El libro prohibido
Valeria
El aire dentro de la habitación secreta es espeso, como si el tiempo mismo hubiera quedado atrapado aquí. El frío es más intenso que en el resto de la mansión, y una sensación incómoda recorre mi espalda, como si alguien estuviera observándonos desde la oscuridad. La puerta que acabamos de cruzar se cierra detrás de nosotros con un sonido suave pero definitivo. Es como si la mansión nos estuviera apresando, asegurándose de que no podamos irnos.
El espacio es pequeño, casi claustrofóbico, pero está lleno de cosas. Objetos cubiertos de polvo y telarañas. Viejas sillas de madera, mesas de hierro oxidado, y un par de espejos rotos que reflejan fragmentos de luz, creando patrones distorsionados en las paredes. Es como si el tiempo hubiera dejado de moverse aquí, como si todo hubiera estado esperando que llegáramos.
Gabriel está a mi lado, sus ojos aún reflejando esa mezcla de ansiedad y determinación que se ha vuelto familiar desde que cruzamos el umbral de la mansión. A pesar de su fortaleza, puedo ver que también está afectado por todo lo que hemos descubierto, todo lo que hemos vivido.
—¿Qué es esto? —pregunto, mi voz apenas un susurro, aunque siento que las palabras se ahogan en el aire pesado que nos rodea.
No espero una respuesta inmediata, pero no puedo evitar mirar alrededor, buscando alguna pista que nos diga lo que hemos encontrado. Los objetos aquí están cubiertos de una capa gruesa de polvo, y por un momento, todo parece estar congelado en el tiempo. Es como si este lugar hubiera estado esperando pacientemente por nosotros, como si cada objeto en la habitación tuviera una historia que contar.
Me acerco a una de las mesas, cubiertas con una tela que parece haber estado allí durante décadas. La muevo cuidadosamente, levantándola con una mano, mientras mi otra mano se posa sobre el borde de la mesa. En cuanto lo hago, el aire parece volverse aún más denso, y siento una presión en el pecho.
—Valeria… —La voz de Gabriel me interrumpe, y me giro rápidamente para mirarlo. Algo en su expresión me pone alerta. Está mirando una pared al fondo de la habitación, en donde hay una estantería vieja, llena de libros empolvados.
Siguiendo su mirada, me acerco con pasos cautelosos, y es entonces cuando veo lo que él ha notado. Entre los libros, algo se destaca. Un libro, más antiguo que los demás, con una tapa de cuero negra y una inscripción dorada que brilla débilmente a la luz de nuestra linterna.
—¿Lo abrimos? —pregunta Gabriel, casi con una mezcla de duda y curiosidad. Puedo ver que el miedo lo consume tanto como a mí, pero lo disimula mejor.
Asiento, aunque siento que no debería. Cada fibra de mi ser me grita que estamos tomando un camino peligroso, que todo lo que hemos hecho hasta ahora nos ha llevado aquí por una razón, y que esta habitación secreta es solo el comienzo de algo mucho más oscuro.
Gabriel toma el libro con cuidado, casi reverencia, y lo abre con manos temblorosas. El sonido de las páginas al abrirse resuena en el aire. La tinta en las páginas está desvaída, pero las palabras siguen siendo legibles. El primer párrafo está escrito en un idioma antiguo, uno que no reconozco, pero las letras tienen una sensación de pertenencia, como si estuvieran invocando algo, como si estuvieran pidiendo que lo leamos en voz alta.
—No… —susurro, sintiendo que las palabras que estoy por decir no van a ser suficientes para evitar lo que ya hemos comenzado. Pero es tarde. Gabriel ya está leyendo las palabras en voz baja, su voz resonando extrañamente en las paredes de la habitación.
A medida que pronuncia las palabras, algo cambia. La temperatura baja drásticamente, y un viento helado parece surgir de la nada. La linterna parpadea, y las sombras en las paredes se alargan y se retuercen, como si fueran serpientes que se arrastran hacia nosotros.
El miedo se instala de inmediato en mi pecho. No quiero escuchar lo que está leyendo. No quiero que sigamos adelante, pero no puedo detenerlo. Algo nos ha atrapado en su hechizo, y ya es demasiado tarde para escapar.
De repente, el aire se carga con un sonido bajo, un murmullo casi imperceptible, como si la mansión misma estuviera hablando en un idioma que no puedo entender. Es como si las paredes de este lugar, antiguas y rotas, estuvieran resonando con una energía que no pertenece a este mundo.
—Gabriel, para —le pido, casi desesperada. No sé si me escucha, porque parece tan absorto en el libro, tan atrapado por lo que está leyendo, que ni siquiera se inmuta.
Un frío punzante recorre mi cuerpo, y en ese momento siento que no estamos solos. No sé si son las sombras que parecen moverse con vida propia o si es algo más, pero en ese instante, lo siento: algo nos observa desde la oscuridad. Algo está esperando, y lo peor es que lo sé con certeza. Estamos invocando algo que no podremos detener.
Finalmente, Gabriel cierra el libro con un golpe seco, y el sonido de la tapa resonando en el aire helado es lo único que se oye. La luz de la linterna titila una vez más antes de apagarse por completo. La oscuridad nos rodea por completo, y aunque el silencio es profundo, siento que algo se ha liberado, algo que no puede ser detenido. La mansión está despierta, y nosotros hemos sido su llamado.
El aire se vuelve más espeso, más pesado, y un susurro en mi oído me hace estremecer. No sé qué está pasando, pero sé que esto no ha hecho más que comenzar.
—Tenemos que salir de aquí —digo, pero mi voz suena vacía, como si ya supiera que no podemos escapar.