Ese día, pasaron horas en silencio recostadas sobre la cama de Reina, observando las estrellas fluorescentes del techo de la habitación que un pequeño Aníbal había distribuido una a una desde que tenía 6 años, hasta el momento en que abandonó esa casa.
Reina estaba preparada para contener a su amiga, con su hombro listo para recibir litros interminables de amargas lágrimas y su pecho dispuesto a abrazar hasta el cansancio. Pero no fue necesario. Amalia estaba sólida, tranquila e inconmovible. Era capaz de perdonar y entender a Diego eternamente, pero esto se escapaba de su lista. Por fin veía la salida a la ambigua relación que mantenían, estaba solo a pasos de lograrlo, tenía los argumentos de su lado, y lo más importante, tenía la convicción de hacerlo.
Había decidido regresar a casa, ya tendría tiempo suficiente para explicar a Amaro lo que había pasado, por ahora solo se aprovecharían las dos. Por alguna extraña razón, Reina parecía necesitar más de los abrazos y los mimos que su amiga. Eso hicieron, y nadie volvió a hablar de Diego. Las horas pasaron y la noche entró por las ventanas.
—¿Hoy no volverás a casa? —preguntó Amalia recostada sobre la cama. Reina se quitaba el maquillaje de sus bellos ojos, dando un aire triste y solitario a la escena.
—No lo sé, es incómodo también para mí. Él cada vez lleva más gente que es ajena a mi realidad. Hace años dejé de esconderme, no planeo volver a hacerlo.
—¡¿Te pidió que te escondieras?! ¡¿Es en serio?!
—Claro que no, jamás lo haría. Pero sus compañeros son diferentes a mí, tú lo sabes bien. Sabes de qué familias vienen, ¿cómo crees que reaccionarían si saben que la realidad es que soy un hombre?, estoy molesta con Diego, muy, muy molesta, pero no deseo que pase por todo otra vez. Al menos no por mi culpa. No quiero justificarlo, pero los errores que vive cometiendo, no son más que respuesta a la inseguridad que lo rodea, ¿realmente crees que quiera a esa tal Teresa? —su voz se apagó, volteó su rostro y caminó hasta recostarse junto a su amiga—. A veces pienso que es su deseo de encajar con los demás el que lo hace portarse como un idiota. Tú conoces su vida, su historia, sus miedos y gran parte de sus secretos. Aceptarte, es vivir para siempre con esos recuerdos y junto a mí, cualquiera pensaría que es homosexual cuando se enteren de que no soy quien digo ser. Teresa no sabe nada de él ni de mí, junto a ella, puede ser un hombre común y corriente. Está mal olvidar el pasado, pero está bien comenzar a avanzar. El problema de él, es que lo hace con pasos desviados y su futuro no terminará bien si sigue así. Tu problema, es que lo amas demasiado y por su culpa no avanzas. Mi problema, es que no puedo avanzar. No puedo salir de este cuerpo que no me debería pertenecer. No puedo construir nada para mí. No puedo ser real y no puedo detenerlo a él, ni a ti. Dudo que regrese, la sociedad en la que ustedes entrarán me rechaza y lo hará para siempre. Acá, solo sigo siendo el marica que vende flores. Y nadie más sale perjudicado.
Amalia estaba sorprendida con lo que escuchaba en las agudas palabras de su amiga. No se había percatado antes. Ellas ya habían salido de la adolescencia y la vida real las golpeaba a ambas. Amalia seguía viviendo tranquila bajo el alero de su familia y no se había detenido aún a pensar en su futuro, porque de alguna manera, sabía que habría opciones de sobra para su vida. Pero para Reina, todo era diferente.
—Estoy yo, y estaré siempre. Estaré junto a ti para toda la vida —sentenció Amalia.
Pero Reina también sabía que en algún momento ella también se iría. Formaría una familia, avanzaría, igual que Diego, y eso la ponía feliz, tan solo que, ella quería lo mismo. En ese momento, solo era capaz de verse presa de un nombre que parecía una burla.
—Reina, realmente estaré a tu lado. ¿Por qué no vivimos juntas? —Los ojos tristes de su amiga se abrieron de par en par al escuchar la entretenida propuesta—. Sí, Reina, ¡no lo había pensado!, el próximo año entraré a la universidad, tendré que venir a la capital sí o sí, y debes vivir conmigo. Y, sabes qué, ¡debes estudiar!, eso es. Estás terminando tu educación formal, ¿no es así? Solo debes dar la prueba de ingreso para la universidad, ¿qué te parece? ¡Podríamos ser compañeras! Vuelve a casa conmigo, ¡preparémonos juntas para rendir lo mejor que podamos!
El eco de esas palabras se repetía en sus oídos y sus ojos comenzaron a llorar sin parar. Amalia la abrazaba y sus lágrimas comenzaron a ser risas. Su mente imaginó un futuro agradable, uno en el que no tendría que enfrentarse sola al mundo, en el que podría cumplir algunos de sus sueños y rellenar los pedacitos que estaban rotos en su alma.
—Siempre soñé con ser profesora, reír junto a niños pequeños, enseñarles a leer, a escribir.
—Entonces, ¡seremos profesoras!
—Pero Amalia, ¿qué deseas ser tú?
—Nunca he tenido idea de qué hacer con mi vida, ni siquiera me gusta estudiar. Pero iré a buscar mi destino junto a ti.
—No es que me importe mucho en este momento, pero... ¿qué pasará con, ya sabes, volverás a hablar con él?
—He tenido suficiente de Diego. Seguro el destino tiene algo para mí. Espero que sea feliz con su brillante novia.
—¿Y Amaro?
Amaro tenía su lugar reservado. Amalia volvió al sur para hablar con sus padres de su reciente decisión. Ernesto aceptó de mala gana el que su hija no sería doctora y Elena, como si no hubiese escuchado nada, saltaba de felicidad junto a Amparo porque tendrían a Reina junto a ellas por un tiempo. En casa, Diego no se sorprendía de la decisión de su amiga. Ella guardó sus cosas con la delicadeza que la caracterizaba mientras su amigo observaba desde la puerta.
—¿Las dos me odian? —preguntó finalmente.
—Te mereces el odio de todo el país. Pero no, ninguna te odia. Eso sí, no esperes que Amalia vuelva a ti. Esta vez la perdiste para siempre, su momento terminó.
#6307 en Novela romántica
#1689 en Chick lit
romance abandono y drama de la buena, romance primer amor cosas de la vida, romance adolescente amistad y drama
Editado: 18.04.2025