El Secreto De La Mansión Embrujada

Capítulo 8

El eco de las sombras

Valeria

El aire en la mansión es diferente. Ya no se siente solo frío, ahora hay algo más. Es como si el lugar respirara. A veces, me siento observada, como si los ojos de la casa me siguieran. Y lo peor es que no estoy segura de si todo esto es real… o si mi mente está empezando a ceder bajo la presión de todo lo que estamos viviendo.

Me encuentro caminando por los pasillos con una linterna en la mano, el haz de luz temblando con cada paso. Cada vez que miro al espejo, veo algo más. O algo que quiero que no esté ahí. Es como si la mansión me estuviera retando a ver lo que no quiero ver.

Cuando entramos en la sala donde encontraron la trampilla, algo en mi estómago se revolvió. El altar, los símbolos… y esa sensación, como si todo estuviera destinado a ocurrir, como si no pudiéramos evitarlo. Cada uno de esos detalles se grabó en mi mente, una parte de mí sintió que ya lo sabía, que de alguna manera todo estaba relacionado conmigo. Pero no entendía cómo.

El grupo está más tenso. Si al principio, las investigaciones eran una excusa para el morbo, ahora hay una sensación de urgencia. Nos miramos unos a otros como si supiéramos que algo ya nos tiene atrapados. Y no sé si ese algo es la mansión, el diario de Isadora, o… Gabriel.

Gabriel. Ya no puedo evitar pensar en él, en lo que está pasando con él. Lo he visto cambiar, como si fuera una sombra deslizándose por su piel. Está más distante, más encerrado en su mente. No me dice nada, pero lo veo en sus ojos. Esa mirada oscura y profunda que siempre tiene cuando está en medio de un dilema. Me pregunto si está luchando contra algo dentro de él, o si realmente está perdiendo el control. Si la mansión lo está cambiando, o si la influencia de su familia se está apoderando de él. No sé si puedo confiar en mi intuición, porque sé que algo dentro de mí también está… cambiando.

—Vale, ¿estás bien? —La voz de Sofía me hace volver a la realidad. Ella está a mi lado, su expresión es preocupada. Como si hubiera visto algo en mi rostro que yo misma no me había dado cuenta.

—Sí… solo… solo necesito un momento. —Desvío la mirada. Esos pensamientos no deberían estar ahí.

—Lo sé —susurra ella, como si entendiera algo que yo no podía verbalizar. Es extraño cómo, aunque no hablemos, parece que compartimos el mismo miedo.

Seguimos caminando, pero Sofía se mantiene cerca de mí. Creo que es por el hecho de que ninguno de nosotros quiere estar solo en este lugar. La mansión nos ha despojado de toda nuestra confianza, y no puedo evitar pensar que está esperando que cometamos un error.

De repente, la mansión se silencia. No hay más pasos, ni susurros. Solo el sonido de la linterna moviéndose en la oscuridad y los suspiros ahogados de los demás. La sensación de estar observados es más intensa ahora. Todo lo que hago me parece en cámara lenta, como si las paredes de esta casa ya nos estuvieran consumiendo.

Gabriel está al frente, liderando sin decir nada. Su paso firme no oculta la angustia que veo en sus ojos. Él sabe algo. O tal vez lo está descubriendo. No puedo dejar de pensar en el fragmento del diario, en lo que Isadora escribió: “Mi hijo… él es la llave.” Una parte de mí quiere preguntar, exigir respuestas, pero algo me lo impide.

—Valeria… —La voz de Gabriel suena, finalmente, en la penumbra. Está mirando una puerta cerrada al final del pasillo. Hay algo en sus ojos que no había visto antes. Miedo, incertidumbre. Y tal vez, algo más.

—¿Qué sucede? —mi voz suena más firme de lo que me siento.

Él se acerca a la puerta, y sus dedos tocan la madera. El aire se espesa. Es como si la mansión nos estuviera obligando a mirar lo que no queríamos ver.

—Creo que debemos entrar.

Lo siguiente sucede muy rápido. La puerta se abre con un crujido fuerte, y lo que encontramos adentro… lo que vemos, no está en el diario.

Es una habitación más pequeña que las demás, pero está completamente vacía. Excepto por una cosa. Un espejo, en el centro. No es un espejo común. El marco está decorado con intrincados grabados que parecen moverse si los miras demasiado tiempo. Como si estuvieran vivos. Como si el espejo mismo respirara.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho. Hay algo que no encaja.

—¿Qué es esto? —pregunto, mi voz quebrada por el temor.

Gabriel no responde. Solo se acerca al espejo, y yo no puedo evitar seguirlo. La luz de la linterna titila. Y lo que veo en el reflejo…

No es lo que debería ser. Lo primero que noto es que el lugar está lleno de sombras, sombras que se mueven con voluntad propia. Pero lo más inquietante de todo es la figura reflejada en el espejo, algo detrás de Gabriel. Una silueta oscura, como si alguien estuviera de pie, observándolo desde el otro lado.

No puedo ver quién es. Pero esa sensación… esa presencia… me eriza la piel.

—Gabriel… —susurro, con la garganta seca.

Él no se mueve. Parece atrapado, hipnotizado por lo que ve. Como si las sombras lo llamaran, como si el espejo quisiera que se acercara aún más.

De repente, escuchamos un sonido, un susurro bajo, proveniente de la pared detrás del espejo. Algo que solo nosotros oímos. Un susurro que parece decir mi nombre.

Lo siento en mi piel. Lo siento en mis huesos. Esto es más que un simple misterio. La mansión, el diario, todo esto… está por desbordarse.

Y tal vez, solo tal vez, la llave de todo esté en este espejo. En lo que está más allá.

—Gabriel, tenemos que irnos. ¡Ahora! —grito, empujándolo, pero su mirada está vacía. Él no reacciona.

Un escalofrío recorre mi espalda. Algo nos está esperando en las sombras.

¿Había algo en ese espejo? ¿Lo que vi era real? No sé, pero lo único que tengo claro es que la mansión no nos dejará ir tan fácilmente. Cada vez está más claro que este lugar tiene algo que quiere de nosotros.




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