El secreto de la princesa -parte dos-

Parte cuatro: Los malos de Valle Real

En la vida hay dos tipos de personas: primero aquellas que darían su vida por los demás, que darían su vida por las personas que su corazón en verdad ama. El segundo tipo de persona son las malas.

Tal vez por desgracia o tal vez por suerte, estas personas existen y respiran el mismo aire que las personas buenas. Son personas irracionales, que cubren su mala actitud con pretextos tontos. Son seres sin corazón, que a veces actúan sin temor a un final horrible, pues creen que no pagarán todo lo malo que han hecho. En Valle Real también existen los malos.

Una de ellas es la perversa y calculadora Úrsula, a la cual no le importó el final de sus padres ni el de su hermana, con tal de salirse con la suya; y tampoco le importó la muerte de Anthony Montenegro, pues se quedó con toda su fortuna. Pero Úrsula no era la única malvada en el reino.

Anteriormente, el comandante Adell Márquez había hablado de un hombre, al cual todos llamaban la Bestia. Era un hombre peligroso y desalmado, el cual aterrorizaba al reino completo. Con solo escuchar su nombre, las personas sabían que corrían peligro. La Bestia actuaba con perversidad y estaba muy claro que era alguien con mucho poder y mucha habilidad. Sabía cómo ocultarse de la mejor forma para que no supieran quién era.

La Bestia estaba escoltada por más de cinco hombres, dispuestos a dar la vida por él, lo respetaban y protegían a toda costa. Uno de esos hombres era Isaac Blanco. 

Isaac Blanco era chaparro, muy chaparro, tal vez esa era la razón por la que había escapado de la cárcel. Tenía una cabellera larga y desparramada, siempre trataba de actuar fuerte en frente de su amo, pero en el fondo le tenía miedo, pues sabía muy bien de lo que era capaz. Actuaba siempre optimista y comentando cosas tontas.

 Era un ladrón y salteador de caminos, pues en complicidad con otros hombres, había asaltado carrozas que transitaban por el camino hacia Valle Real. Isaac era fiel con la Bestia y estaba dispuesto a dar la vida por él si era necesario.

Blanco platicaba con uno de sus compañeros. Ambos estaban cerca del reino comentando algunas cosas. Comían algo. Eran cuatro hombres que almorzaban debajo de algunos árboles, habían hecho una carne asada con algunos desafortunados animalitos que habían cazado.

―¡Vaya! ¡Que suertudo eres, Blanco! ―comentó el hombre que hablaba con Isaac, su voz era ronca y tosca―. Quien te imaginara hace unos días en esa prisión y ahora estás afuera. En todo este tiempo el jefe estuvo pensando cómo sacarte de ahí y hace poco se comunicó para decirnos cómo hacerlo.

Isaac comenzó a atragantarse y tosió muy fuerte, pues se le había atorado algo en el pescuezo. Después de unos golpes en la espalda, un hueso salió disparado de su tráquea. Isaac se puso colorado por el atragantamiento y por el miedo. Su compañero, al que llamaban Garrocha, se reía discretamente. También lo hacía otro de los hombres que se encontraba ahí y había visto la escena.

―¡Ay! Casi me muero ―dijo Isaac desesperado―. Entonces pa’ qué me escapé, ¿pa’ morirme? Claro que no ―dijo―.  Además no fue tan difícil ―comentó y a su mente llegaron las imágenes de su escape.

 

Era tarde, el sol se estaba ocultando y la oscuridad era cada vez más espesa tanto en el reino como en la prisión. El hombre había estado planeando escapar, pues su amo se lo había encargado en un mensaje que le envió. Dicho mensaje contenía las siguientes palabras:

 

Que tal, mi querido Blanco, mi fiel guardián. Mi escudero y protector. Ha llegado el tiempo que tanto esperamos. Tú te has sacrificado por mí todo este tiempo en ese horrible lugar, es momento de que regreses. Te envío un documento adjunto con indicaciones para que salgas sin ningún problema. Y una vez que tengas en tus manos la libertad, advertirás a los soldados de mi regreso, pues muy pronto la Bestia volverá para destruir el reino de Valle Real.

 

El hombre tomó el papel adjunto y comenzó a leerlo. Eran instrucciones precisas que él debía seguir para salir sin problemas. Tenía demasiado tiempo en ese lugar y ya extrañaba volver a la libertad. Después de leer atento todo lo que debía hacer, comenzó la acción.

 

Había más presos en aquel espantoso lugar, la gran cárcel del reino ubicada en el Edificio Central. Sin embargo, estaban separados por celdas, lo cual facilitaba el escape de Isaac Blanco.

 

―¡Guardia, papanatas, tonto, lo que seas… ven acá! ―exigió con autoridad Blanco.

Un gendarme arribó al lugar, su cara era desagradable. Portaba uniforme de color azul obscuro y una gorra con el escudo del reino.

―Escúchame bien, ladrón de quinta —repuso el gendarme—. Has sobrevivido solo porque estás detrás de esas rejas, pero sabiendo la clase de rata que eres, yo mismo me hubiera encargado de ti, porquería ―dijo disgustado el guardia.

―¡Ay sí! Mira que miedo te tengo, gordo deforme… no me vengas con amenazas y lánzate por algo de agua, que me muero de sed, aquí me tratan peor que a un animal. Pero apresúrale, gordito ―ordenó descaradamente Isaac, tronando los dedos.

―Pues no te traigo nada, cómo la ves ―dijo desafiante el guardia.

―Ahora resulta que los pájaros le tiran a las escopetas. Mira gordito, lánzate por el agua ¡ya! ―exigió de nuevo Isaac, tronando más rápido los dedos.




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