El Secreto De La Esmeralda

Capítulo 7: La Unión en el fuego de la Verdad

La Unión en el fuego de la Verdad

El aire estaba denso, cargado de tensión. Podía sentir el peso de las palabras no dichas, las emociones reprimidas entre Kele y yo. Nos encontrábamos en el borde de un abismo, con la oscuridad a nuestros pies y las llamas de nuestros propios sentimientos ardiendo a nuestro alrededor. Nadie quería dar el primer paso, pero ambos sabíamos que no podíamos seguir así.

Kele, sentado, amarrado frente a mí, me miraba con furia contenida. Sus ojos brillaban con una mezcla de ira y frustración, y sus manos apretaban los puños a los lados de su cuerpo como si estuviera a punto de explotar. Y vaya que quería que explotara y que sacara todo aquello que no me ha dicho.

- ¿Por qué lo haces, Esmeralda?" Su voz era baja, pero cada palabra golpeaba como un martillo. – ¿Por qué sigues creyendo en todo esto? No eres más que una marioneta en las manos del destino, y lo sabes. El dolor en sus palabras me atravesó como una daga. Nunca lo había visto tan perdido, tan lleno de dudas. Sentí que mi propio corazón se rompía, pero al mismo tiempo, esa ira que él sentía también comenzaba a consumir mi pecho. Algo dentro de mí despertó, y no pude callarme más.

- ¿Crees que quiero esto, Kele? – Respondí con la misma furia, mis palabras saliendo con un tono ácido. – ¡Crees que esto es lo que yo quería! Pero ¿qué esperas de mí? No puedo detener lo que está sucediendo, y no tengo control sobre mi destino. Todo esto me está aplastando, ¡y lo sabes! Pero lo peor de todo es que tú, en lugar de apoyarme, me tratas como si fuera una extraña.

Me di cuenta de lo que había dicho cuando vi su rostro cambiar de enojo a sorpresa. Su mandíbula se apretó y su respiración se aceleró. Estábamos en un punto sin retorno, donde nuestras emociones ya no podían ser contenidas.

- Esmeralda... – Su voz temblaba, pero estaba llena de rabia. – ¡¿Acaso no entiendes?! Lo que pasa entre nosotros no es solo sobre ti. ¡Es sobre nosotros! Yo no quiero que tu vida esté definida por predicciones, por visiones del futuro. Quiero que elijas, que tomes una decisión por ti misma. Pero te has dejado arrastrar por todo esto, por esas malditas promesas que no hacen más que separarnos.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, no por tristeza, sino por la impotencia que sentía. No sabía cómo hacerle entender lo que estaba pasando en mi corazón. No podía controlarlo. Mi amor por él era más fuerte que cualquier predicción, que cualquier visión del futuro. Pero también sabía que el futuro nos estaba aplastando, y que tal vez, solo tal vez, no había forma de escapar de ello.

- ¡Lo sé! – Grité, dando un paso hacia él, las emociones desbordándose de mí. – ¡Lo sé, Kele! No quiero que nos destruyan, no quiero que el destino nos haga pedazos. Pero no sé qué hacer. Estoy atrapada entre dos mundos, entre lo que mi alma desea y lo que el destino me obliga a enfrentar. Y tú... ¡tú no me entiendes!

Mis palabras se colaron en el aire, cargadas de dolor, de rabia y de la necesidad de ser entendida. Kele respiró profundamente, su cuerpo tenso. De repente, un silencio incómodo se extendió entre nosotros, pero no fue un silencio de paz, sino uno de caos contenido. En un movimiento rápido, Kele rompio las sogas que lo tenian amarrado y se acercó y me atrapó por los brazos, obligándome a mirarlo a los ojos. Su mirada estaba llena de algo que no pude identificar, algo peligroso y feroz, pero también algo quebrado, como si todo lo que había estado guardando finalmente fuera a estallar.

- No quiero perderte, Esmeralda, – susurró, y la suavidad de su voz hizo que el suelo bajo mis pies se desvaneciera. – Pero esto... esto es demasiado para mí también. Si sigo viéndote como una marioneta, si sigo viéndote atrapada, no sé si podré seguir adelante. Necesito saber que no estamos perdidos.

Mi corazón se aceleró. Todo el dolor que había estado reprimiendo se desbordó de golpe. Era una mezcla de amor, miedo y desesperación. No quería perderlo, no quería que se sintiera así. Pero mi dolor era tan profundo que necesitaba liberarlo de alguna manera.

Sin pensarlo, levanté la mano y golpeé su pecho con fuerza. – ¡No soy una maldita marioneta!– Grité, furiosa. – ¡Soy Esmeralda, y estoy aquí por una razón! ¡Se que tengo una misión que tengo que cumplir, lo sé, mi corazon me lo dice! Si no puedes entender eso, entonces no sé qué nos queda.

La reacción de Kele fue inmediata. En un arrebato de rabia y pasión, sus labios cayeron sobre los míos en un beso feroz. Era como si la tensión acumulada entre nosotros finalmente hubiera explotado, y todo lo que habíamos guardado dentro se liberara de golpe. Me empujó contra la pared, y en un segundo, su boca se desvió hacia mi cuello, dejando una serie de besos abrasadores por mi piel. Mis manos se aferraron a su espalda, sintiendo cómo el fuego se desataba entre nosotros. Estaba tan furiosa, tan llena de dolor, que no supe si me estaba entregando a él por amor o por desesperación.

Fue entonces cuando sentí algo que no esperaba: sus colmillos, afilados y peligrosos, rozando mi piel. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo antes de que sintiera el dolor punzante de su mordida.

- ¡Kele! – Grité, sorprendida, pero algo dentro de mí también se despertó. El dolor no era solo dolor; era un recordatorio de lo que éramos, de lo que compartíamos. Mi propio cuerpo reaccionó de inmediato, y sin pensarlo, llevé mis dientes a su piel, devolviendo el gesto con una mordida feroz.

El instante en que nuestros dientes se clavaron en la carne del otro fue como una explosión. Fue doloroso, pero al mismo tiempo, el contacto hizo que el vínculo entre nosotros se fortaleciera. Podía sentir la energía fluyendo entre los dos, unida por algo más profundo que las palabras, más allá de lo que entendíamos. La mordida de Kele se profundizó, y un rugido bajo se escapó de su garganta, mientras yo respondía con una fuerza que ni yo misma sabía que tenía. La pasión, el dolor y el amor se entrelazaron en un solo momento, fundiéndonos en algo que nunca podría ser destruido. Era nuestra forma de confirmar que, a pesar de todo lo que nos separaba, nuestra unión era irrompible. Finalmente, nos apartamos el uno del otro, respirando con dificultad, nuestros cuerpos temblando. El contacto había sido salvaje, pero en el fondo, ambos sabíamos que algo había cambiado. Lo que habíamos hecho no solo nos había marcado físicamente, sino que había sellado algo mucho más profundo.




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