléfono sobre la mesa, con la mirada aguda en sus compañeros y esperando el momento en que Reina respondiera a sus mensajes. Dejó de observar a quienes la asechaban, al fin y al cabo, la situación de sus amigos reunía todo su interés. ¿Qué pensaría Diego de todo esto?, ¿aceptaría quedarse solo?

La clase comenzó a avanzar y un papel con un ofensivo mensaje cayó sobre sus cuadernos.

¿Tienen descuento los compañeros de clase? ¿O la putita de tu amiga te obliga a cobrarnos tarifa completa?

La ira comenzó a invadirla. Levantó la vista para encontrar al responsable, pero como es típico de los abusadores, aquel que disfrutaba molestándola y humillándola, estaba escondido. No fue difícil entender de qué iba todo eso; el rumor sobre Reina se había extendido y ahora ella sería el centro de las burlas.

Durante el primer descanso, salió directo a la cafetería caminando con paso decidido para hacer frente a cualquiera que quisiera ofenderla, a ella o a Reina. Estaba decidida a proteger a su amiga, pues no iba a permitir que nadie la dañara. Menos aún gente como esa, que desprecia a todo aquel que sea diferente. Pero como era de esperar, nadie dio la cara. A medida que avanzaba, los rumores se esparcían en murmullos a su alrededor.

Fue en el segundo descanso cuando todo explotó.

Se encontraba dentro de la caseta del baño, estaba por terminar el recreo y todos volvían a sus aulas. No había nadie más, por lo que los pasos acercándose fueron audibles por completo, al igual que las familiares voces que los acompañaban. Trató de ignorarlas, pero fue imposible.

—¿Crees que sea cierto?

—No lo sé, ella no lo necesita. Su papá es médico ¿para qué lo haría?

—Claudia insiste en que ella la vio y que es culpa de Diego.

—Vamos. A ella no le creo nada. Desde que está loca por Samuel, odia con todo su corazón a Diego. Como si eso pudiera darle alguna oportunidad.

—Es extraño. ¿Por qué Amalia estaría de novia con alguien como Diego?

—Supongo que se limita a que el chico es guapo ¿no?

—Pero, tú sabes lo que se dice de él. ¿Crees que aquello sea cierto?

—No lo creo, estoy segura. Yo misma lo escuché durante la pelea que tuvo con Samuel.

—Dios mío, qué asco, pobre Amalia. Por muy guapo que esté jamás dejaría que se me tocara. Seguro que...

Fue aquí donde ya no pudo solo escuchar. Salió del baño furiosa, segura de esa vez tendrían que escucharla. Al verla, las chicas se miraron con espanto y sorpresa. Antes de hablarles, Amalia cerró la puerta, se volteó y se encargó de que su mirada transmitiera todo el odio que estaba sintiendo.

—¿Cuál de las dos va a explicarme lo que está pasando? —pregunto con tono pausado y colérico. El pánico se había apoderado de las chicas, ambas, compañeras de salón de Amalia. Ninguna podía hablar, sus rodillas temblaban y la más bajita, Ester, estaba punto de llorar. —¡¿Quién demonios va a explicarme lo que está pasando aquí?! —gritó Amalia al borde de la desesperación. Algo sucedía a sus espaldas y era la oportunidad de averiguarlo. Las niñas comenzaron a excusarse, buscaron cambiar su atención y pretender que era otro joven de quien hablaban, pero Amalia no les dio oportunidad.

—¿Qué mierda es esa que dicen de Diego?

—Lo sentimos mucho, Amalia, cómo están siempre juntos, pensamos que eran novios. Todos lo piensan, no quisimos ofenderte.

—Ester, eso no es lo que me molesta. ¡¿Qué demonios estaban diciendo de Diego y por qué todo el mundo habla a mis espaldas?!

Las chicas se miraron confundidas, no podían saber cómo reaccionaría Amalia y el miedo no las dejaba pensar con claridad.

—Lo lamentamos tanto, en serio. Amalia, nosotras no somos las responsables, lo juro. Pero te vieron, y todos dicen que tú y tu amiga, se dedican a lo mismo, y que fue él quien las empujó a hacerlo.

Amalia cubrió su boca buscando hallar otro significado a lo que las niñas decían. ¿Por qué alguien pensaría eso?, ¿Qué putrefacta mente podía inventar algo así sobre ellas, sobre Diego? Las chicas se volvieron a mirar y ella seguía sin comprender.

—Eso solo fue un rumor, Amalia. Uno muy antiguo que se extendió hace unos años.

Al escuchar esas palabras, fueron las rodillas de Amalia las que comenzaron a temblar. Él pasado de Diego era algo desconocido para ella. Jamás había querido hacer muchas preguntas, solo sabía lo de sus padres y Amparo. Nada más.

—Solo suéltenlo y terminemos con esto. —Las chicas titubearon, pero comenzaron a hablar.

—Pasó en una pelea con Samuel Henz hace unos años. Él atacó a Diego porque supuestamente estaba... —Ester miro a su amiga y se disculpó con Amalia antes de continuar. —Dios, lo siento Amalia, pero él no tiene una buena reputación. Dicen que trabaja en un café... de esos. Son solo rumores Amalia, pero se dice que él es uno más de los chicos que se prostituyen en el puerto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.