El secreto de Diego

Nueva vida, ¿nuevo amor?

El traslado de casa lo hicieron dos semanas antes de navidad. Ordenaron y distribuyeron todo tan rápido como podían, la madera nueva de esa construcción prometía recibirlos cálidamente, y todos ellos lo necesitaban. La nueva casa estaba en un hermoso pueblo cubierto de verde, a orillas de un azul lago que se confundía en el horizonte con el cielo. Un lugar tranquilo y solitario, muy solitario. Ningún negocio abría por las tardes, el internet era ridículamente lento y un apagón generalizado recibía las lluvias. La playa que bajaba hasta el lago era un lugar perfecto para cicatrizar heridas en el alma, y no tardó en transformarse en el espacio preferido de Amalia. La primera noche que pasó allí, los pedacitos rotos de su corazón fueron zurcidos uno a uno por las estrellas. Sin duda, esa sería su terapia.

La vida intentó comenzar de cero. Ernesto y Elena fueron ubicados rápidamente en sus trabajos, el hospital estaba tan solo a unas cuadras de distancia, y era tan pequeño como un consultorio de su antigua ciudad. Estaban felices de esta vida que comenzaba para todos, podrían desayunar, almorzar y cenar juntos cada día, caminar lentamente de la mano con Amparo al volver del colegio y vivir sin el miedo a los estigmas que perseguían a Diego y su familia. Sus cosas fueron descargadas lentamente, armaron todo, su cama, su escritorio, sus muebles. Como si en cualquier momento fuera a atravesar la puerta de esa habitación. Y nadie preguntó cuándo Amalia decidió dormir allí una y otra vez hasta volverlo una costumbre.

La mañana de vísperas de Nochebuena, Elena y Amparo desaparecieron sin avisar, dejando solo un par de regalos junto al árbol que habían decorado todos juntos días antes. Esa noche, solo serían Amalia y su padre.

El anaranjado color del sol entraba por los enormes ventanales de la casa y Amalia comenzaba a preparar en silencio una sencilla cena. Distribuyó y decoró de forma sutil la mesa. Navidad siempre era difícil para ambos, y ese día, los encontraba solos, como en el primer año tras la muerte de su madre y su hermana.

Cenaron en silencio, la sobremesa sonaba vacía, se extrañaba la risa de Amparo, y el recuerdo triste de las navidades pasadas venía a la memoria de ambos.

—Las extraño... —rio Amalia sirviendo un poco de helado en los potes con forma de cerdo que Amparo había escogido para la familia—. Están con Diego, ¿cierto? ¿Por qué no quieren que lo vea? ¿Por qué Reina no le pasa mis llamadas? —Podría haber hecho preguntas eternamente, pero nadie respondería. Su padre solo guardaba silencio y ella se detenía para comenzar nuevamente en unas horas. Comió su postre y se retiró a su habitación, dando por terminado el incómodo diálogo. Cerca de la medianoche, su padre se acercó en silencio hasta su cama.

—Soy médico, hija. Y he hecho un juramento de confidencialidad. No puedo contarte nada si Diego así me lo pide. —Sus manos temblaron cuando acarició la negra cabellera de la chica recordando los días en que tuvo que reemplazar a su esposa, cuando se lamentaba pensando en que llegaría el día en que su pequeña sufriría por un corazón roto, y que tendría que hacer frente solo al malvado mujeriego responsable. Jamás imagino que la historia sería tan amarga y diferente.

—¿Él lo pidió? —murmuró. Y Amalia se abrazó a su padre al pronunciar esas palabras. Por alguna razón, a ella no le sorprendía. Diego lo había dejado claro en su nota. La quería fuera de su vida.

—Y créeme que es lo mejor. Para ambos. Él comenzará una terapia en Enero, le hará bien estar solo por un tiempo. Aprenderá a convivir con su historia y a aceptar su vida, dale tiempo —dijo. Los besos de su padre inundaron su frente y aliviaron un poco el vacío que sentía al recordar esa sonrisa tímida y falsa. Ella entendió el mensaje y esperaría cuanto fuera necesario.

Su padre le entrego un pequeño presente, con un hermoso vestido negro con lunares blancos en el interior. Su madre había tenido uno igual, recordó lo hermosa que se veía con él y sus zapatos rojos, sus ojos de niña que idolatraban a esa mujer, durante el año que acababa, habían conocido parte de lo más bajo del mundo.

También se merecía un tiempo a solas. Pero antes, debía saludar a su primera y única amiga.

"Antes de todo, debes saber que te odio, con toda mi alma, por ponerte del lado de Diego y abandonarme a mi suerte. Pero por otro lado, quiero que sepas que te amo con toda mi alma, que te admiró y que de joven, sólo deseo ser como tú"

La respuesta no tardó en llegar, una emocionada Reina agradecía entre lágrimas esa declaración de amistad y pedía disculpas una y otra vez por aceptar la petición de silencio de Diego.

—Tengo dos regalos para ti, uno que te lleva Amparito y uno que te diré ahora. Diego trabajará conmigo en la florería y vivirá en casa junto a mis padres por un tiempo. Lo vigilaré de cerca, así que mantente tranquila.

—¿Cómo está?

—Ahora, mejor... ya sabes, su hermana tiene un poder que nadie iguala.

—¿Lo cuidarás por mí? ¿Le dirás que lo extraño?

—Sí y sí. Te contaré cuanto pueda...

Y así fue. Pasaron los días, las semanas y los meses. Tres estaciones sin Diego. Amalia pasó del calor al frío sin él y vio caer las hojas en otoño, pero su amor se mantuvo intacto. Elena y Amparo seguían ausentándose casi cada dos semanas, y en ocasiones, Ernesto lo visitaba solo. Todos sabían de él, excepto Amalia. Por Reina logró saber que no cortaba su cabello desde el día en que se había ido, que había puesto una pequeña expansión en su oreja izquierda, que había engordado una talla y que luego había vuelto a adelgazar y que como antes, lo único que hacía era estudiar y trabajar. También por ella, supo que en Agosto comenzaría a vivir solo junto a Reina, en un departamento cercano a la universidad. Y esa noticia, fue la que gatilló todo.

La inseguridad se apoderó de ella. Diego era un hombre inteligente y atractivo, iba a ser doctor, y viviría solo. Por si fuera poco, hacía 7 meses que no cortaba su hermoso cabello. Amalia se incorporó rápidamente sobre su cama, colgó el teléfono y corrió escalera abajo en busca de Elena. Era el momento de pedir ayuda.




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