El secreto de la princesa -parte dos-

CAPÍTULO 12: DESCUBRIMIENTOS

Parte uno: Volverte a ver

Todo en la vida tiene un final: eso es algo que nadie puede negar. Pero ese no era el final que Carlo quería. No quería que su amor terminara solo ahí, pues pensaba que aquella era su mujer ideal y no quería perderla solo por un capricho de sus padres, así que debía prepararse para ir a verla, pues la hora que él le había mencionado en el mensaje se aproximaba.

Se había puesto una colonia de rico olor y observó su reloj. Estaba emocionado porque de nuevo vería a la mujer que su corazón mas anhelaba.

―Verte de nuevo ―dijo Carlo frente al espejo―. Cuando te veo soy el hombre más feliz sobre la tierra ―finalizó dando un suspiro y sonrió. Miró sus claros ojos color miel en el espejo y los cerró, imaginando el momento en que se encontraría con la joven.

“Aquí voy”, pensó.

Rápidamente salió de su cuarto y bajó las escaleras que conducían al vestíbulo. Cruzó por el pasillo principal y llegó hasta la puerta de entrada. Una vez ahí, salió hacia las caballerizas y montó sobre su yegua Serafina que siempre lo acompañaba a esos encuentros secretos. Aquella potranca era fina, con un color blanco deslumbrante. Muy conveniente para el color de Emperador. La mansión Villaseñor también estaba custodiada por guardias. Eran robustos y siempre parecían estar de mal humor. Vieron que el príncipe salió a todo galope. Él se despidió con la mano y ellos correspondieron sin preguntarle nada.

El muchacho animaba al cuadrúpedo para que avanzara más rápido. Serafina lo hacía con velocidad y alegría. Cuando Carlo salía de la mansión, unos ojos misteriosos lo observaron atentamente. Lo miraron cuando se despidió de los guardias y salió de su morada y avanzaron por un camino empedrado que iba al centro de Valle Real.

La persona que vigilaba a Carlo montó en un caballo y en voz baja le ordenó que marchara, para no perderle la pista al joven. Sigilosamente el caballo de la persona misteriosa siguió al príncipe. Carlo se detuvo en seco.

Volteó su cabeza rápidamente hacia atrás, pero no había nadie. Desde su escondite, la misteriosa persona, observó con atención al joven regio. Se ocultó bien y Carlo, al no ver a nadie, siguió un camino distinto que lo llevaría adonde estaba su amada Colibrí. La persona oculta lo siguió de nuevo.

Carlo y Serafina se internaron en la naturaleza. Respiró el aire puro y se sintió vivo. Poco a poco todo se fue transformando, los caminos empedrados dejaron de existir y las pequeñas brechas rodeadas de monte comenzaron a aparecer.

Las casas ahora eran árboles y no había más gente. Todo había quedado en el reino. En el bosque se oía el cantar de los pájaros y el silbar del viento. También se escuchaba el sonido del agua, corriendo libre por el monte, formando un arroyo inmenso que no tenía fin. Carlo se acercaba y se emocionaba cada vez más, sabía que llegaría primero que su amada, pues la hora que especificó en el papel todavía no se cumplía.

El ser misterioso que perseguía a Carlo nunca había estado en ese lugar. Se mantuvo alejado para no ser descubierto. Miró que Carlo se bajó de la yegua y se quitó las ropas reales. Se quedó únicamente con unos atuendos sencillos y sin chiste que usaba debajo. Después escondió todo detrás de unos arbustos.

Comenzó a caminar con su yegua jalándola de las bridas y llegó a la cascada de los enamorados. Miró el agua que caía y cerró los ojos para recibir la brisa que caia desde lo alto. Se sintió como en casa y suspiró. Miró en todas partes buscando a Colibrí, pero no llegaba todavía. Aunque oteó con detenimiento, no logró ver la mirada oculta entre los arbustos.

Al ver que Colibrí no llegaba,  Carlo se sentó en una gran piedra a la orilla de la cascada. Portaba un camisón blanco que le quedaba algo grande, también unos pantaloncillos sencillos de color azul oscuro. Calzaba unos huaraches corrientes, por lo que nadie podría imaginar que él era un príncipe.

De pronto el corazón de Carlo comenzó a latir más rápido de lo normal. Supo entonces que su único amor se aproximaba. Levantó la mirada y buscó entre el follaje de alrededor. Sintió los pasos que ella daba. Se levantó de la dura piedra y caminó un poco por la orilla de la cascada. Alcanzó a escuchar los latidos que su gran corazón emitía.

Esa era la señal de su amor: cuando su corazón se agitaba con mayor velocidad, significaba que ella estaba cerca, lo mismo le sucedía a Colibr; porque era con el único ser con el que le sucedía eso.

Pero no era cualquier amor, era el amor verdadero, pero eso ellos no lo sabían. Sabían que se amaban, pero no sabían que su amor era el amor real.

Carlo miró a Colibrí llegar. Ella sonreía con ternura hacia él. Ambos sintieron sus corazones palpitando a toda velocidad.

Colibrí usaba un sencillo vestido de color blanco, medio arrugado y roto, pero lucía extraordinariamente bella. Guepp la observó caminar y él corrió para encontrarla.

―¡Colibrí! ―gritó Carlo con una sonrisa de felicidad.

Ambos se encontraron en un abrazo.

―¡Guepp! ―dijo ella con su delicada voz, envolviéndose en los brazos del joven.

Quien se ocultaba entre los arbustos se acercó más para ver a la muchacha recién llegada. Cuando escuchó a Carlo pronunciar el nombre de la joven, se alarmó y habló en voz baja.

―¡No es posible! ―dijo alarmado el espía ―. Colibrí es ella, esto no puede ser.

Su respiración se agitó y no soportó tanta presión en el pecho al ver la cara de la joven, por lo cual se desmayó.

Tal vez el desmayo del espía fue de la impresión por ver el rostro de la joven y saber que era demasiado bonita, o tal vez por aquel rostro se le hacía tan conocido…




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