El secreto de Jaime Mcfill - El interno 515

Todo es tan confuso. -

Tú no eres el problema, son ellos, tú solo

 

ves el problema

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El hombre parece estar un tanto nervioso, y se acerca a mí, se acerca con cierta siniestralidad. Es un hombre de barba, con un sacón, camiseta, pantalón oscuro y zapatos. Su rostro se modifica a través de sus ojos que parecen temblorosos, se detiene justo frente mío, no comprendo lo que ocurre. Me mira en medio del torrente de agua que cae. Ambos estamos empapados desde la cabeza a los pies. No puedo quitarle la mirada. Detrás de mí algo toma mi mano, no puedo ver bien al voltearme. Mi mano parece ser llevada por otra persona.

 

- ¿Está bien? – le pregunto un tanto tembloroso. Lo observo detenidamente, y ahora sus pómulos de las mejillas se hinchan sin cesar. – Me oye.

 

El hombre se acerca, muy lentamente temblando. La mano que me sostiene del otro lado me empuja hacia atrás.

 

- Vamos, no puedes hacer nada. Esta condenado. Ven rápido Jaime. ¡Ven! –

 

 

Es la voz de la dama de cabello rosado; me lleva con ella, pero me resisto, quiero ver qué ocurre con ese ser humano. El hombre extraño se coloca cara a cara conmigo. No puedo moverme y el respira de forma tenue. Apoya su mano frente a mi hombro derecho, y poco a poco veo como cada parte de su rostro comienza a destajarse. El apoya su otra mano temblando en el hombro izquierdo. Sus alaridos

 

 

 

 

de dolor no cesan. Algo como una sombra detrás de él, deja ver su sonrisa maquiavélica en una dentadura. En frente del parque a unos metros hay otro hombre con un sombrero de ala ancha oscuro, y un modesto sobretodo parece acercarse también a mí, y justo dos ómnibus los interceptan sin dejarlo pasar. La calle de los automóviles se había inundado y todo era un mar de aguas que se tambaleaban yendo y viniendo misturándose con las lluvias del cielo nocturno que acechaba.

 

Y el ese hombre aferrado con sus dos manos en mi gritando desconsoladamente. Su sangre salpicaba en todo mi cuerpo, y la mujer de rosado, intentaba llevarme para escapar de ello. Ese ser se iba desmembrando de a poco. Podía determinar cómo su musculatura se quebraba con las cuerdas de las extensiones de sus tendones. El terror me invadió cuando comencé a presenciar ello. Y sus manos estaban tan afianzadas en mi cuerpo estremecido. –

 

- ¡Déjeme! Déjeme en paz - Le expresé con gritos de pavor. – ¡Aléjese de mí!

 

- No puedo. ¡Ayúdeme! Ellos me llevan. ¡Ayuda! Por fa...v.... – el ser se iba consumiendo, y una sombra disforme parecía reírse de él, con gracia funesta. Partes de ella, escapaban de mi cabeza y lo rodeaban. En su deplorable estado no podía moverme, y pronto una de sus manos comenzó a destrozarse sola, como si algo lo estuviese cortando. Su piel despojada de la anatomía. Sus ojos saltaron de si, hacia mí con un soplido de sangre coagulada de las retinas que estallaban como bombas. En menos de minuto estaba destruido totalmente, y su otra aferrada en el mi otro hombro de la clavícula, parecía no querer soltarse hasta que la sombra la quitó con brusca movilidad, y rió de mí. Eres un asesino despiadado; se hizo sentir la voz.

 

 

 

 

- ¡Fuera de aquí! – expresé con el macabro sentimiento del susto en mis ojos que empañaban los lentes. Mis ojos que ahora estaban nítidos de color rojo, sin poder denotar las corneas, ni retinas. Todo parecía de un rojo cuya luminosidad se reducía.

 

- Te tenemos Jaime, eres parte de nosotros. Eres muerte, Muerte serás – la voz de la sombra era gruesa y confusa, y pronto las risas entablaron un movimiento de eco. Abrió su boca y parecía querer tragarme. Y La mano de la dama de cabello rosado me empujaba hacia atrás con más fuerza.

 

 

- Vamos Jaime, no los mires. No hay nada que hacer. – me expresaba.-

 

 

La sombra realizó un último movimiento cuya forma flameaba desde el aire, hasta llegar a mi cabeza. Mis ojos lo presenciaron. Presenciaron ese evento tan catastrófico. La sombra se rió por última vez y se introdujo en mí, cuando la muchacha me tomo por la espalda queriendo moverme, sin poder hacerlo. La sombra desapareció, y desde el suelo partes de varias anatomías, manos, dedos, cabeza, piernas, se iban trasladando como si aún tuviesen vida. Y el hombre también en un fragmento de su rostro se burló de persona.

 

 

- Eres muerte maldito. – comentando sin escrúpulos, en cuanto un rayo caía del cielo con el estruendo del trueno.

 

Al voltearme la mujer estaba allí, lamentándose. Estaba vestida con un abrigo para lluvia color marrón claro, y su atuendo estilo de mucama. Sus zapatos parecían iluminarse con cada gota que rozaba las suelas. Posea un paraguas color oscuro, y parte de su rostro serio se inmutaba al estilo de sus ojos.

 

 

 

 

- No puedes hacer nada Jaime. No puedes solucionar lo que destruyes. –

 

- ¿Quién eres?- ¿por qué me pasa esto? - me arrodillo ante ella. La mujer acaricia mu cabello. –

 

- No lo sé, pero puedes ver la muerte, y ella es parte de ti.

 

- ¿Qué me quieres decir con ello?

 

- Tal vez seas un asesino, y todo lo que veas, y toques sea destruido. –

 

- No soy un asesino, no lo soy.

 

- ¿No lo eres? Si quizás ellos lo son. –

 

- ¿Ellos?

 

- Ellos están en todos lados, y tú, los ves. Ellos saben de ti. Y te acechan y te usan como vehículo.

 

- ¿No sé quiénes son?

 

- Lo sabes, no lo recuerdas.

 

 

El hombre de enfrente que había visto la situación comenzó a dirigirse hacia mí.

 

 

- Señor, venga aquí. ¡Señor! – el hombre del sombrero venía en el apuro. – Venga ¿Con quién habla? Espéreme, no se mueva. Soy agente




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