El Secreto De La Esmeralda

Capítulo 9: Alacrán

Mi creador me ha dejado una nota. Esa maldita nota no dejaba de darme vueltas en la cabeza. ¿Por qué ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?

Veo a Esmeralda durmiendo pacíficamente a mi lado, respirando suavemente como si nada malo pudiera alcanzarla. Tengo tanto que agradecerle... Ella me dio la familia y la paz que siempre desee. Esmeralda no tiene idea de que sería capaz de dar mi vida por ella solo porque salvó la mía. Y aún así, no puedo dejar de pensar en la forma en que nuestras vidas se cruzaron.

Esmeralda es tan inocente —o tal vez tan confiada— que jamás me preguntó cómo terminé atrapada bajo un escritorio en aquel salón. ¿Por qué nunca sospechó que una vampira como yo, con fuerza y velocidad sobrehumanas, no pudo escapar por sí sola? Pero si algún día me lo pregunta... no tendré una respuesta. Porque la verdad es que no recuerdo casi nada de ese día. Solo un vacío oscuro y la sensación de que algo muy dentro de mí cambió para siempre.

~*~

Hace dos meses

Observo la puerta de mi casa, con el corazón latiendo descontrolado en el pecho. No sé si es una buena idea entrar después de la paliza que me dio mi papá anoche. Como no tenía alcohol para ahogar su miseria, descargó toda su ira en mí, dejándome tan rota que tuve que faltar a clases. Si la trabajadora social me ve en este estado, me sacará de aquí, y no quiero regresar a la casa hogar. Allí intentaron violarme tantas veces que ya ni siquiera las puedo contar.

Algún día su adicción lo matará, Alex.
Me repetí esa frase como un mantra antes de girar la llave.

—Algún día se morirá el maldito —murmuré con odio, sintiendo la bilis subirme por la garganta.

Metí la llave en la cerradura con las manos temblorosas, rezándole a Dios que él no estuviera ahí. Cuando finalmente entré, la peste a alcohol y cigarrillos casi me hizo vomitar. Latas y botellas de cerveza estaban esparcidas por toda la casa. En la mesa de comedor había líneas de cocaína y restos quemados de lo que parecía marihuana.

Corrí a mi habitación y empujé la cama hasta la puerta, reforzándola con lo que quedaba de mi gaveta. Si él intentaba entrar, le costaría. Al menos tenía un baño privado. Me llevé algo de comida que compré con lo que me quedaba de regar las plantas para la señora Patty. Sería suficiente para no salir en varios días, hasta que mis heridas dejaran de doler.

Entré al baño y miré mi reflejo en el espejo roto sobre el lavamanos. El ojo izquierdo estaba tan hinchado y morado que apenas podía abrirlo. Mi labio estaba partido, y las mejillas cubiertas de sangre seca. Volví a la habitación, saqué hielo de un vaso de Coca-Cola y me lo puse sobre el ojo. Me senté en el suelo, sintiendo el frío atravesar mi piel magullada mientras pensaba en la vida de mierda que me había tocado.

~*~

Desperté sobresaltada por un estruendo. Escuché voces y risas mezcladas con el ruido de botellas rompiéndose. La voz de mi padre, áspera y ebria, resonaba en mi cabeza. Tomé mi celular (o lo que quedaba de él) y vi que eran las 3:23 de la mañana.

¡Maldición!

Busqué algo para defenderme y, después de mucho rebuscar, encontré una navaja oxidada que había traído de la casa hogar. La sostuve con fuerza hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

—¡Hija, ven aquí! ¡Tenemos visita! —gritó mi padre con una voz cargada de alcohol y desprecio.

Contuve la respiración.

—Maldita zorra, sé que estás aquí. ¡Puedo escuchar tu respiración!

Se alejó, y me relajé por un segundo, pero entonces...

¡BOOM!

La puerta de mi habitación explotó en mil astillas.

Corrí hacia el baño y me escondí en la bañera, temblando como una hoja. Las lágrimas me nublaban la vista, y la presión en mi pecho era insoportable. Sentí que mi corazón se iba a salir del pecho.

Alguien arrancó la puerta del baño de un solo golpe.

—¡Te encontré! —dijo mi padre, sonriendo con esa mueca torcida que me enfermaba el estómago. Me agarró del cabello y me arrastró hasta la sala.

Había seis hombres, todos con caras sucias y sonrisas lujuriosas. Me levantó del suelo y me empujó hacia la cocina.

—Tienes una hija con buen cuerpo —dijo uno—. Lástima que esté tan golpeada.

—A mí no me importa —dijo otro—. Yo me la cogería así.

Las manos me temblaban, pero sentí el frío de la navaja entre mis pechos. Si alguien se atrevía a tocarme...

—Ven, nena, siéntate aquí conmigo —dijo uno de ellos, acariciándose la entrepierna.

Mi padre me tomó del brazo y me empujó hacia él.

—¡Papá, por favor!

—¡Cállate y haz caso! Me ha dado buen dinero por ti.

En ese momento, algo se rompió dentro de mí. Lo miré con odio y me atreví a decirle lo siempre tuve atracando en la garganta.

— Algún día tendré la dicha de ver cómo me suplicas por tú maldita y asquerosa vida.

Escuche risas en el fondo y sin decir nada más fui y me subí en las piernas del tipo, vi cómo sonreía con deseo. Cuando me ataba llamando a una de las prostitutas que estaban en la sala aproveché que no me estaba mirando y con un movimiento rápido, saqué la navaja y la clavé en su cuello. La sangre brotó a borbotones mientras él se ahogaba en su propia saliva.

Entonces me golpearon. Me patearon hasta que no pude sentir mis extremidades. Oí cómo alguien intentaba bajarme los pantalones, y me revolví, pero eran demasiados. Hasta que...

La cabeza de uno de ellos salió volando.

El chico de mirada oscura estaba allí. Con movimientos rápidos y letales, acabó con cada uno de los hombres desmembrando cada parte de sus cuerpos así como también el de las prostitutas. Mi padre intentó escapar, pero él corrió hacia él y le rompió las dos piernas. Intenté levantarme para irme pero fue cuando...

La oscuridad me envolvió.

~*~

Desperté, siento como mi cabeza se quiere romper en mil pedazos. Abrí los ojos y vi a mi padre en una esquina, temblando y sudando frío. Alrededor, los cadáveres de los hombres que me atacaron y de aquellas damas de compañía.




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