1999
Esmeralda
Despierto algo aturdida, sintiéndome cansada, sumamente agotada. Los sueños que he estado teniendo últimamente están acabando conmigo, y lo peor es que solo recuerdo imágenes borrosas. Suspiro y me levanto de la cama. Hoy iré a una nueva escuela.
Mi anterior escuela cerró por falta de estudiantes, así que el gobierno decidió venderla a los ricos. Me asomo por la ventana y observo cómo algunos chicos de mi calle van de camino a la escuela: unos en sus autos, otros en patinetas, algunos caminando. Sin embargo, aún no veo al dueño de la Kawasaki Ninja H2R, el chico que se ha convertido en mi pequeña obsesión durante los últimos meses del verano.
—¿Dónde estás? —murmuré, buscándolo con la mirada.
"Vamos, Esme, tienes que dejar esa obsesión con ese chico y su moto."
Sonreí porque la voz en mi interior tenía razón. Suspiré, algo decepcionada de no verlo, y fui a darme un baño. Al terminar, me puse un pantalón negro, una polo color vino con el logo de la nueva escuela, unas zapatillas negras y ya estaba lista.
Salí de mi habitación y al llegar a la cocina encontré a mi padre tarareando una canción, sonriendo mientras sostenía su taza de mantequilla en la que solía tomar café.
—Hola, papá —lo saludé con una sonrisa.
—Hola, hermosa. ¿Lista para tu primer día? —preguntó mientras me observaba.
Asentí y él me señaló el desayuno, pero solo tomé una bandeja pequeña con peras cortadas.
—No tengo hambre, pá, me voy comiendo esto de camino —respondí.
Él negó con la cabeza, algo intranquilo, pero no insistió porque sabía que estaba nerviosa.
—Esmeralda, no te pusiste los lentes de contacto —dijo mirándome fijamente.
Suspiré y, sin mirarlo a los ojos, respondí:
—Papá, dijiste que el amor se encuentra a través de los ojos, porque así conectamos. ¿Cómo voy a conectar con alguien si llevo un color de ojos que no es el mío?
Él suspiró y se acercó, colocando mi rostro entre sus manos.
—Esme, tu color de ojos es único, y eso creará caos entre las personas. Hay gente mala que solo querrá acercarse a ti para arrebatarte tu energía.
Resignada, fui al baño para ponérmelos. ¿Será verdad lo que dice papá?
Al terminar, salí de la casa y tomé el camino hacia la escuela. Me puse los audífonos y dejé que el ritmo de los tambores se apoderara de mi cuerpo y de mi alma. Me coloqué mis lentes de sol y finalmente empecé a patinar mientras comía mis pedazos de pera. Sentí cómo mi cabello negro volaba con la brisa, dándome una sensación de paz y libertad.
Después de diez minutos, llegué a la escuela.
"Bueno, aquí vamos", me dije a mí misma.
Subí las escaleras rápidamente, exhalé para liberar los nervios y abrí la puerta.
El bullicio me recibió de golpe. Había grupos de jóvenes reunidos por todas partes. En la esquina vi a varias personas con tambores, trompetas, maracas y otros instrumentos. Las bienvenidas en las escuelas son lo mejor, pensé emocionada. Me encantaba la música, los bailes, las risas, la vibra acogedora que me llenaba el corazón.
Pero de pronto, una sensación extraña me invadió.
"¿Qué es ese olor?"
Me giré rápidamente, buscando el origen de esa fragancia. Y entonces lo vi.
No puede ser... es él.
El dueño de la Kawasaki Ninja H2R.
"Mátchmate, mate", gritaba mi subconsciente, pero yo me quedé paralizada.
Él me miró curioso, pero luego negó con la cabeza y apartó la mirada. Sin embargo, pude escucharlo. Escuchar los latidos de su corazón acelerados, frenéticos.
Desvié la vista y decidí ir a la oficina a buscar mi horario. Cuando llegué, la secretaria me entregó los papeles y me informó que no podía perderme las clases, ya que los músicos de la entrada eran parte de la bienvenida para los alumnos del último año. Eso me tranquilizó.
Entré al salón y me senté en la segunda silla de la tercera fila, justo en el medio. Sentí las miradas de todos sobre mí, incluso la del profesor.
"Esmeralda, por ahí viene tu chico."
Ignoré aquella voz y me enfoqué en el joven que entró al salón.
Él caminó con una expresión de indiferencia, pero se quedó congelado al verme. Sus labios se entreabrieron y pude notar cómo murmuraba algo.
—Rosados y verdes... —susurró.
Todo se quedó en silencio entre nosotros.
La ansiedad me golpeó de nuevo. Sentí una necesidad desesperante de abrazarlo, de besarlo, de no alejarme jamás. Quería protegerlo.
Él desvió la mirada y se sentó en la última fila. Pero yo seguía escuchando los latidos de su corazón.
"No puede ser. Tengo que estar volviéndome loca. ¿Cómo supo cuál es el verdadero color de mis ojos?"
El profesor pidió que nos levantáramos para presentarnos. La mayoría de los estudiantes vivían cerca de mí; solo unos pocos venían de otros pueblos.
Cuando llegó mi turno, mis pies temblaron. Joder, estoy demasiado nerviosa.
"Esmeralda, solo preséntate. Sonríe."
Suspiré y hablé:
—Soy Esmeralda y tengo 17 años.
Sonreí a medias y me senté. Todavía sentía todas las miradas sobre mí.
Llegó el turno del chico misterioso. No escuché su nombre. Solo vi cómo todas las chicas lo miraban embelesadas.
"Aléjense... él es mío."
Deseé con todas mis fuerzas que sonara el timbre. Y, como si hubiera invocado al demonio, el sonido estridente de la alarma de incendios llenó el aire.
No esperé a que el profesor hablara. Me levanté y salí del salón apresurada.
Al salir, me quedé paralizada.
Un aula estaba en llamas.
Escuché un grito desesperado.
Sin pensarlo dos veces, corrí hacia el fuego.
El humo invadió mis pulmones. Tosí, pero seguí avanzando hasta ver a una chica atrapada bajo un escritorio. Me acerqué, pero de repente el techo se derrumbó entre nosotras.
"Agua, Esmeralda. Levanta tus manos y piensa en agua. Tus ojos son la fuerza."
Por primera vez, obedecí aquella voz. Levanté las manos y mi mente se llenó de imágenes: el mar, el río, la lluvia, el frío de la montaña.
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Editado: 13.04.2025