El secreto de Diego

Qué rápido puede caer el sol

—... Está todo bien. Sólo quédate junto a Amparo —anunció la voz profunda de Ernesto.

No hubo más respuesta, y no la habría por más que intentase preguntar. Amalia y su angustia no lograron calmarse. Intentó mantenerse tranquila junto a Amparo, pero cada segundo era peor que el anterior. Miraba una y otra vez su teléfono, el reloj, la puerta. La pequeña solo observaba, sabía que algo extraño estaba pasando. Entonces recordó lo que Diego siempre decía: "Ella no hace preguntas".

Se quedó a su lado toda la noche, vigilando el sueño de la niña que revivía la habitación de su pequeña hermana. Sus pensamientos iban desde la risa suave de Lía a los azules ojos de Diego y la ternura de Amparo.

¿Diego? ¿Qué pasó?

Estaba dormitando, cuando unos golpes a la puerta la despertaron. Bajó de puntillas, silenciosa y rápidamente.

—¡¿Reina?! ¡¿Qué haces acá?! —preguntó mientras la miraba detenidamente con espanto, con sus manos temblando en la manilla de la puerta. ¿Por qué aparecía tan temprano y sin avisar?

—Diego está bien —respondió, avanzando hasta entrar en la casa, tratando de esquivar los ojos nerviosos de Amalia y sentándose cabizbaja en el sofá. Su amiga siguió cada uno de sus pasos con la intención de tranquilizarse—. Está en el hospital ahora... me quedaré con Amparo, ve a verlo pronto.

—¿En el... hospital? ¿Qué pasó? Nadie me ha dicho nada... ¿Qué pasó? —dijo, con su voz temblorosa mientras se arrodillaba frente a la esbelta figura de Reina.

—No lo entiendo bien aún, Amalia. Diego me llamó muchas veces y yo no lo escuché... Me envió un mensaje pidiéndome que no abandonara nunca a su hermana, que no te contara nada a ti, que las cuidara a las dos... Intenté llamarlo cuando lo leí, pero tus padres ya estaban junto a él... Lo siento... si hubiese contestado... —El rostro de Reina se escondía cada vez más entre sus brazos, parecía que se derrumbaría en cualquier momento. Los brazos de Amalia intentaron consolarla, pero su angustia no ayudaba—. Diego... aparentemente... intentó suicidarse...

—Es imposible. —Sentenció Amalia. —Él jamás dejaría a Amparo. Es imposible. Imposible. —Cada vez que repetía un imposible, sus negros ojos dejaban caer una lágrima. La noche anterior estaba abrazándola en su habitación. ¿Lo había presionado mucho? ¿Era culpa de ella? ¿Había algo más oculto en la vida de Diego? No se arregló para salir, no se despidió de Amparo, solo corrió lo más rápido que pudo hasta el autobús intentando acortar los segundos que la separaban de él.

E aquel frío hospital, el estar del quinto piso estaba vacío. La habitación 511 estaba al final de un largo pasillo por el que la luz de la mañana entraba a raudales. Sintió que sus pasos se hacían eternos mientras avanzaba. Tomó un gran respiro antes de entrar y encontrase con la mirada afligida de sus padres.

Elena acariciaba los brazos desnudos y tatuados de Diego mientras Ernesto los miraba desde la pared. Se acercó hasta estar de pie junto a su cama y cerciorarse por ella misma de que él aún respiraba.

Las largas pestañas de Diego se entrelazaban en sus parpados cerrados, su rostro fino y pálido parecía descansar tranquilo y su negro cabello se desparramaba sobre esa almohada de hospital. Ciertamente, parecía que no había pasado nada.

—No sabemos qué ocurrió... todo es extraño hija... —Elena rompió el silencio jugando con los dedos del paciente inmóvil—. Estaba dormido en su cama, junto a un montón de medicamentos... la llave del gas estaba abierta. No hay rastro de que haya tomado siquiera una pastilla... Tiene heridas en sus brazos, quemaduras... Ernesto dice que son lesiones autoinfligidas, y que lleva tiempo tratándolo por lo mismo...

—Eso no es cierto... él no se hace daño...

—¿Puedes asegurarlo? —preguntó en tono brusco Ernesto, frunciendo el entrecejo molesto y preocupado.

—No lo sé, pero... él estaba bien... algo tiene que haber pasado papá...

—Él solo quería dejar a su hermana con una familia. Eso es lo que creo.

Antes de responder, una enfermera golpeó la puerta y entró.

—Dr. Vargas, la policía ya está aquí.

Ambos salieron corriendo y Amalia se quedó en la habitación, de pie junto a su cama, se inclinó lento para besar su frente.

—¿Qué pasó, Diego? ¿Qué hiciste? ¿Este era otro de tus secretos? —murmuró junto a él. Se quedó ahí por largo tiempo acariciando su cabello, hasta que dieron las 10 de la mañana y una cariñosa enfermera le pidió salir para un breve chequeo. Avanzó por el pasillo en busca de sus padres, y en la oficina de la residencia, pudo escuchar a Elena alzar su voz.

—¿Qué insinúas Ernesto?

—Que este chico lo ha hecho siempre y nos ha estado mintiendo.

—Tú mismo hiciste la denuncia, sabes muy bien que no es así.

—¿Y cómo explicas esto, eh? ¿La policía no encuentra nada ante un hecho así de extraño? ¿Y qué hay del dinero que encontramos junto a él? Elena, por favor, claramente había alguien más allí. ¿Por qué querría tomar esas pastillas si el gas lo asfixiaría? Se está prostituyendo Elena, y se le salió de control. Eso es lo que pasa, aunque no desees aceptarlo.

—No puedo creer algo así, amor, por favor. Lo conocemos, tú más que nosotras. Y esta investigación ya se hizo antes...

—Es el hijo de un político, su familia entera está en política. Obviamente impedirán que algo así se sepa.

—Él ya no lo hace... —murmuró Amalia entrando en la oficina—. Dejó de hacerlo hace un tiempo... puedo asegurarlo... —Los ojos sorprendidos de sus padres dejaban ver la decepción que sentían.

—Maldición, Amalia. ¿Sabías eso? Maldición, ¿por qué ocultaste algo así? —Ernesto estaba furioso.

—Me enteré hace un tiempo... Él... no tenía otra opción. No lo hizo por gusto papá. No lo juzgues sin saber bien que pasó.

Ernesto salió bruscamente terminando la conversación. Elena aún estaba impactada. Sin levantarse de su silla, quiso saber todo lo que Amalia podía contar sobre Diego. Estuvieron horas hablando. Extrañamente, el apego que Elena sentía por él, iba creciendo mientras escuchaba el amor con que su hija hablaba. De todas formas, una madre debía estar siempre para apoyar a sus hijos, y ella ya había tomado ese rol con el muchacho.




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