- Leo, despierta. – Se escuchó un susurro a lo lejos. Cuando Leonardo abrió los ojos estaba en una habitación que no reconocía.
- ¿Dónde estamos? – Preguntó adormilado. Un dolor punzante le sobrevino en la cabeza.
- Ten. – Ricardo le extendió dos pastillas y un agua mineralizada. – Bébelo todo. Esto te hidratará un poco. – Leonardo obedeció. – Te compré ropa. Si quieres pasar a bañarte. Debemos irnos.
- ¿A dónde? – El dolor de cabeza de Leon lo tenía aturdido. Ricardo sonrió.
- A tu casa. Usé tu teléfono. Le dije a Gerardo que llegaríamos temprano. Pero necesitas verte mejor. Te ves horrible.
- Bebí demasiado. – Se quejó.
- Lo sé. – Comentó Ricardo risueño. – Tuve que traerte cargando hasta aquí junto con José. Él durmió en otra habitación, pero no dudo que ya nos esté esperando en el coche. Vamos, Leo. Para que comamos algo antes de irnos.
- Esta bien. – Leonardo se arrastró de la cama a la ducha, después de un breve baño, su cabeza pudo recordar un poco de lo ocurrido. Cuando salió se sentó abatido sobre la cama. Ricardo al notarlo, se acercó a él.
- ¿Te sientes mal? – Leon tenía los ojos llenos de lágrimas.
- Peleé con Eddy. – Se reprochó a sí mismo. Leonardo comenzó a llorar. Los síntomas de la resaca se agravaron, pero la resaca moral, lo desbordaba principalmente. Ricardo sintió compasión por su amigo.
- Hablaré con él.
- No sé qué me pasó. Soy una persona terrible Rick. – Ricardo rio.
- Sabes que eso no es verdad.
- ¿Qué fue lo que te dije? – Ricardo lo miró atento. – Recuerdo que después de pelear con Ed, fui a buscarte y te encontré en el estacionamiento con Emma. Y comencé a gritarte. Pero me sentía tan mareado, que no logro recordar bien qué pasó. – Ricardo sonrió.
- Eso es lo más gracioso. – Rick rio un poco. – Estabas tan ebrio que gritabas y hablabas como un minion. – Leonardo se quedó boquiabierto.
- ¿Qué? ¿En serio?
- Sí, después vomitaste y te fundiste. No reaccionabas. Te llevamos con un médico. Dijo que sólo estabas ahogado en alcohol, así que te traje a descansar. – Ricardo le sobó la cabeza. – No vuelvas a beber así, me preocupé mucho. - Leonardo asintió.
***
Pasadas unas horas, los muchachos arribaban a la casa de Leonardo. Poco antes de llegar a la intersección que los haría dejar la carretera para dirigirlos a la casa de los Méndez, Ricardo vio la motocicleta del delivery, donde viajaba Emma. <<Ratón, loco. >> Pensó risueño. La casa de los Méndez era un caos total. Se notaba que aún con la ausencia del festejado, la fiesta había sido todo un éxito.
A pesar de ser las diez de la mañana, la casa se encontraba en absoluto silencio. Gerardo los recibió y llevó a Leon a acostar. En la habitación se encontraban David y Leobardo durmiendo.
- Gracias, hermano. – Dijo Leon, después de que Gerardo lo arropara.
- De nada hermanito.
- Pasaron muchas cosas. – Leonardo trataba de mantener los ojos abiertos.
- Me imagino. Descansa Leon. Esa conversación puede esperar. – Comentó su hermano mayor. Leonardo cerró los ojos y tomó un merecido descanso. Cuando Gerardo se asomó al pasillo, Ricardo lo esperaba frente a la habitación.
- ¿Podemos hablar? – Le preguntó. Gerardo asintió. Ambos jóvenes bajaron a hablar al estudio.
***
Era casi medio día, cuando Emma había sentido un hambre atroz que la hizo ir a la cocina a hurtadillas a servirse un vaso con leche y un plato lleno de galletas. Se sentó en la sala acurrucada en su pijama polar y un enorme cobertor, miraba la televisión; agotada por el cansancio del día anterior, cerró los ojos.
- Hasta que al fin te veo comer algo decente. – Escuchó a su lado. Ricardo estaba sentado junto a ella comiéndose sus galletas. Emma tornó los ojos, el cansancio no le daba los suficientes ánimos como para pelear.
- ¿Qué haces aquí? – Dijo con hastío.
- Traje a Leo. – Ambos guardaron silencio. Miraron la televisión un momento. Transmitían una vieja serie animada. Ricardo comenzó a reírse.
- Me encanta ese capítulo. – Emma sonrió. <<A mí también. >> Pensó la niña. Ricardo miró a Emma su cabello despeinado, su apariencia esponjosa, le daba mucha ternura. Realmente no tenía deseos de seguir peleando con ella.
- Lo siento. – Dijo rápidamente. Emma en su letargo, no logró entender lo que le había dicho, lo miró dudosa. Ricardo se aclaró la garganta. – Lamento, no a ver podido ir a verte. Tienes razón. Actué como un completo idiota. Debí haber estado allí contigo. – Una calidez dulce inundó el corazón de Emma. Cuando sus miradas se cruzaron, los ojos de Emma brillaban. Ella se recargó en él y lo tomó de la mano, aceptando su disculpa.
- Está bien. – El muchacho sintió una dicha inimaginable. Miraron la televisión un momento.