El Secreto de Emma

CAPÍTULO 9. ESCISIÓN Y REVELACIONES

 

Los Méndez y los Jiménez pasaron una semana en la playa tal cual se pretendía. Los muchachos no podían evitar imaginar, cómo hubieran sido sus vacaciones si Emma y Gerardo los hubieran acompañado. De todos modos, David y los Leo’s se encargaban de enviarles constantes evidencias de sus vivencias de verano. Dos semanas, después de volver de la playa, los Méndez y David notaron que Emma dejó de contestar sus mensajes. Alarmados trataron de comunicarse con ella, sin éxito. Roberto envío un correo electrónico a su hermano para obtener alguna explicación. Este lo informó de una desagradable noticia, Vanessa había iniciado su proceso de separación con Rodrigo; eran tiempos difíciles para los tres. Explicaba que Emma fue la más afectada con la situación. Y por el momento no veían viable su regreso. Rodrigo le pidió a su hermano, que lo disculpara con los Jiménez, pero estaba fuera de sus manos. La noticia cayó como un huracán en la vida de ambas familias. Roberto avisó a los Jiménez, para que pudieran idear alguna estrategia para evitar que David cayera nuevamente en depresión. Ya que la noticia, podría destrozarlo. En un principio prefirieron, darle evasivas sobre el tema de Emma, por lo que adicionalmente, su padre decidió enviarlo a un campamento donde pudiera distraerse durante el resto del verano. También lo incluyeron en actividades extras después de la escuela. Sin embargo, cuando comenzó el invierno, sin tener noticias sobre ella, les fue inevitable seguir mintiendo. Berenice consideró pertinente llamar a un especialista que pudiera apoyarlos para darle a su hijo la terrible noticia. Por lo que, durante las vacaciones de diciembre, Berenice decidió llevar a David de viaje con ella para ayudar a su hijo a distraerse. Leonardo y Ricardo pasaban tiempo juntos en la casa de los Jiménez.

- ¿No sientes mucho frío? - Se quejó Leonardo, cuando vio a Rick regresar a su cuarto. Ricardo lo miró divertido. Le entregó unos vasos.

- Tienen hielo. - Se quejó Leo. Mientras Rick buscaba en su closet.

- Ya sé. Tengo algo aquí… para eso. - Le mostró una botella.

- ¿Whisky? - Dijo asombrado, Ricardo llevaba una sonrisa pícara.

- No llores. Esto te quitará el frío. - Rick comenzó a destapar la botella y a llenar los vasos.

- ¿De dónde…? - Preguntó sorprendido.

- Eduardo me la regaló. El otro día nos pusimos muy idiotas con esto. - Ricardo chocó vasos con Leo. - Feliz casi Navidad. - Celebró antes de dar el primer sorbo.

- Ok. – Leon dudó. Olió el vaso. - Espero en serio me quite el frío. - Lo probó. El sabor no se le hizo tan agradable. Pero hasta el momento ningún alcohol, le parecía deleitable, al menos no hasta sentir sus efectos. Ricardo ya iba por el segundo vaso. Leonardo lo observaba, hacía los gestos de un niño pequeño.

- ¿Qué tienes? - Preguntó Rick al sentir su mirada.

- Nada. Sólo pensaba en cuanto hemos crecido y cómo ha cambiado tu habitación con los años. - Miró a su alrededor.

- Es el alcohol Leo, te está poniendo nostálgico. - Comentó Ricardo sonriendo, mientras encendía un cigarro.

- No en verdad cómo me gustaría ser tu. - Dijo emocionado. - Tener mi propia habitación. Comprar lo que yo quiera. Ir a donde yo quiera y vivir en una casa tan grande y lujosa. Comer hasta hartarme y de diversos países. Amo el pozole de mamá, pero eso, en serio, me haría muy feliz. - Leon se imaginó a sí mismo. La alegría de Rick se desvaneció al oírlo.

- ¿Eso crees?

- ¿Qué no es así? - Preguntó Leon poniendo los pies en la tierra.

- Sí, nosotros somos una de las familias más acomodadas del país. Sí, mis padres me dan toda la libertad que yo quiera y muchas comodidades. Pero tu sabes que eso no significa que sea feliz y no me sienta solo en mi propia casa. Leo, sabes que para mi familia soy una vergüenza. Y no dudan en decírmelo día a día. Para ellos es mejor actuar como si no existiera. Aquí no tengo con quién hablar. – Comentó con algo de nostalgia.

- Sí. Es verdad. Lo siento. – Respondió su amigo avergonzado por la situación.

- Bueno… - Pensó un momento. - Al menos tengo a quién chingar. - Recordó a su hermano. - ¿Quieres? - Le extendió un cigarro. Leonardo se empezó a reír.

 - Muchas gracias. - Lo agarró. – A veces pienso, que si no te conociera y te escuchara hablar así, nunca se me pasaría por la mente que eres un niño rico. - Siguió riendo.

- Oye yo hablo y digo lo que se me da mi chingada gana. - Rick se sirvió el tercer vaso. Leonardo paró de reír. Encendió el cigarrillo y miró el humo dispersarse. El muchacho notó un paquete de Halls de Hierbabuena, parecido al que le regaló Emma a Rick.

- Me pregunto que estará haciendo mi prima en este momento. - Dijo nostálgico.

- ¡Agh! Ya estás como el estúpido de mi hermano. Llevo meses escuchando esa misma cantaleta por toda la casa. - Ricardo comenzó a exaltarse. - Que bueno que se fue. Que bueno que nunca volverá.

- Ricardo. - Lo llamó Leo, algo incomodo.

- ¿Qué?

- En serio, ¿odias tanto a mi prima?

- Leo. Tú no sabes qué es que quieran obligarte a casarte, y menos con una tipa tan antipática, gritona, histérica, fresa y arrogante como Emma. Presumiendo a sus pretendientes por todos lados, como si fuera una diva. - Dijo en tono burlón. - Las personas como ella y mi hermano me irritan.




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