Aquella fue una larga noche. Una verdad oscura había salido a la luz, y Amalia no estaba dispuesta a olvidarla. Se ausentó de la escuela los días que siguieron con el estómago descompuesto por la ira. ¿Cómo enfrentaría a los profesores? Diego era mayor de edad hace solo un mes, por lo que además de lo duro que era ver a sus amigos en esa situación, se encontraba ante un delito. Tenía claro que debía hacer las denuncias pertinentes, pero estaba segura también, de que si eso ocurría, perdería a sus amigos para siempre. Las tinieblas que rodeaban a Diego cuando lo conoció, se esparcían a su alrededor y le impedían lidiar con la realidad. Todo se volvía oscuro. Estar lejos de ellos no era una alternativa.
Por desgracia para ella, Diego ya había tomado una decisión. Estaba seguro de que borraría por completo a Amalia de su mente, por difícil que le resultara. Tendría que lograrlo, y esa era la ocasión perfecta para hacerlo. Reina pronto volvería a casa, Amparo tendría una familia estable y en unos meses serían las pruebas de admisión para la Universidad. Deseaba irse tan lejos como pudiera y jamás volver a mirar los ojos de Amalia. ¿Cómo podía continuar junto a ella si había sido descubierto con algo que lo avergonzaba tanto? ¿Cómo podría vivir disimulando una sonrisa frente a ella, ahora que lo sabía todo? Estaba resuelto. Era hora de vivir sin Amalia, sin Reina y sin Amparo. Todas estarían mejor sin él.
Arregló todos los detalles para celebrar el cumpleaños de su hermana, esta vez, junto a la familia que deseaba adoptarla. Si todo salía bien, empezaría pronto a vivir con ellos, seguramente cambiaría de escuela y por fin se desprendería de Amalia. Luego, el tiempo se encargaría de borrar los recuerdos que le hacían daño. Era momento de escapar.
Reina por su parte, preparaba su retorno a casa. Pretendía viajar el día sábado, para visitar junto a Amalia a la pequeña Amparo por su cumpleaños, pero su madre fue lo suficientemente insistente como para que ella adelantara su viaje dos días. El día jueves partió a la capital, luciendo perfecta, como siempre. Solo su amiga fue a despedirla.
—No lo dejes solo Amalia —le rogó al besarla antes de subir al tren.
—¿Qué más hago Reina? Él me está evitando, lo he buscado sin parar y no me responde.
—Insiste. Ahora es cuando debes usar tu llave de la casa. Que no se te escape, Amalia, no lo permitas.
Se abrazaron con fuerza, Amalia le recordó infinitas veces lo mucho que la quería, se desearon suerte y se alejaron. Ocho horas separaban a Reina de un reencuentro que no esperaba, pero que secretamente deseaba desde que salió de esa casa sin voltear la vista. Ella añoraba una familia, y la necesitaba hoy más que nunca.
Al volver, Amalia se detuvo en casa de Diego, pero como era de esperar, nadie abrió la puerta. Estuvo sentada afuera por casi una hora, pero nada sucedió. Escribió una pequeña nota para dejarla bajo su puerta. Diego la leyó inmediatamente, incapaz de contener su emoción.
Deja de ignorarme, no es agradable. ¿Nos vemos el viernes en lo de Amparo? Vamos a buscarla al jardín. Le tengo un hermoso regalo.
Te quiero.
<3
Se quedó sentado junto a la puerta mientras Amalia se alejaba de allí. Deseó correr tras ella y darle sus razones, decirle que en el fondo la quería, y que solo buscaba protegerla y alejarla del mundo que lo rodeaba. Pero eso habría sido aún más doloroso.
Esa noche, nadie acompañó a Diego. Hacía tiempo que esa casa no se sentía tan sola. Tampoco volvió a la escuela. Ni siquiera sabía si lo haría alguna vez.
El día viernes llegó, Amalia guardó el regalo que tenía preparado para Amparo y salió. O eso intentó.
—¡Hey, hey, hey! Señorita, ¿a dónde va? —Elena, siempre Elena pendiente de todo lo que ella hacía. Amalia se volteó con cara de amargura, pero debía dar una explicación—. Dijiste que te sentías mal, que esa era la razón por la que faltabas... ¿para dónde crees que vas?
—Solo quiero visitar a un amigo...
—¿Un amigo? ¿Solo un amigo? —respondió con tono burlesco y pícaro.
Era la primera vez que un hombre era nombrado por Amalia, y sabía que debía ser importante para ella.
—Solo eso... —dijo entre sonrisas. Ante ello, Elena no tuvo más opción que permitirle salir.
—Bien... ¡pero no olvides que tu padre te necesita hoy!
Amalia corrió hasta el autobús, hoy seguro vería a Diego y podría decirle que todo estaba bien, que lo quería tal cuál era, con su pasado, con su historia, con sus decisiones y errores. Pero por sobre todo, debía convencerlo de que se quedara a su lado. Que dejara ese mundo oscuro y se quedara junto a ella. Si era por dinero, ella podía ayudarlo, lo haría sin importar lo difícil que fuera, ella mantendría a Diego a salvo y jamás volverían a tocarlo. Era una promesa.
Llegó puntual a las 15 horas, los pequeños comenzaron a salir de la guardería, se entretuvo un momento observando a las madres recoger a sus hijos, sintió su corazón ablandarse y en segundos, se encontró soñando despierta una vida junto a él.
—¿Amalia? ¿Eres Amalia?
Levantó rápidamente la vista para ver quién interrumpía su hermosa fantasía, encontrándose frente a frente con la encargada del aula. Ella conocía muy bien a Amparo y a Diego, por lo que había logrado conocerla también a ella. La saludó con cariño y entonces se enteró. Amparo no había asistido hoy, Diego había pedido autorización y se la había llevado por su cumpleaños.
Mala suerte.
Pésima suerte.
Amalia no contaba con eso. Nuevamente, le tocaba guardar un regalo en su bolso. Tal vez, esos hermanos jamás recibirían un presente de su parte. Caminó triste por el centro de su ciudad, había escogido con tanto cariño ese juguete para Amparo, estaba tan ansiosa de ver sus ojitos azules reír de felicidad. No era justo que Diego la apartara de la pequeña. La pena empezó a apoderarse de ella al sentir que los perdería, hasta que una llamada de su padre le recordó una importante reunión a la que se había comprometido a asistir.
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Editado: 14.04.2025