La Llama Oscura
La tarde era gris y lluviosa cuando Gabriel Torres observó, desde su ventana en el vehículo, las montañas que rodeaban el pueblo. San Ignacio del Robledal quedaba atrás, como un susurro lejano en su mente, y la imagen de la mansión, como un fantasma olvidado, se perfilaba en su memoria. Recordó las palabras de su abuela, un eco distante pero nítido: "Nunca te acerques a la mansión. El bosque nunca olvida."
Ese consejo había sido transmitido generación tras generación. Pero ahora, por alguna razón, no podía escapar de la idea de la mansión. La mansión Salvatierra.
El bosque, con sus árboles densos y retorcidos, parecía cobrar vida. Las ramas se alzaban como manos de un gigante dormido. El Bosque de las Almas, como le llamaban, estaba envuelto en un halo de misterio. Nadie en el pueblo se atrevía a adentrarse, y nadie quería hablar de lo que se decía de él. Pero Gabriel, en su mente, ya no podía ignorar lo que sabía: su propia historia se entrelazaba con los oscuros secretos que albergaba aquel lugar.
"El pacto no se olvida." Las palabras de su abuela resonaron con fuerza, mezcladas con la última advertencia de su madre: "Nunca, Gabriel. Nunca entres allí." Pero había algo que lo impulsaba a avanzar. Algo que lo hacía sentir que la mansión lo llamaba, como un faro en la niebla. El miedo estaba presente, pero había algo más, algo más profundo que lo inquietaba: la sensación de que ya no podía escapar de su destino.
El grupo de amigos caminaba bajo la lluvia hacia la mansión. Gabriel, al frente, no podía quitarse la sensación de que el bosque lo observaba. Los demás charlaban entre sí, ajenos a la atmósfera densa que se cernía sobre ellos. Luna, con su actitud irreverente, no paraba de hacer bromas sobre fantasmas. Iván, el escéptico, mantenía un paso firme, como si el terreno no pudiera asustarlo. Marcos y Sofía caminaban un poco más atrás, conversando en voz baja.
Valeria... Valeria caminaba cerca de Gabriel, como si intuyera su inquietud. A veces se le quedaba mirando, como si algo en su rostro le preocupaba. Gabriel no sabía si ella lo sentía, pero en el fondo sabía que había algo entre ellos que no podían definir aún.
Al llegar a la entrada de la mansión, todos se detuvieron. La puerta, antigua y desgastada, era como una boca que esperaba devorarlos. El hedor de humedad y moho invadió el aire, y el sonido de la lluvia sobre los techos rotos amplificaba el silencio.
-¿Entramos o qué? -preguntó Luna, rompiendo la tensión con una sonrisa.
Gabriel fue el primero en acercarse a la puerta. La empujó con una mano temblorosa, pero no se abrió. No hasta que Iván la empujó con más fuerza.
-Deberíamos tener cuidado -dijo Iván, su voz grave. "Nada de esto es seguro."
La puerta se abrió con un crujido que pareció resonar en todo el bosque. Más allá, la mansión parecía estar suspendida en el tiempo. Polvo, telarañas y muebles cubiertos con sábanas blancas, todo estaba tal cual lo habían dejado los antiguos habitantes. Una sensación de abandono impregnaba cada rincón.
Gabriel dio un paso dentro, el eco de sus botas retumbando en la oscuridad. A medida que avanzaban por el pasillo, las sombras se alargaban en las paredes, creando figuras distorsionadas que jugaban con la luz débil. Cada respiración parecía llenar el espacio, y el aire estaba pesado, como si la mansión misma estuviera conteniendo el aliento.
-¿Alguien más siente esto? -preguntó Luna, mirando nerviosa a su alrededor. Pero no recibió respuesta.
El grupo avanzó hasta la biblioteca, y fue ahí donde las cosas empezaron a volverse... raras. Un susurro, suave pero claro, cruzó el aire. Gabriel se detuvo en seco. Lo escuchó nuevamente: una voz distante, como si llamara su nombre. Su pulso se aceleró. No era su imaginación, no esta vez. Sabía que algo estaba ocurriendo.
-Gabriel... -le susurró Valeria, acercándose lentamente a él. Estaba a su lado ahora, pero él no podía apartar la mirada del espejo roto frente a ellos. Sus reflejos... no eran los mismos.
Un par de segundos después, el suelo crujió bajo sus pies, y la casa pareció... respirar. Las paredes se estremecieron, y la figura de Gabriel se distorsionó en el espejo, como si algo o alguien lo estuviera observando desde dentro.
-Esto no es normal -dijo Gabriel en voz baja, incapaz de articular palabras claras.
El grupo se giró hacia él, pero en sus ojos ya podía ver lo mismo que él sentía: miedo.
-Tenemos que irnos -dijo Sofía, mirando a su alrededor. Ella, la más sensible, era la que más alterada se veía.
Pero antes de que pudieran reaccionar, las luces parpadearon y un estruendo los dejó en la penumbra. Algo les observaba desde las sombras.
Gabriel, con la sensación de que el tiempo se había detenido, susurró para sí mismo: "Esto está relacionado conmigo... con mi familia."
Pero no pudo decir más. Un grito desgarrador de Luna los interrumpió, y un frío profundo invadió la mansión. El grupo se giró hacia ella, pero la escena que vieron los dejó paralizados.
Luna estaba señalando una figura en el fondo del pasillo... que no debía estar allí.
-¿Quién es esa persona? -preguntó Marcos, con el rostro pálido.
Y fue ahí cuando lo entendieron: algo se había despertado. Algo mucho más grande de lo que habían imaginado.