El secreto de la princesa -parte dos-

Parte tres: Escape

A lo lejos del reino estaba aquella choza abandonada. Escueta por fuera, pero adentro habitaba una mujer solitaria de edad adulta, la cual estaba harta de aquella situación.

Vio que la puerta estaba siendo forjada, después la manija dio vuelta y Úrsula entró por la puerta. Portaba un vestido color rojo, con un gran moño en su cabeza, pues según ella se había puesto sexy para Leopoldo. Entró furiosa.

―No puede ser, maldita puerta. Cada vez está más floja y más difícil de abrir. ¿Por qué no la has arreglado, Hellen? ―preguntó enojada la mujer con sus ojos saltones y con cara de pocos amigos.

Mientras decía esto peleaba con la puerta, ya que no se podía acomodar donde le correspondía. Debido al forcejeo, la hoja de la puerta se aflojó, se desatornilló y cayó encima de Úrsula. Ambas aterrizaron en el suelo.

Hellen no pudo evitar reírse y se tapó la boca para que Úrsula no se diera cuenta. La infeliz mujer estuvo por debajo de la puerta de madera por unos segundos. Se levantó quejándose. El vestido quedó todo sucio y arrugado.

―¡Maldita sea! ―gritó Úrsula―. Primero la silla corriente, después el mugre espejo y ahora esta basura de puerta ―insultó―. Y más vale que no te hayas reído Hellen, porque si lo hiciste, lo pagarás caro ―amenazó, poniéndose de pie.

―Claro que no Úrsula, como crees… ¿y ese milagro que regresas? ―cambió de tema rápidamente la mujer.

Úrsula no hizo caso a la pregunta de Hellen. Levantó la puerta a regañadientes y la acomodó en su lugar. Miró con indiferencia a su antigua cómplice y luego se sentó en los viejos y destartalados sillones que había en un espacio que tenía la forma de sala.

―Pues ya ves, vine a visitarte para que no te sientas tan sola ―dijo y soltó una risa de bruja―. ¿Y qué has hecho, Hellen? ¿Cómo has pasado el tiempo aquí en estas paredes? ―preguntó burlándose.

La mujer mayor solo la miró volteando los ojos.

―¿Tú qué crees, Úrsula…? Pues nada, esperando el momento para escaparme, ya no soporto este encierro.

―Pues te quedarás esperando, tonta. Porque tú nunca saldrás de aquí. Estoy segura que me delatarías.

―Claro que no lo haría. Tú me matarías, lo sé muy bien. Ándale, ya déjame salir, no seas malvada, Úrsula. Por favor ―suplicó con voz humillante la pobre mujer, pero era inútil tratar con un corazón tan frío como el de Úrsula.

―Claro que no te dejaré ir Hellen, aquí te quedas y, por cierto, vete a tu recámara. No tarda en llegar mi Leopoldis y obviamente no quiero que te vea.

―Leopoldis, que nombre tan cursi para ese hombre. Pero en fin, ¿cómo vas con tus preparativos para que la hija de Albert se case con el hijo de ese hombre? ―preguntó Hellen.

―Pues es un hecho. Solo me falta confirmar la fecha para que mi hija conozca al príncipe y al fin puedan casarse ―dijo orgullosa y satisfecha Úrsula.

―Pues a ver si es verdad.

―¿Qué insinúas, vieja corriente? ―insulto Úrsula.

―Nada, nada. Ojalá que se cumplan tus planes.

―Claro que se van a realizar. Al fin volveré a ser rica. Pues ya tengo nuevos planes.

―¿Qué clase de planes, Úrsula?

―No debería contarte, Hellen. Pero necesito decirle a alguien todo lo que voy hacer. Ya es tiempo de que vuelva a mi vida de antes ―dijo extendiendo sus brazos y recargándolos en un sillón grande color gris en el que estaba sentada―. Extraño esa vida de elegancia y ropa nueva. Recuerdo que todos me respetaban y me obedecían ―suspiró la mujer―. Pero, en fin, esos tiempos están a punto de volver.

―Entonces cuéntame. De cualquier manera, a nadie se lo voy a decir.

―Lo sé, Hellen, por eso te lo contaré ―habló ufanamente Úrsula―. Muy pronto mi primera meta se cumplirá. Me convertiré en la esposa del virrey Leopoldo Villaseñor. Dejaré pasar el tiempo para después conocer al rey. Entonces haré que él también se enamore de mí. Se pelearán él y Leopoldis para que yo sea suya y al final de todo, terminaré siendo la reina de Valle Real ―dijo gustosa, soltando una risilla malévola.

―¡Vaya! Me dejas asombrada con tus planes, Úrsula. Sin embargo, ¿no crees que algo pueda salir mal?

Úrsula se quedó pensando.

―¡Claro que no, tonta! Nada puede salir mal. Al final de todo, yo seré la reina de Valle Real, al final de todo yo ganaré como siempre.

De pronto se escuchó el trote de un caballo.

―Creo que ya llega tu amante ―comentó Hellen.

―No es mi amante, es mi futuro esposo. Y tú lárgate a tu cuarto ―ordenó tronando los dedos―. No quiero que te encuentre aquí.

Hellen caminó hacia la recámara, ubicada por el pasillo a mano izquierda.

La puerta de entrada fue abierta y no tardó mucho en caerse. El hombre apareció en el vano y soltó una risilla de ‘yo no fui’. Úrsula lo veía desde el sillón gris.

―No te preocupes, mi vida, ya está vieja, por eso se cae. Pero ahí déjala, enseguida la levantamos. Ven a mí, corazón. ¿Por qué tardaste tanto? ―preguntó la hipócrita mujer.

Leopoldo fue hasta el sillón y se sentó junto a la mujer.




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