El Secreto De La Mansión Embrujada

Capítulo 3

Ecos del Pasado

El sol apenas comenzaba a colarse entre las grietas del techo de la mansión, iluminando el polvo flotante que parecía tomar vida propia. Valeria caminaba por la sala principal, observando los muebles cubiertos con sábanas blancas que se habían amarillado con el paso del tiempo. Cada paso que daba resonaba en el suelo de madera, pero no importaba cuán lejos o cerca estuviera de los demás; la sensación de soledad y quietud era apabullante.

Habían pasado horas desde que entraron en la mansión, pero el tiempo parecía haberse detenido en ese lugar, como si las paredes mismas retuvieran el aliento. El viento soplaba afuera, pero dentro de la mansión solo reinaba el silencio. A cada paso, Valeria sentía cómo su piel se erizaba, como si algo invisible la estuviera observando. Y no era solo la mansión lo que le transmitía esa sensación. Algo en el aire se había vuelto pesado.

Miró a su alrededor, buscando una salida. Cada rincón de la mansión parecía estar lleno de secretos, historias enterradas en el polvo y las sombras. Las estatuas en el jardín, con sus rostros enigmáticos, parecían mirarlas con ojos vacíos, como si las observaran a ellas, a los jóvenes que ahora deambulaban por el mismo espacio que generaciones antes habían llamado hogar.

-Esto está mal... -murmuró Valeria, sin dejar de caminar por el pasillo principal, donde el eco de sus pasos se alzaba como una advertencia.

El resto del grupo estaba disperso, explorando diferentes habitaciones, pero algo les unía: la misma sensación de inquietud. Sofía estaba junto a Luna, mirando una de las pinturas que colgaban en la pared, mientras que Marcos observaba la gran chimenea, sus ojos fijos en el antiguo reloj que había dejado de funcionar a las 3:33 AM, según le habían dicho.

Gabriel, sin embargo, estaba en el otro extremo de la mansión, en la biblioteca. Había encontrado un diario antiguo, cuyas páginas estaban amarillentas y llenas de tinta desvanecida. Había algo en ese diario que no podía dejar de leer. Algo que lo llamaba con una fuerza que no podía entender.

Y fue entonces cuando Luna, con una sonrisa nerviosa en el rostro, se acercó a Valeria.

-¿Seguro que esto es una buena idea? -preguntó Luna, su tono más ligero de lo que sentía realmente. Pero Valeria vio en sus ojos la misma duda que la acosaba a ella.

-No lo sé. -Valeria respiró profundamente, mirando hacia el interior de la mansión. Era como si algo se hubiera despertado allí, como si la casa los estuviera observando. Algo estaba por suceder, algo que no podían controlar.

El susurro seguía flotando en el aire, bajo y apenas audible, como si las paredes mismas estuvieran respirando. Valeria sintió que su piel se erizaba, una sensación de incomodidad que no lograba ignorar. Miró a Gabriel, que parecía atrapado en sus propios pensamientos, sus ojos fijos en el diario antiguo que había encontrado. Los demás no decían nada, pero podía ver en sus rostros la misma preocupación. Nadie se atrevía a romper el pesado silencio que se había instalado en la habitación.

-Esto es demasiado -murmuró Marcos, rompiendo el silencio, pero sin quitar los ojos del pasillo oscuro-. ¿Qué se supone que estamos haciendo aquí?

Valeria lo observó de reojo. Marcos siempre había sido el más bromista del grupo, el que encontraba una salida cómica para cualquier situación incómoda. Pero esta vez, ni su usual sonrisa burlona apareció. La mansión había hecho que todos se sintieran pequeños, vulnerables. Como si todo en ella tuviera el poder de engullirlos lentamente.

-Tenemos que averiguar más. -La voz de Gabriel era baja, casi reverente. Estaba absorto en las palabras del diario, como si su mente se hubiera desconectado del resto del grupo, como si su destino estuviera irrevocablemente unido a ese lugar.

Valeria lo observó en silencio. La sensación de inquietud que había comenzado como una leve molestia en su pecho se estaba convirtiendo en algo mucho más grande, más pesado. El miedo. No solo por lo que pudiera haber en la mansión, sino por lo que Gabriel comenzaba a revelar de sí mismo. Cada vez estaba más claro que este lugar tenía algo que ver con él. Algo oscuro que lo atraía, que lo reclamaba.

-Gabriel... ¿estás bien? -dijo Valeria, acercándose a él con cautela. Su voz temblaba, aunque intentaba mantener la compostura.

Gabriel la miró, sus ojos sombríos, como si hubiera visto algo más allá de la realidad. Su expresión estaba más distante que nunca, como si hubiera algo en su interior luchando por salir.

-No puedo dejarlo... -murmuró, casi como si hablara consigo mismo-. No puedo huir de esto. Es parte de mí.

El sentimiento de inquietud creció en Valeria. ¿Cómo podía alguien estar tan consumido por el misterio de este lugar, tan inmerso en su propio tormento? Era como si la mansión tuviera el poder de influir en las decisiones de todos. Era una fuerza invisible que se apoderaba de ellos, que los arrastraba sin piedad.

El sonido del viento azotando las ventanas fue como una advertencia, un eco distante de algo que se estaba desatando. Sofía dio un paso atrás, mirando al pasillo oscuro con un gesto de aprensión.

-Esto no es normal. -Su voz era suave, pero su tono lo decía todo. Sofía, con su sensibilidad hacia lo paranormal, sentía lo que los demás no podían percibir del todo. La mansión no los estaba recibiendo con los brazos abiertos. Era una invitación oscura y peligrosa.

Luna, que siempre había sido la más escéptica sobre los fantasmas y las leyendas del pueblo, ahora parecía estar perdiendo su actitud desafiante. Miró a Gabriel, luego a Valeria, y finalmente al resto del grupo, como si buscara una salida, una explicación lógica que los liberara de la tensión creciente.

-Esto no puede estar pasando -dijo Luna, apretando los dientes. En su rostro había algo nuevo, una mezcla de incertidumbre y miedo que no le era propia.

Valeria no sabía cómo responder. Sabía que era la lógica la que la sostenía, el pensamiento racional. Pero incluso ella comenzaba a dudar de su capacidad para encontrar una respuesta. Había algo en el aire, una presencia que la hacía sentir atrapada, como si cada respiración fuera más difícil que la anterior. El diario de Isadora Salvatierra había destapado algo que no podía ser ignorado.




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