El Secreto De Emma. Tomo Ii. Ricardo

CAPÍTULO 18. ELECCIÓN.

Las autoridades tardaron varios minutos en poner todo en orden. Alrededor de treinta personas fueron detenidas en ese lugar ese día y unas cuarenta fueron llevados al hospital. Emma tuvo oportunidad de irse con David en la ambulancia, ya que sus guardaespaldas evitaron que la detuvieran. Los detenidos, después de haberlos fichado, fueron colocados en celdas provisionales.

En cuanto Ricardo entró a la celda, Leobardo le dio un puñetazo en la cara. Los gritos de los detenidos llenaron el lugar.

- ¡Maldito imbécil! – Le gritó Leobardo. Leonardo lo separó. Ricardo no dijo nada, ni hizo algo al respecto. – ¡Mandaste a David al hospital! – Le espetaba el otro.

- ¡Detente Leo! – Gritó Leonardo sosteniendo a su hermano.

- ¡Hey cálmense! O se aumentarán sus cargos. – Gritó un oficial al otro lado de las rejas. Leobardo se soltó del agarre de su hermano y lo empujó. – ¡Y tú! ¡Maldito traidor! ¡Te dije que lo lastimaría! ¡Y dijiste: “No lo hará”! ¡Te dije que este pedazo de mierda te metería en problemas! ¡Y mira! – Le gritó a Leonardo.

- ¡Si estamos aquí fue porque contrataron a estos imbéciles para atacarlo! ¡Hablas como si tu no hubieras sabido lo que planeaba David! – Los hombres junto a ellos se calentaron al escucharlo y empezaron a reclamar.

 

Al considerar que la situación se podría salir de control. Los guardias colocaron a Ricardo y a Leonardo en una celda diferente. Al estar solos, Leonardo trató de consolar a Rick.

- Sabes que lo que dice Leobardo es mentira. Esos idiotas provocaron todo esto. – Pero Ricardo guardó silencio. No había hablado desde que Emma le hubiera golpeado y se notaba realmente abatido. Ni siquiera había intentado limpiarse la sangre de la cara. Leonardo sabía lo que le ocurría, pero ese no era el momento para deprimirse. Debían buscar la manera de salir de ahí. – Escucha puedo imaginar como te sientes pero si salimos de aquí, podremos explicarle que todo esto fue un plan de nuestros hermanos y …

- No Leon, nadie le explicará nada a nadie. – Dijo enfático. - Se acabó. Es todo. Yo jamás podré hacerla feliz, ella lo entiende y ahora, yo lo entiendo. Es hora de que tu lo entiendas también. – Dijo molesto. Leonardo guardó silencio. Sabía que una tormenta estaba atrapada adentro de su amigo y a cualquier comentario, encontraría una respuesta parecida, así que lo mejor que podía hacer era guardar silencio.

 

Pasadas unas horas, Leonardo notó movimiento en la celda de la que los habían sacado.

- Rick, creo que están dejando llamar a nuestros familiares. – Comentó Leonardo animado. – Podremos salir de aquí. – Pero Ricardo siguió inmutable, sentado en un rincón alejado de los demás detenidos. Leonardo trató de levantarlo, jalándolo del brazo. – Vamos Rick, debemos llamar a nuestros padres. – Ricardo se soltó.

- No, Leon. Yo me quedo aquí.

- ¿De qué estás hablando? Si no nos ayudan afuera, pueden meterte a la cárcel. O yo que sé. – Dijo con temor.

- ¿Qué importa? Estoy seguro de que ellos no me ayudarán, Leo. Además, no hay nada haya afuera para mí. – Respondió con amargura. – Tan sólo déjame aquí. Leobardo tiene razón. Perdóname, soy una carga para ti.

- No digas tonterías, tu nunca has sido algo así. Además, estás demente, si crees que te dejaré aquí. – Respondió tajante. Pero Rick ya no respondió. Todo quedaba en manos de Leonardo.

 

***

 

Eran las doce de la noche aproximadamente, Gerardo esperaba a su padre en la sala de espera del Ministerio Público (MP). Roberto había entrado a que le dieran noticias sobre sus hijos. Gerardo veía por la ventana a varias personas con cámaras en las manos, a la espera. Suponía que era la prensa, quien aguardaba saber algo sobre Ricardo Jiménez Otero. Gerardo sintió pena por él, y el destino que le acaeciere en cuanto saliera de ahí. Cuando su padre salió, su rostro parecía más envejecido.

- ¿Qué te dijeron papá? – Preguntó Gerardo preocupado.

- Dicen que no están seguros de lo que pasó. Al menos treinta personas dicen que Ricardo los atacó y los muchachos dicen que los que los atacaron fueron los otros sujetos y ellos sólo se defendieron. La policía me dijo que la mayoría de los hombres que los atacaron tienen antecedentes, por lo que le dan más peso a la idea de que los chicos quedaron en medio de una pelea. Sin importar cuál es la verdad, la pelea dejó cuarenta heridos en el hospital y uno de ellos es David. – Gerardo se alarmó ante la noticia. – Me sorprende que Leon y ese muchacho pudieran defenderse ante tal cantidad de gente. – Comentó su padre sorprendido.

- Pero mis hermanos…

- Están bien, sólo hay que pagar una fianza para poder sacarlos. Eso será un problema, me piden diez mil por cada uno. – Comentó Roberto preocupado. – Y tu madre me matará si cualquiera de los dos se queda aquí. - Gerardo guardó silencio, efectivamente era una cantidad muy considerable para obtenerla en una sola noche. Además, sabía que su padre jamás les pediría el favor a los Jiménez o a los Canul. Sabía que Roberto sentía que las acciones que hicieran sus hijos eran su responsabilidad y si David estaba en el hospital a causa de la imprudencia de sus hermanos, el jamás acudiría con ellos por ayuda. Ambos hombres se sentían de manos atadas ante la situación.




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