El Secreto De La Mansión Embrujada

Capítulo 10

La habitación oculta

Valeria

El aire en la mansión se ha vuelto más denso, como si las paredes mismas nos estuvieran asfixiando. Cada paso que damos resuena en el silencio como un eco lejano, como si todo lo que hacemos fuera observado. Siento una presión constante en el pecho, una sensación incómoda que me hace querer mirar hacia atrás, pero lo que más temo es lo que podría estar siguiéndonos. Algo no está bien aquí. No es solo el miedo a lo desconocido, es que la mansión parece estar viva, esperando nuestra próxima jugada.

Gabriel está justo frente a mí, caminando con esa tensión en su rostro que no puedo dejar de notar. Sus pasos son firmes, pero sus ojos no mienten. Está tan atrapado como yo. La mansión nos está manipulando, y todos sabemos que cada rincón de este lugar esconde secretos oscuros que quizás ni nosotros estemos preparados para conocer.

La puerta oculta se abre ante nosotros, como si el mismo espacio nos estuviera invitando a entrar. Un silencio absoluto cae sobre el lugar, y por un momento, siento que el aire se espesa aún más, como si el tiempo se hubiera detenido. La habitación detrás de esa puerta es tan diferente a todo lo que hemos visto. No hay polvo ni telarañas, como si hubiera sido preservada con un propósito. Las paredes, cubiertas de una madera oscura y pesada, se sienten como un susurro ancestral, como si estuvieran hablando en un idioma olvidado.

Lo primero que noto es una mesa de roble en el centro, cubierta por una tela vieja, cuyos bordes apenas se asoman de entre el manto de polvo que cubre todo. Pero lo que realmente me llama la atención es el espejo que cuelga sobre la mesa. Es más grande de lo que imaginé, de un vidrio que parece no haber envejecido en absoluto. Refleja la luz de manera extraña, como si estuviera absorbiendo el entorno. A pesar de su antigüedad aparente, está perfectamente intacto, como si alguien lo hubiera colocado allí recientemente.

—Gabriel… —susurro, pero no estoy segura de si estoy hablando más para mí misma o para él.

Él se detiene a mi lado, observando el espejo con esa misma intensidad que lo caracteriza. Veo cómo su mandíbula se tensa, cómo el brillo en sus ojos refleja algo que no comprendo del todo.

—Este lugar… —empieza, pero su voz se quiebra en el aire. No sé si es el cansancio, el miedo, o ambas cosas, lo que está afectando su percepción. Pero hay algo en su tono que me hace sentir aún más desconectada de la realidad.

Me acerco un poco más al espejo, mis pasos resonando en el suelo de madera crujiente. La oscuridad detrás del vidrio parece más profunda de lo normal, como si algo se moviera ahí, más allá de lo que nuestros ojos pueden comprender.

—¿Qué es esto, Gabriel? —pregunto, sin esperar respuesta, porque sé que él tampoco la tiene. Nadie la tiene.

Nos quedamos allí por un largo momento, mirando el espejo, hasta que algo extraño sucede. Una imagen se forma en el reflejo, algo difuso al principio, pero que pronto toma forma. Es una figura, un rostro. El rostro de una mujer. No puedo evitar un escalofrío que recorre mi columna. La figura sonríe, pero es una sonrisa vacía, como si no hubiera emoción en ella, solo una burla silenciosa. La mujer en el espejo no es la misma que hemos visto en las viejas fotos de la familia Salvatierra. Es… diferente. Es como si no fuera humana, o si lo fue alguna vez.

—¿La ves? —le pregunto a Gabriel, mi voz temblorosa, aunque trato de mantener la calma. Él asiente lentamente, su rostro pálido, sus ojos fijos en la imagen. Yo no sé si está viendo lo mismo que yo, o si su mente está atrapada en otro lugar, pero puedo sentir la tensión a su alrededor. La mansión nos está desgastando. Está poniendo a prueba nuestra cordura, y temo que no estemos preparados para lo que vendrá.

La figura en el espejo desaparece de repente, dejándonos solo con la inquietante sensación de que algo nos ha observado y nos está esperando.

Sin decir una palabra, Gabriel y yo nos giramos hacia la mesa, como si fuéramos arrastrados hacia ella. Hay algo sobre ese objeto, algo que nos llama, como si nos obligara a descubrirlo. La tela sobre la mesa se mueve sutilmente con la brisa que entra por alguna rendija de la mansión. El miedo aumenta. Cada centímetro que nos acercamos a la mesa me hace sentir más como si estuviéramos caminando hacia una trampa.

—Esto no está bien… —digo más para mí misma que para él, pero Gabriel no responde. Se agacha y levanta la tela con cuidado, revelando un libro viejo y desgastado, un diario. El mismo tipo de diario que había leído Isadora Salvatierra, que había mencionado antes en sus escritos.

—Es el diario de Isadora —murmura Gabriel, y sus palabras me hacen tensarme aún más. El rostro de la mujer en el espejo no me deja tranquila, y ahora este diario parece ser una llave, una pista, o tal vez una maldición más.

Las páginas del diario están cubiertas de manchas, pero algo sobre ellas resalta. Las palabras están escritas en una tinta oscura, que parece desvanecerse cuando la luz las toca, como si los secretos estuvieran siendo absorbidos por la misma oscuridad que nos rodea. Gabriel comienza a leer en voz baja, y aunque las palabras son incomprensibles en su totalidad, noto cómo cada una de ellas afecta su respiración, cómo cambia su postura, cómo su rostro se torna aún más serio.

—Lo que sea que está aquí, está relacionado con el pacto de la familia Salvatierra… y con nosotros —dice, su voz quebrada.

La tensión en el aire es palpable, como si estuviéramos a punto de descubrir algo que cambiará todo para siempre. Y sin embargo, no hay vuelta atrás. Lo que sea que hayamos desatado, ya no podemos detenerlo.

Sin decir una palabra más, Gabriel guarda el diario, y nos quedamos allí, en esa habitación, con el peso de lo que acabamos de descubrir sobre nuestras espaldas. La mansión ha comenzado a mostrarnos sus secretos, y no hay manera de detener lo que está por venir.




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